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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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Los peligrosos juegos del gato con el ratón

LOS FUTUROS VOTANTES suelen prestar menos atención al análisis de las promesas electorales que a la comparación entre las realizaciones del Gobierno y las acusaciones lanzadas por la oposición contra las oportunidades desaprovechadas desde el poder para sacar un mayor rendimiento alternativo de las coyunturas favorables. El crecimiento del gasto público de los Estados modernos, el ubicuo alcance de las políticas redistribuidoras y los recursos de la propaganda oficial para magnificarlas benefician a los candidatos que comparecen ante las urnas a la vez como munificientes Reyes Magos ministeriales. La patrimonialización del Estado por el Gobierno (y de la Administración por su partido) trata precisamente de borrar las huellas del origen impositivo o contributivo de ese dinero público que los gobernantes populares parecen gastar como si fuese suyo.

La fiebre de inauguraciones oficiales a cargo de ministros y dirigentes del PP trata de burlar la prohibición de hacer propaganda en los medios de comunicación públicos durante los periodos electorales

El portavoz Zaplana, que hace restallar las partidas presupuestarias sobre el tapete de las ruedas de prensa tras los consejos de ministros con el estrépito de las fichas de dominó golpeadas sobre la mesa de mármol por los jugadores, fue obligado, a mediados de enero, por la Junta Electoral a desmontar un costoso plan publicitario dedicado a loar su rumbosa generosidad como titular de Trabajo y Seguridad Social. Las juntas electorales -de composición mayoritariamente judicial- no sólo resuelven los conflictos en torno a las limitaciones impuestas por la ley electoral a las campañas propagandísticas; también vigilan el cumplimiento de otras medidas favorecedoras de la igualdad de oportunidades entre los competidores ante las urnas.

El Estado subvenciona las actividades electorales de los partidos (así como el envío directo y personal a los votantes de sobres y papeletas de propaganda) y fija un tope máximo de los gastos de campaña, sea cual sea su procedencia. Aunque la representatividad de cada partido (acreditada por los precedentes históricos de sus anteriores comparecencias electorales) obligue luego a flexibilizar en la práctica ese principio equitativo orientador, la ley electoral reconoce al menos el doble principio de que nadie debe ser excluido del proceso representativo por falta de medios económicos suficientes ni tampoco autorizado a invertir recursos ilimitados con el fin de ganar para su causa a los votantes a golpe de talonario.

La publicidad electoral en los medios de comunicación de titularidad estatal se halla sometida igualmente a un doble régimen de ayuda y de prohibición: la distribución de espacios gratuitos de propaganda marcha en paralelo con la interdicción de la publicidad pagada en las televisiones públicas (y también privadas). Además de controlar en términos operativos la equidad de ese reparto de espacios publicitarios sin costes, la Junta Electoral es también la instancia encargada de garantizar la neutralidad informativa y el respeto al pluralismo político y social de los medios de comunicación de titularidad pública durante la campaña. Pero el que administra la ley también fabrica la trampa: el diablo de la publicidad electoral expulsado de la televisión por la puerta regresa disfrazado por la ventana.

El Gobierno del PP y sus representantes en las comunidades autónomas y los ayuntamientos están jugando con las juntas electorales de los diferentes ámbitos territoriales como el gato con el ratón. Las inauguraciones de colegios, embalses, logotipos, pistas de pádel, pasos a nivel o exposiciones alimentan de forma abrumadora los telediarios: no como propaganda -prohibida- del PP, sino como información -fidedigna- de los desvelos del Gobierno por los ciudadanos. Sacrificando heroicamente su acendrada pasión por la intimidad, Cascos ha decidido abandonar la vida pública a golpe de primeras piedras, traviesas intermedias o últimas dovelas; y tampoco Aznar desaprovecha ninguna ocasión para despedirse de los aficionados, sea inaugurando las nuevas instalaciones del aeropuerto de Barajas con un año largo de adelanto, sea llorando la muerte de Isabel la Católica con 500 años de retraso.

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