"No puedo respirar"
Testimonio de los colegas que acompañaron al corresponsal español las últimas horas
Los tiradores que acribillaron la masiva manifestación del domingo contra el depuesto presidente Jean Bertrand Aristide utilizaron armas largas y, entre otros objetivos, apuntaron directamente contra el grupo de corresponsales blancos en el que se encontraba el español Ricardo Ortega. El asesinado periodista tenía previsto abandonar Haití ayer mismo después de una estancia de nueve días en este país. Los matones del ex cura salesiano en el exilio causaron seis muertos y más de 20 heridos el domingo y su hostigamiento a la prensa extranjera fue salvaje durante los días más crispados del infernal conflicto antillano.
La manifestación opositora, con miles de personas en sus filas pidiendo el procesamiento de Aristide por corrupción, había transcurrido pacíficamente hasta su llegada al Palacio Nacional, sede de la presidencia haitiana. Parecía una marcha más. Ricardo había acompañado todo su recorrido. Eran las 14.00 (hora local) y casi se disolvía cuando se escucharon las primeras detonaciones. La cadencia de los disparos indicaba que las armas eran automáticas, presumiblemente fusiles de asalto, con posibilidad de disparar tiro a tiro o a ráfaga.
"El hostigamiento por parte de los matones a la prensa extranjera fue salvaje"
El testimonio de los colegas que acompañaron al corresponsal español durante el último trabajo de Ortega permite reconstruir su terrible agonía. Al escucharse los primeros tiros, la gente huyó en todas las direcciones, pero Ricardo Ortega y otros corrieron hacia el lugar donde impactaron y donde supuestamente había muerto el primer manifestante. El pandemonio era total e imposible de identificar el lugar de procedencia de la lluvia de plomo. Los manifestantes corrían en una y otra dirección, gritando o señalando. Algunos apedreaban las alturas de donde partía el ataque y otros recogían a los heridos.
Los atacantes, distribuidos en grupos, acribillaban desde las alturas que dominan la explanada del Palacio Presidencial, custodiado por los marines. Atrapado por el fuego cruzado, Ricardo corrió a refugiarse a una casa. Mikel Laughlin, fotógrafo del diario Sun Sentinel, de Fort Lauderdale, Florida (EEUU) había recibido dos balazos: uno en el hombro y otro en el cuello. Siete periodistas, varios norteamericanos, se habían resguardado ya en la vivienda o rincones de su patio. Debajo de las camas de una habitación, en los armarios de otras, o donde pudieron, se ocultaron todos porque temieron que los chimeres irrumpieran en las estancias, pistolas o machete en mano, para ultimarlos sin compasión.
Un fotógrafo estadounidense pudo telefonear a los marines desde su teléfono móvil, quienes a su vez informaron de la situación al embajador norteamericano, James Foley. Éste devolvió la llamada y pidió al grupo de corresponsales que se mantuviera en la casa porque pronto un pelotón de marines acudiría a rescatarlos. El tiroteo crecía en intensidad y cercanía, y cuadrillas de chimeres se desplazaban como gatos por los tejados. "Ricardo y yo nos quedamos en el patio, porque no podíamos salir", relató el fotógrafo alemán Marcel Mettelsiefen. Durante cerca de una hora angustiosa, los corresponsales permanecieron agazapados. Pero los movimientos y ruidos escuchados en el exterior, confundieron a Ricardo, que los creyó efectuados por la dotación de marines despachada por el embajador de EE UU. Fatalmente salió a la calle. Sin chaleco antibalas, blanco fácil para asesinos que pudieron haber utilizado fusiles de mira telescópica, un balazo le atravesó el pecho y otro, el abdomen. El hospital Canape Vert, con su entrada anegada por la sangre de los heridos, lo recibió sin esperanzas de que una intervención quirúrgica de urgencia pudiera salvarle. No fue posible. En cuestión de minutos, entró en estado de shock. Le habían reventado órganos vitales y apenas podía hablar. El fotógrafo de la agencia Efe, Marcos Delgado, escuchó las últimas palabras del valiente colega: "Trabajo para Antena 3 Televisión y no puedo respirar".
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