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Columna
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Final

Juan Cruz

Ahora este hombre camina entre los olivos de su infancia; las sombras de los árboles son las mismas desde la prehistoria, pero a él le gusta advertir cómo crecen cuando ya está tan cerca la primavera, cómo se mueven las nubes en el hilo de luz que hay entre el cielo y la noche, y en algún lugar de su paciencia siente que éste es el instante de la felicidad que buscó siempre, mientras sembraba o cuando recogía la cosecha azotada por la sed de los temporales. Esto que ve ahora, cuando la tarde prolonga su propia sombra sobre la tierra, es el mundo en que nació; a veces vivió en otros lugares, extrañado del ruido y de la furia, de los automóviles y de las luces falsas de la noche. Le resulta fácil imaginar cómo será el mundo mañana, pues lo ha ido memorizando como la tierra almacena sus señales y como los niños recuerdan los gestos de sus padres. Todo es como fue ayer, y la sorpresa está más bien en la melancolía: qué no veré nunca. Camina lentamente hacia el regreso, para qué la prisa de los ruidos si ya sólo le espera el propio placer de dormir y esperar. Sin embargo, en alguna luz recóndita del alma se sorprende buscando, en los diarios o en las radios que le acompañan, noticias que puedan hacerle esperar de otra manera, y sonríe como si el mundo entero estuviera actuando para él. Eso le hace feliz: imaginar que la actualidad -lo bueno y lo malo, pero sobre todo lo grandioso que ocurre- se está fraguando en algún horno ignoto para que él sea el único que contemple su fruto. Como todo lo que sucede le apasiona, lo cuenta luego, entre las sombras de la cocina, o lo narra por teléfono: todo acaba de ocurrir, lo he visto yo, o lo he escuchado, ya no me acuerdo muy bien. Lo cuenta todo como si acabara de llegar. Aún, en la indecisa palabra de ayer noche, está su última sorpresa, la cuenta como si la estuviera tocando con los ojos, y como ya es muy tarde no cuenta más sino que se va a soñar, ya no va a estar despierto. Y ya no lo está. Cuando pasa la noche ya los días crecen sin él, él no va a estar más, y sin embargo, las nubes implacables siguen marcando el tiempo que se va y vuelve como una cosecha y también como un temporal. Los árboles que iba contando también se han quedado solos, la tierra siempre es el recuerdo de todas las pisadas.

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