"Nunca les rematamos"
A sus 36 años, Mauro Silva asume con serenidad el ocaso de su carrera y sueña con el título europeo para despedirse
Al presidente de Brasil, Lula da Silva, le preguntaron durante una visita a España por su futbolista favorito. No tuvo que pensárselo, porque le sobraban elementos de juicio: "Mauro Silva". Hace años, cuando Lula era un sindicalista metalúrgico y Mauro una promesa, jugaron más de una pachanga juntos en São Bernardo, la ciudad natal del centrocampista del Deportivo y el lugar donde el futuro político forjó su leyenda de defensor de los débiles. Un amigo común les presentó y todavía mantienen contactos esporádicos.
Si Lula es la imagen de un país nuevo, Mauro, con una carrera ejemplar y una fortaleza física que se consideraba exclusiva de los europeos, también ha contribuido a derribar unos cuantos tópicos sobre el futbolista brasileño. Un hombre cabal, apaciguador, entregado a su profesión y a quien la fama y el dinero no han hecho perder de vista los problemas sociales. Tras 11 temporadas en el Depor, ya ha anunciado que se retirará tras la próxima. En su palmarés, que incluye una Copa del Mundo, sólo le falta un título, la Liga de Campeones, un sueño que pasa esta noche por el estadio Delle Alpi, de Turín.
Mauro es como un motor diesel que necesita recorrido para ponerse a pleno rendimiento. A pesar de sus 36 años, la constante se mantiene. "Me encuentro bien físicamente y, como siempre me ha ocurrido, mejor si cojo una secuencia de partidos", asegura; "pero sé perfectamente que ya no soy el jugador que era. Y también que ya no puedo ir a más en el aspecto físico. Es ley de vida". Cuando se le pregunta si la retirada le supondrá un trauma, contesta con rotundidad: "Ni mucho menos. Llevo muchos años preparándome para esto. La vida se compone de etapas. Estoy viviendo la final de una muy bonita. Y espero iniciar otra ni mejor ni peor, simplemente distinta".
La Champions, su gran aspiración confesada, le ha vuelto a deparar el interminable duelo con el Juventus: "Es un equipo peculiar", se sonríe; "siempre da la sensación de ser dominado, de que no está haciendo gran cosa... Y, sin embargo, sin ruido, sin brillantez, con su juego especulativo, acaba sacando provecho. La verdad es que nosotros hemos sentido muchas veces que parecíamos superiores a ellos, que estábamos en condiciones de rematarlos... Pero, al cabo, no acabamos de conseguirlo. Ahora bien, no nos pasa sólo a nosotros. El curso pasado eliminaron a los tres españoles, al Depor, el Barça y el Madrid. Ya les hemos ganado dos veces. Hay otro dato importante: con cualquiera de los resultados que hemos obtenido en Turín en los tres últimos años [dos empates sin goles y una derrota por 3-2], esta vez seguiríamos adelante".
Mauro llega a este partido con la necesidad de resarcirse tras el choque del sábado en Valencia, donde sufrió la primera tarjeta roja de su carrera. Su penalti a Aimar le mandó a la caseta, proporcionó al Valencia el primer gol y desequilibró el encuentro. Él protesta tímidamente: "Con el reglamento en la mano, puede que fuese correcta la decisión. Pero un penalti y una expulsión a la vez son determinantes. Los árbitros españoles deberían aplicar el reglamento con más flexibilidad. En la Champions o en Italia se lo piensan más antes de expulsar a alguien".
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