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LECTURA

Un hombre bueno en África

Uno de los muchos tristes sucesos que han acompañado el nacimiento de la democracia en Suráfrica fue la muerte, el mes pasado, de John Harrison, el corresponsal de la BBC. Hora y media después de que nos llegara a Johanesburgo la noticia de que John había muerto en un accidente de automóvil, sonó el teléfono en su casa. Lo contestó una amiga de Penny, la mujer de John.

"Hola. Soy Nelson Mandela. ¿Podría hablar con la señora Harrison, por favor?".

La primera reacción de la amiga fue pensar que era una broma de pésimo gusto. Pero el interlocutor insistió y acabó convenciéndola de que era quien decía. Penny acudió al teléfono. Era un momento especialmente frenético para Mandela, con la campaña electoral, la crisis de Bophuthatsuana en plena efervescencia, el problema permanente de Buthelezi y la carnicería de Natal. Sin embargo, no fue un gesto hecho para cumplir. Ni, desde luego, para captar votos. Mandela habló con Penny durante casi media hora. No tengo ni idea de qué se dijeron, ni siento deseos de indagar.

'Heroica tierra cruel'

John Carlin.

Seix Barral. Los Tres Mundos. Ensayo.

En todos los rincones que ha visitado se le ha recibido como si fuera una combinación del Papa, Pelé y Elvis renacido. Al mismo tiempo es el padre de todos, un padre afectuoso cuyas duras reprimendas no pueden tomarse en serio
Si alguien pudiera darme datos de la vida privada de Mandela que demostraran que es un fraude, un hombre egoísta, malicioso o mezquino, estaría tan fascinado como asombrado
En este preciso momento de la historia de Suráfrica, dejemos de lado nuestras ideas de objetividad, abandonemos el escepticismo y reconozcamos que Mandela nos tiene cautivados
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Un periodista con valor

Pero imagino que hizo la única cosa de valor que uno puede hacer en tales circunstancias. Supongo que le transmitió solidaridad con su sufrimiento y le recordó que él también perdió a un ser querido en un accidente de coche, uno de sus hijos, mientras estaba en la cárcel de Robben Island.

Un mes después, durante una concentración del CNA en Durban, Mandela vio a la amiga de Penny Harrison entre los periodistas. Se acercó a ella, la saludó y preguntó: "¿Cómo está Penny?".

El martes de la semana pasada presenciamos uno de los acontecimientos más importantes de la política surafricana reciente en los edificios de la Unión, la sede del Gobierno en Pretoria. Fue una conferencia de prensa conjunta de Mandela, F. W. de Klerk y Mangosuthu Buthelezi, en la que -para profundo alivio de los ciudadanos que pensaban que la nueva Suráfrica se ahogaría en un baño de sangre- Buthelezi anunció que iba a participar en las elecciones.

Era una ocasión que inspiraba declaraciones políticas grandilocuentes. De Klerk estuvo a la altura y habló el primero, seguido de Buthelezi y Mandela. "En primer lugar", comenzó Nelson Mandela, "quiero mostrar mi más profunda simpatía a la familia de Ken Oosterbroek". Oosterbroek era un fotógrafo del Star de Johanesburgo que había muerto en un fuego cruzado en el distrito de Thokoza, menos de 24 horas antes. "Confío sinceramente en que sea el último periodista que muera en nuestro país como consecuencia de la violencia sin sentido".

Reconozcámoslo los periodistas que hemos seguido de cerca a Mandela en estos últimos años. En este preciso momento de la historia de Suráfrica, dejemos de lado nuestras ideas de objetividad, abandonemos el escepticismo precavido que exige nuestra profesión y reconozcamos que Mandela nos tiene cautivados, por completo y sin remedio.

Al Mandela político, si se quiere, se le pueden poner reparos. Tiene un temperamento autocrático. Se supone que las reuniones de la ejecutiva nacional del CNA en las que se discuten cuestiones cruciales de política tienen que ser una plataforma para el debate democrático. Y lo son, hasta cierto punto. Pero el truco que emplean los espíritus más astutos en esas reuniones es dirigir sus argumentos específicamente a Mandela y deslizarse en sus procesos mentales a base de estudiar sus cambios de humor, sus prejuicios y las cuestiones en las que no está dispuesto a ceder. Cuando termina el debate, él, como presidente, hace el resumen. Cualquier decisión nueva que se haya tomado lleva su sello personal.

Ahora bien, su autoritarismo, más que ofender, seduce. Mientras se dirigía a la multitud durante un mitin electoral, vio a un policía que trataba con cierta dureza a un chico sobreexcitado. Interrumpió el texto que llevaba preparado: "¡No, agente! ¡Deténgase! ¡Ésa no es forma de tratar a un niño!". Y ordenó una cosa imposible de realizar, que llevaran a todos los niños a la primera fila, lejos del amontonamiento.

¿Qué otros defectos tiene? Es obstinado, a veces con recochineo. Por ejemplo, permaneció con su esposa mucho después de que la hubieran condenado por agresión y secuestro, mucho después de que prácticamente toda la gente a su alrededor la calificara -para decirlo con suavidad- como un misil descontrolado. Asombrosamente, Mandela se muestra siempre generoso en sus declaraciones públicas sobre P. W. Botha, el provocador -casi todos los miembros del CNA dirían "repugnante"- predecesor de De Klerk.

Coetsee

Y no hay que olvidar a Kobie Coetsee, el gris ministro de Justicia y Defensa. Coetsee fue el primer miembro del Gobierno surafricano con el que entabló conversaciones, cuando todavía estaba en la cárcel, con el fin de preparar el camino para el acuerdo negociado que culmina esta semana en los colegios electorales. Lo que inquieta ahora a los asesores de Mandela es la probabilidad de que, empujado por una concepción sentimental de la lealtad, conserve a Coetsee en el gabinete del nuevo Gobierno de unidad nacional.

Además, Mandela tiene una forma anticuada de conseguir las cosas. Habría encajado a la perfección en un club victoriano de caballeros del siglo XIX. La diferencia, quizá, es que no fuma ni bebe. Y nunca, jamás, dice palabrotas. Es más, resulta inimaginable que alguien pueda tener el mal gusto de utilizarlas en su presencia. Dos palabras que utiliza con frecuencia son "correcto" e "incorrecto". Por ejemplo: "La conducta del jefe Buthelezi fue muy incorrecta", o "no me parece que el señor De Klerk se haya comportado de forma apropiada".

El domingo pasado, ante 70.000 personas reunidas en un estadio de fútbol de Soweto, expresó su enfado contra un grupo que había disparado al aire: "Tengo que decir que estoy indignado con la conducta de esas personas", afirmó. Sin embargo, cuando regaña a una multitud del CNA, cosa que hace con frecuencia, suele provocar risitas nerviosas. En todos los rincones del país que ha visitado se le ha recibido como si fuera una combinación del Papa, Pelé y Elvis Presley renacido. Pero, al mismo tiempo, es el padre de todos, un padre afectuoso cuyas duras reprimendas nadie puede tomar muy en serio.

De ahí que, cuando declara -como hizo en la concentración de Soweto- que quiere a todas y cada una de las personas que le escuchan, no resulta empalagoso, falso ni ridículo, como podría pasarle, por ejemplo, a Bill Clinton. Es evidente que Mandela sabe actuar para la galería, pero siempre parece sincero; una cosa extraordinaria en un político.

Lo digo con cierto conocimiento de causa. Le he entrevistado, he charlado muchas veces con él, le he visto de cerca en montones de mítines. A veces me acuerdo de mi profesión e incluso intento hacerle pasar un mal rato. En una rueda de prensa en enero (en la que sugirió que deberíamos proponernos, como resolución para el nuevo año, no hacerle preguntas difíciles) le pregunté cómo era posible, dada su oposición a la violencia, que el CNA pudiera tener en sus listas electorales a una persona condenada por secuestro (su esposa).

Hizo una señal de reconocimiento, como diciendo "buena pregunta", y contestó algo así como que el pueblo la había elegido y él no podía hacer nada más. Después, al terminar la rueda de prensa, me buscó, me dio la mano y preguntó, con ese interés aparentemente genuino que caracteriza a las personas encantadoras, qué tal había sido mi Navidad.

Mandela es bastante exquisito (tiene un camisero que le llena sus armarios gratis) y le gustan las periodistas, la mayoría de las cuales tiene menos de la mitad de su edad. Hay dos o tres con las que coquetea y a las que abraza en cuanto la ocasión lo permite. Una es Debora Patta, que trabaja para Radio 702 de Johanesburgo. En una visita a Robben Island, hace dos meses, la vio luchando con una pesada bolsa llena de material de radio y le preguntó si podía llevársela él.

Hace tres semanas, en Kruger Park, mientras esperábamos en la medianoche un avión para volver a casa tras una sesión de 12 horas con Buthelezi y De Klerk, pidió disculpas al grupo de periodistas por habernos hecho esperar seis horas para una rueda de prensa. Y entonces vio a su amiga. "Debora. Estoy muy preocupado. ¿Has tenido alguna oportunidad de comer algo hoy?".

En política, a menudo, hay una contradicción entre el individuo privado y el personaje público. Uno de los placeres del periodista es ofrecer pruebas de esas disparidades. Si alguien pudiera darme datos de la vida privada de Mandela que demostraran que es un fraude, un hombre egoísta, malicioso o mezquino, estaría tan fascinado como asombrado. Todo el mundo que conozco y que ha pasado tiempo en su compañía -embajadores, empresarios, políticos de derechas o sus camaradas de la dirección del CNA- le considera un hombre de inmensa integridad, cuya generosidad en la esfera política, sobre todo su extraordinaria falta de rencor contra los blancos, está en armonía con el hombre privado.

(29 de abril de 1994)

Qué hizo que Eddy

se uniera a Mandela

"La gente está agradablemente sorprendida", dice Eddy von Maltitz, dirigente del grupo de extrema derecha RCC (Resistencia Contra el Comunismo). Se refiere a la respuesta de sus partidarios al primer Gobierno negro de Suráfrica. "Estoy orgulloso de Nelson Mandela. No discrepo en absoluto de sus objetivos fundamentales. Sólo espero que podamos ayudarle".

Hace seis meses, Von Maltitz, cinturón negro de kárate y antiguo soldado, estaba completando los planes de guerra de la extrema derecha. Aseguraba que tenía a 7.000 luchadores bien entrenados bajo sus órdenes, entre ellos sus hijos adolescentes, chico y chica. Según cuenta, en colaboración con el AWB de Eugene TerreBlanche, los Wit Wolves (Lobos Blancos) y docenas de grupos parecidos, conspiraba para detonar 2.000 bombas en todo el país en la semana previa a las elecciones del 27 de abril. Había participado en el asalto al World Trade Center de Johanesburgo, en el que la dirección del CNA, el Partido Nacional y otros daban los toques finales a la nueva Constitución democrática.

"No pedimos la República bóer, no pedimos nuestra patria", declaraba a los periodistas. "Vamos a apropiarnos de ellas". En cuanto a Mandela, tenía una postura muy clara: "Ese hombre es un jefe terrorista". Sin embargo, desde el espasmo preelectoral en el que estallaron tres bombas en Johanesburgo, con la consiguiente muerte de 21 personas, la extrema derecha de Suráfrica permanece callada.

Ficksburg, situada en el corazón del Estado Libre de Orange, en la frontera con Lesotho, era el territorio de la extrema derecha. Hoy, en el hotel Hoogland, en la tranquila plaza Mayor, se ve a un hombre negro trajeado hablando en afrikaans con dos blancos corpulentos. En la terraza se ve a un hombre negro y otro blanco que charlan, despreocupados, mientras toman una cerveza.

Es en la terraza donde Von Maltitz cuenta cómo ha cambiado el universo desde la toma de posesión del presidente Mandela. Él no ha cambiado su forma de vestir -mono militar verde, botas de camuflaje de color verde claro, pistola de 9 mm-, pero quiere dejar clara su postura y saluda a los transeúntes negros en sotho, la lengua local.

El momento decisivo para Eddy ocurrió una noche, dos semanas después de las elecciones, cuando telefoneó a Radio 702 de Johanesburgo para hablar con el invitado que tenían en el estudio, Nelson Mandela. "Este país se verá inmerso en un baño de sangre si sigue paseándose con los matones comunistas", advirtió. "Eddy", respondió Mandela, "le considero un surafricano digno de respeto y no tengo ninguna duda de que, si nos sentamos a intercambiar nuestros puntos de vista, yo me acercaré a usted y usted a mí".

Eddy se sintió completamente desarmado. "Vamos a hablar, Eddy". "De acuerdo, señor Mandela". Al recordar la conversación, exclama: "¡Tengo que decirle que nos caímos estupendamente!". Desde entonces, la conducta del presidente no ha hecho más que fortalecer su fe recién hallada. "Es la forma que ha tenido de extender la mano a los bóers. Por ejemplo, cuando dijo que todo el mundo debía aprender Die Stem [el himno nacional de la Suráfrica blanca], me cautivó. Es un hombre honrado. Tiene integridad y compasión. Es un hombre que ha hecho un gran sacrificio por su causa; lo contrario que De Klerk, que no ha hecho un sacrificio jamás en su vida".

Terror Lekota

A Eddy también le ha cautivado el primer ministro del Estado Libre de Orange, Terror Lekota, elegido gracias a la mayoría del 88% que tiene el CNA en la provincia. "Terror me llamó varias veces para que fuera a su fiesta de cumpleaños en la gran mansión de Bloemfontein. Fue una decisión difícil, pero ya había convencido a la extrema derecha de que había que dar a esta gente una oportunidad, así que dijeron que tenía que ir. Fui y nos entendimos muy bien. Estoy orgulloso de Terror. Se apoya verdaderamente en las raíces. El Partido Nacional nunca me invitó a esa mansión, nunca se ensuciaron las manos con las raíces".

Lekota, además, hizo algo que no había hecho ningún dirigente del Partido Nacional: le agradeció en persona la aportación que había hecho a la economía con su granja lechera. "Si hubiera que elegir claramente entre el CNA y el Partido Nacional, elegiría el CNA en cualquier momento", dice. "Mire, no quiero ser deshonesto. Estaba equivocado. Esas personas decían que iban a nacionalizar, que iban a quitarnos la tierra. Antes de las elecciones esperábamos que hubiese saqueos masivos en las ciudades, una anarquía total, un desinterés absoluto. Por eso convoqué a los perros de la guerra".

"Ahora les he desmovilizado. Me he jugado el cuello, así que me interesa que las cosas vayan bien. Quiero contribuir a evitar la violencia, tener estabilidad y las inversiones extranjeras que el país necesita".

¿Alguna preocupación? "Sí. Está la educación de nuestros hijos. Está la religión. Vamos a ver qué hace el Gobierno. Y, si la economía no marcha bien, tendremos el caos. Así que vamos a mantener la pólvora intacta. Todavía tengo sacos de arena alrededor de mi casa".

¿Y los comunistas? "Slovo me irrita", suelta como un ladrido. Joe Slovo -presidente del partido comunista, ministro de la Vivienda y judío- es, desde hace mucho, la mayor pesadilla de la derecha. Pero, de pronto, el viejo Eddy recuerda que ahora es el nuevo Eddy. "La verdad es que tengo que decir que Slovo está moderándose, está aprendiendo qué es lo que hay que hacer".

El auténtico enemigo es el Partido Nacional de De Klerk. "Los detesto. Son despreciables. Son corruptos. Han utilizado sus largos años en el Gobierno para hacerse sus nidos. No hicieron nada por el país". Y no le invitaban a la gran mansión; no hablaban con él por teléfono; no escuchaban sus opiniones; no le tomaban en serio; le trataban con altanería y no le mostraban el aprecio que merecía.

Eddy quiere a Mandela y a Lekota porque ellos le quieren a él.

(7 de octubre de 1994)

Mandela practica el boxeo en la época previa a su encarcelamiento como líder del <i>antiapartheid.</i>
Mandela practica el boxeo en la época previa a su encarcelamiento como líder del antiapartheid.

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