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Columna
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Contra los asesinos

ETA ha vuelto a sembrar el terror. Quiero decir algo, y no sé exactamente qué, porque se me desfiguran todos los adjetivos. Y se me desfiguran también todos los argumentos, esos que suele precisar el análisis, y que pasan ante mí como fantasmas en el momento mismo en que trato de formularlos. Lo pensado ya en días previos, lo que uno ha tratado de pensar en estas últimas horas, lo pensado por otros, todo se vuelve inconsistente ante la emoción avasalladora, despiadada, que se ha apoderado de mí y no quiere abandonarme. Lloro a golpes, y sé que en esas sacudidas hay algo más que piedad por todas esas víctimas y sus familiares, cuyo drama y dolor son inabarcables, como lo es el espanto. Sé que lloro también por mí, o que lloro en mí, que se me ha roto algo dentro, más allá del corazón, en el centro de lo que otorga dignidad a mi propia vida.

Pero me digo que tengo que pensar, que no debo renunciar a ello, que tengo que superar esta emoción que sólo puedo considerar animal, originaria, casi previa al ideal de humanidad que ha guiado mi vida. Y debo apoyarme en algo, buscar un punto de apoyo en este magma que me sacude. Nunca he dado valor sustantivo a la circunstancia de haber nacido donde lo he hecho. Nunca he dado importancia a la posibilidad de que eso me configurara de una u otra forma. Lo sustantivo no estaba para mí en el origen, sino en el final; no en lo dado, sino en lo conseguido. Sin embargo, lo primero que se me ocurre, y de una forma más rotunda de lo que jamás se me haya ocurrido, es que soy vasco. Hoy lo afirmo en primera instancia, superando cualquier impulso inicial a la renuncia. Soy vasco, y no consiento que nadie asesine en mi nombre, no soporto que nadie prescriba mis supuestos derechos en nombre de lo que soy, no renuncio a ser lo que soy de una forma distinta a la de los asesinos, a ser vasco contra los asesinos. No me resigno a permitir que mi origen sea mancillado, ensangrentado, sumido en la vergüenza. Es la dignidad de mi origen, de nuestro origen, la que me exige limpiarlo de ese oprobio. No podría caminar hacia el final al que aspiro si consintiera la ignominia que pretende llevar mi nombre. Si así fuera, mi camino sería una huida y no un logro, mi imagen la de un réprobo.

Somos los vascos quienes hemos de eliminar esta lacra que nos ensucia, estas carnicerías que pretenden barrernos del ámbito de lo humano. No estoy invocando la ira ni la venganza, sólo trato de amparar mi dignidad y de hallar un ámbito desde el que sea posible pensar sin vileza. Desde el que sea posible vivir sin que los hechos cotidianos sean una tortura, no la tortura del miedo, sino la del crédito que otorgamos a la violencia gratuita. ¡No quiero ser un argumento para el crimen! No quiero que éste se infiltre en mi vida, en mi naturaleza, en mi carne, en cualquiera de las derivas de mi actuación humana. Y estoy siendo un argumento, lo estamos siendo, y no sé si somos conscientes de la extrema gravedad de ese hecho. El crimen se ha apoderado como un cáncer de nuestra inocencia, y ya no podemos pensar ni actuar sin la sospecha de que todo sea una metástasis. Algunos vascos son unos asesinos, pero sólo engordan chupándonos, y cuando vomitan sangre se quedan vacías nuestras venas.

Nadie, salvo ETA, es culpable de esta masacre. Sería un gravísimo error buscar culpables fuera de esa organización asesina. Ni el Gobierno, ni las fuerzas políticas, son culpables de lo ocurrido, tampoco son responsables de ello. La lucha contra el terror no nos exime de cometer errores, pero los errores se pueden corregir, y lo que no podemos hacer, nunca, es asumir la culpa, porque entonces estamos liberándoles de ella a los asesinos. No somos culpables, aunque hemos de corregirnos en aras de la eficacia. Sé que quien está dispuesto a matar halla excusa en cualquier parte y ETA nos ha dado muchas muestras de ello. Pero no podemos ayudarle a escribir su guión, no podemos darle pistas sobre aquello que nos pueda hacer más daño. Y la desunión le ayuda a escribir su guión. Hay que valerse de todos los medios que nos ofrece el Estado de derecho para acabar con ETA, pero hay que impedir también que nos atenace la culpa, porque ésta abre fisuras en la sociedad y la debilita. Saldremos a la calle, mas eso no basta. La calle contra ETA, esa unión que nos procuran las emociones, ha de ser procurada también por la razón, ha de estar presente en la acción política concertada de todos los días. Esa es nuestra tarea preferente. Es lo que se me ocurre.

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