_
_
_
_
Aproximaciones
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Einstein, la historia y los historiadores

LA CIENCIA la hacen los científicos, pero sus enseñanzas y consecuencias afectan a todos al poner a nuestra disposición conocimientos que nos permiten contemplar e interpretar el mundo no con ojos empañados por mitos, pasiones o sentimientos de desamparo, sino con la mirada informada por datos contrastados y teorías con capacidad de predicción. Datos y teorías que muestran su poder en prácticamente todos los ámbitos de la vida, con la consecuencia de que la ciencia traspasa ya las fronteras de lo puramente científico, penetrando en océanos por los que todos navegamos.

Habida cuenta de semejante hecho, no es sorprendente que tanto ciencia como científicos sean estudiados con cada vez más frecuencia por historiadores "generales", economistas, sociólogos o periodistas. En lo que a los científicos se refiere, un ejemplo destacado en este sentido es Albert Einstein. Así, hace pocos años dos periodistas británicos, Roger Highfield y Paul Carter, publicaron un libro (Las vidas privadas de Albert Einstein) centrado en la vida sentimental del autor de las teorías especial y general de la relatividad; más concretamente en las relaciones que mantuvo con diversas mujeres, así como en la crisis de su matrimonio (que finalizó en divorcio) con la serbia Mileva Maric, momento en que realizó manifestaciones que de ejemplares no tienen nada. Como cualquiera sabe, no es infrecuente que tales situaciones saquen lo peor de todos nosotros, y tampoco ignoramos cuánto placer produce en algunos encontrar grietas en edificios humanos que muchos consideraban monolíticos y grandiosos: el placer de encontrar semejanzas con gigantes de la creación intelectual o artística, pero no en aquello que les hizo realmente grandes, únicamente en lo más común de la condición humana. Es, ciertamente, un pobre consuelo, pero que al menos tiene la virtud de situar en planos menos apologéticos y hagiográficos a esos creadores.

Sobre las biografías de personajes clave de la historia, abordados desde el punto de vista humano, político y cultural

Mucho más interesantes y ejemplares son aquellos estudios que pretenden situar la vida y obra de Einstein en contextos históricos o culturales generales, que van más allá de lo puramente científico. Un reciente ejemplo en este sentido es el libro de Thomas Levenson, Einstein in Berlin (Bantam Books, 2003), en el que al mismo tiempo que se narra lo que aconteció a Einstein durante los 18 años que vivió en Berlín, se recuperan algunos episodios de la vida política y cultural de aquel periodo de la capital prusiana. La idea es buena, aunque el resultado añada poco a lo ya dicho en obras que se han ocupado con anterioridad de esas dos historias por separado. Y es que insertar en la historia la biografía de un gigante de la ciencia como fue Einstein requiere mayores habilidades históricas de las que posee Levenson. Habilidades como las que atesora Fritz Stern, uno de los pocos historiadores "generales" que se han atrevido con semejante empresa. Lo ha hecho en un libro vertido recientemente al español, El mundo alemán de Albert Einstein, y su táctica ha sido no la de centrarse únicamente en la vida y obra de Einstein, sino en su mundo, lo que significa que otros personajes comparten protagonismo con él. Personajes también extraordinarios, aunque menos conocidos que Einstein, como son: Paul Ehrlich, entre cuyos descubrimientos se encuentran el Salvarsán, el agente quimioterapéutico que combatía con bastante éxito la sífilis; Max Planck, el pionero de la física cuántica; Fritz Haber, el químico famoso tanto por su contribución a la "guerra química" durante la Primera Guerra Mundial como por haber inventado el proceso de síntesis del amoniaco utilizando el nitrógeno atmosférico, cuyas consecuencias tan beneficiosas fueron para la producción de abonos artificiales; Walter Rathenau, industrial y político que murió asesinado durante la República de Weimar, y Chaim Weizmann, el químico y sionista padre del actual Estado de Israel.

Como buen historiador que es, Stern se ha esforzado por cumplir con tareas propias de su gremio, construyendo un fresco policromo en el que creatividad científica y biografías personales se combinan y enriquecen. Ahora bien, no es posible comprender su labor únicamente en términos profesionales. Hay más. Por una parte, la pasión y añoranzas de un historiador por un mundo perdido que también fue el suyo: Stern nació en Alemania, su padre fue médico de Weizmann, al que el joven Fritz llegó a conocer. "Yo nunca olvidaré", escribe, "las lágrimas de mi padre cuando el tren salió de Breslau, cuando abandonó su ciudad natal en septiembre de 1938. Nunca había visto el rostro de mi padre inundado de lágrimas; se trataba de una singular explosión de sentimiento, de profunda pena por un pasado hecho trizas, y de preocupación por un futuro incierto".

Por otra parte, es imposible pasar por alto el hecho de que de todos los personajes que he mencionado y que protagonizan lo mejor del libro de Stern únicamente uno, Planck, no era de origen judío. La "cuestión" y mundo judío es otro de los temas de esta obra: penetra y afecta a prácticamente todos sus capítulos. ¿Podía ser de otra manera cuando se trata de reconstruir el "mundo alemán" de un científico como Einstein, y cuando quien lleva a cabo esa tarea de reconstrucción es, asimismo, una persona de origen judío, que tuvo por ello que abandonar Alemania, e instalarse en Estados Unidos? Y, más importante todavía, ¿podemos esperar objetividad de semejante hombre e historiador? Algunos dirán que no. Yo creo que sí. Igual que podemos esperar que el historiador comprometido de una manera especial con, por poner un ejemplo, la causa de la libertad (un, digamos, Hobsbawm) no falsee sus análisis de, continuemos imaginando un caso posible, la Revolución Francesa, en la que ansias de libertad, ambiciones personales y terror se mezclaron en una combinación explosiva y no siempre humanitaria. Rigor y emociones no tienen por qué ser incompatibles. Sólo se necesita un poco de decencia. ¿Es mucho pedir?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_