Nada de neofranquistas
La cuadrilla de desaforados buscabroncas que todavía nos gobierna se empeña en demostrar que sus raíces no están en el franquismo sino en la atroz derecha de siempre que lo alumbró
El portavoz
El repertorio de descalificaciones que utiliza el señor Zaplana contra sus adversarios políticos es de tan amplio registro que basta para desacreditarse a sí mismo. Se trata de una curiosa mezcolanza de arbitrariedades susceptible de albergar cualquier infamia. Lo mismo recurre al psicologismo de mercadillo cuando apela a la desdicha rencorosa de los otros que insiste en evidencias inexistentes negadas una y otra vez por los interesados, igual certifica las bondades de la política que representa sin molestarse en demostrarlas que simula contrariedades fingidas ante supuestos errores del adversario. Su peligro, y su éxito, provienen de ese carácter resolutivo del que está dispuesto a todo con tal de hacer fortuna, siguiendo un criterio según el cual no ya la verdad, sino la veracidad misma es un chicle que da sí todo lo que uno quiera. Vale que produzca estupor cuando se pone serio, pero ¿es necesario que parezca un sepulturero cuando se hace el gracioso?
La izquierda verdadera
Lo que inquieta de Izquierda Unida, tanto aquí como en otras comunidades, es que se carga de razones más que de razón histórica. A fin de cuentas, tampoco hace tanto tiempo que el alegre Pedro Jota Ramírez toreó a conciencia a un ingenuo Julio Anguita que, persuadido de que podía obtener más votos que los socialistas, hizo la pinzita con la derecha y dotó de cierta credibilidad a un periódico deletéreo. Incluso un histérico buscabullas como Jiménez Losantos, experto en halagos interesados, contraponía la honestidad del comunista cordobés al carácter pandémico del felipismo, al compás de una de las estrategias político-mediáticas más desvergonzadas que se han visto aquí desde los años de la transición, manejos del listo Rafael Blasco con los nacionalismos locales aparte. Si no recuerdo mal, hasta en la Turia coló aquella estrafalaria maniobra, cuando todos los Vergara estaban de acuerdo.
Candidata Alborch
Carmen Alborch ha cambiado mucho, es cierto, pero no tanto como para no seguir siendo ella misma. Por eso hay que creerla cuando asegura que entra en campaña -como quien dice con lo puesto, que tampoco es nada- porque está harta de sufrir durante la última legislatura a los diputados populacheros desde su escaño madrileño. Lo cierto es que cada vez que Carmen se ha hartado de algo, ha tomado medidas muy enérgicas y no exentas de riesgo. Desde su tesis sobre la letra de cambio con Broseta en la facultad de Derecho hasta la puesta en marcha del IVAM y su trabajo como directora general de Cultura, pasando por su etapa como ministra, Carmen ha asumido riesgos como mujer bastante peculiar en cargos que habrían hundido a muchos carentes de su determinación. Ha cambiado, es cierto, como todo el mundo. Pero en el corazón de una constancia razonable.
Antes del franquismo
Cierto que la guerra civil supuso un brutal punto y aparte en la historia de este país, pero eso no es razón para que tanto analista político tilde de neofranquista a la segunda etapa del gobierno de los populeros. La hipótesis de que esta tropa de fundamentalistas de sí mismos se comporta más bien como la derecha española de entreguerras que alimentó la serpiente aguerrida del militarismo africanista, no es nada desdeñable. A fin de cuentas, Franco se ocupó de dar por concluida la guerra que tuvo la amabilidad de comandar mediante un infame parte sobre cautivos y desarmados que le permitió continuar su guerra por otros medios. Pero estos de ahora nunca dan nada por concluido. España va tan bien que se diría que esta gente ha cumplido ya sus objetivos. De hecho, va todo tan bien que parece improbable que pueda ir todavía mejor, incluso con el concurso desinteresado de un gobierno trufado de religiosidad sectaria. ¿Qué tal una retirada a tiempo?
Vaya por Dios
Hay que creer al presidente de la Diputación de Valencia, Fernando Giner, cuando tilda de nazis los procedimientos de Pasqual Maragall para hacerse con la Comunidad Valenciana mediante un astuto golpe de mano. Al fin y al cabo, el también director de campaña de Eduardo Zaplana sabe muy bien de lo que habla, pues no en vano fue aguerrido falangista de la primera hora y distingue un método nazi sin mayor esfuerzo que el de dejarse llevar por lo que sigue siendo. La referencia a Napoleón parece, sin embargo, algo exagerada, pues no termina de estar claro que los socialistas catalanes se apresten el asedio de Moscú, y más en medio de un invierno tan frío. A lo mejor esperan a que pasen Fallas, los muy cucos. En cuanto al imperialismo catalán, lo mismo. No duden de que el tal Giner es también experto en el más rancio imperialismo. Un tanto rústico, pero experto.
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