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Variaciones sobre un tema de Kant

José Antonio Martín Pallín

(En versión de

André Glucksmann)

Los grandes pensadores del pasado que llevaron la ilustración a las mentes de muchos ciudadanos no dispusieron de las columnas de los periódicos para difundir sus ideas. Afortunadamente, disfrutaban de tiempo suficiente para reflexionar serenamente en la soledad de sus escritorios. La realidad no les acuciaba y no tenían necesidad de hilvanar respuestas urgentes a los sucesos diarios que los medios consideran inaplazables.

El método y la razón eran sus guías inspiradoras, sobre las que iban construyendo las notas de una sinfonía siempre inacabada. Los flujos del pensamiento, el revoloteo fugaz de las imágenes y la visión necesariamente reducida del universo que abarcaban permitieron que su obra se haya hecho imperecedera. Esta permanencia del pensamiento ha facilitado a muchas generaciones anteriores y a todos nosotros su lectura desde muy diversas posiciones ideológicas y personales.

No podemos descartar el peligro de desnaturalizar las ideas y las frases aislándolas de su contexto. Confieso que no soy un conocedor profundo de la obra de Kant, por lo que seguramente incurriré en omisiones que puedan ser reprochadas.

André Glucksmann acaba de realizar una divertida e inteligente selección del pensamiento de Kant [EL PAÍS, 14 de febrero], haciéndole revivir el presente como si se tratase de un conciudadano que, habitando en Königsberg, es decir, en el corazón de la vieja Europa, decide de pronto solicitar un visado para Bagdad. El ilustre columnista comienza admitiendo que es necesario un visado para trasladarse a un país que se supone liberado de un tirano repugnante y asesino como todos los dictadores que en el mundo han existido. Antes debió advertirle que tenía que rellenar un extenso cuestionario en el que, entre otras cosas, debería responder a preguntas tan incisivas como si pensaba asesinar al presidente de los Estados Unidos si se lo encontraba por aquellos parajes en el curso de un viaje relámpago. Estoy seguro de que nada estaría más lejos de su pensamiento y que, como impenitente intelectual, quizá le recomendaría, inútilmente, la lectura de Crítica de la razón pura.

Si una vez en Irak, el señor Kant hubiera podido enviarnos unas crónicas de urgencia, no necesitaría muchas líneas para transmitirnos que allí nunca existieron, y que ahora tampoco existen, los llamados "valores republicanos" que los americanos rebautizaron como "derechos civiles" y que la tragedia de la Segunda Guerra Mundial hizo comprender a la humanidad que se trataba de "derechos humanos universales".

Es cierto que Kant escribió que el hombre desea la concordia, pero que la naturaleza humana comprende que a la especie le conviene la discordia y, por qué no decirlo, una cierta dosis de brutalidad cada cierto tiempo de la historia. No se puede parar en este punto la cita sin recordar que son precisamente los instintos resistentes del hombre hobbesiano (el hombre es un lobo para los hombres) y el sentido del egoísmo lo que justifica y explica que no se haya alcanzado la paz perpetua. Creo que el hombre actual está en mejores condiciones que sus predecesores para comprender que su naturaleza no es inexorablemente belicosa y trata por todos los medios de conocer su entorno, aunque muchas veces falle en su intento.

El discurso de Kant, de los racionalistas y de todo el pensamiento volteriano se sitúa en la orilla contraria a la que ocupan los ideólogos del realismo y del fatalismo histórico. Para éstos, sólo la fuerza y la virilidad de Marte es la válvula que impulsa la marcha, en el sentido maoísta, de la humanidad y de los Estados dirigentes, es decir, de los imperios del presente. Pero sucede que los pueblos son eterna y perennemente desagradecidos y, en lugar de salir a las calles para aclamar a los libertadores, les reciben con bombas y manifestaciones. Son tan descarados e impertinentes que incluso piden que les devuelvan el petróleo que la naturaleza puso bajo su subsuelo.

La inconsistencia de este pensamiento elemental y retrógrado se pone de manifiesto en cuanto la realidad nos proporciona algunas claves para evaluarlo. Resulta muy aleccionadora la respuesta que esos paladines de la salvación del mundo han dado a la actual postura de otro dictador impresentable como El Gaddafi. Este caballero, también poseedor de petróleo, dedicó parte de su actividad a colocar bombas en aviones repletos de pasajeros que estallaban en pleno vuelo sin posibilidad de que hubiera supervivientes. La espantosa brutalidad y frialdad del atentado de Lockerbie es perfectamente equiparable al de las Torres Gemelas.

El dictador libio se ha comportado y ha reaccionado como un señorito de cualquier lugar del mundo que, después de haber destrozado la vajilla y el mobiliario en una juerga nocturna, tira de chequera y pregunta al dueño cuánto importan los desperfectos extendiendo un talón con una generosa propina. Este gesto le ha merecido el reconocimiento de los invasores de Irak, que están dispuestos a rescatarle para convertirlo en un paladín de los derechos humanos.

En definitiva, la magnitud del pensamiento de Kant permite su lectura selectiva; ahora bien, creo que difícilmente se puede justificar, con pasajes troceados de su obra, las actividades contra el derecho internacional. Glucksmann, como un buen pianista, ha interpretado magistralmente las variaciones sobre un tema de Kant. Los melómanos siempre hemos preferido la audición integral de las obras de los compositores.

En definitiva, con la obra de Kant sucede como con la Biblia y el Evangelio; cada uno los lee e interpreta a su antojo y construye sobre sus textos conclusiones antagónicas que hasta son capaces de justificar las guerras de religión. No es igual el mismo pasaje leído en una parroquia elegante de un barrio adinerado que interpretado por un cura de un suburbio en el barracón de su iglesia.

Al final, lo más apasionante del magnífico artículo de André Glucksmann es su brillante idea de hacer reencarnar a Kant en un ciudadano de nuestro tiempo. Para mí, lo verdaderamente trascendente sería preguntarle de forma directa e inquisitiva: "Señor Kant, cuando gran parte de la humanidad, hace ahora un año, se movilizó para tratar de frenar el aniquilamiento de muchas vidas y del derecho internacional, ¿usted dónde estaría? ¿Con el grupo de ideólogos belicistas del Pentágono, con el señor Kagan a la cabeza, o firmando un manifiesto antibelicista y situándose al frente de las movilizaciones?".

Al final, lo que nos interesa es la toma de posiciones. Unas veces acertamos, pero también podemos equivocarnos. Estoy seguro de que, de la mano de Kant, estaríamos en el lugar adecuado.

José Antonio Martín Pallín es magistrado del Tribunal Supremo.

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