Cuando las víctimas salen en los mítines
Oigo la vieja canción del Boss español, el gran Miguel Ríos, ese hombre de piel y fuerza que nunca será un cadáver exquisito porque hay viejos rockers que nunca mueren: "Dejo sangre en el papel, y todo lo que escribo, al día siguiente rompería, si no fuera porque creo en ti...". "Cada verso, un jirón de piel...". Hay palabras que surgen así, del centro mismo de nuestro motor vital, como si fueran la piel arrancada, como si viviéramos un strip-tease integral del alma y nos quedáramos tan desnudos como el rey el día que los niños lo miraron. Me pasa a veces, quizá en los textos más íntimos, cuando el pudor de los sentimientos se rebela contra la gramática. ¿Quién es el impertinente que pone palabras al viento? También me pasa cuando me afloran los escrúpulos más intensos, surgidos de convicciones que están ahí, presentes, para alarma de la conciencia. Tutores de la moral que tiene que latir obligatoriamente bajo las ideas.
Hoy es uno de esos días de jirón de piel. Hablar de víctimas siempre me crea una punzante sensación de vergüenza. ¿Quiénes somos, simples supervivientes, para mentar el nombre de la víctima en vano? Pero como la política pierde escrúpulos a toneladas, y estamos viviendo una campaña de ruido grueso, más cercana a una pelea de videntes -¿quién puede debatir con alguien que dice haber visto a la Virgen?- que no a una confrontación de proyectos, creo que es necesario hablar de lo que merece silencio, aunque sólo sea para recuperar el silencio. Sí. Se trata de las víctimas del terrorismo. Se trata del uso perverso que se hace de su memoria y de su carga simbólica. Se trata del abuso de su dolor. Se trata de lo que está ocurriendo en esta España mitinera y tosca cuyo nivel de exigencia ética ha bajado toda la escalinata hacia el infierno. Me repugna profundamente el uso del terrorismo como arma electoral y me niego frontalmente a creer que ello es normal, es común y hasta es permisible.
Hablemos, por ejemplo, de nuestros amigos norteamericanos, esos que denostamos todos los días, cuyos chistes no entendemos, cuyas neuras colectivas despreciamos, cuya política exterior nos cabrea profundamente. Nosotros, que somos tan felices cuando podemos sacar a pasear nuestra pancarta adolescente del go home, casi nunca hacemos la comparación cuando los que salimos mal parados somos los de casa. Por ejemplo, el asunto que nos ocupa. Ha salido el amigo de José Mari, el señor Bush, con un llamativo inicio de campaña electoral en televisión. Las imágenes valían más que mil palabras: antes de su llegada, desolación, crisis económica, ruinas en el centro de Wall Street, torres que caían, gente que lloraba, la muerte galopando a caballo del terrorismo internacional. Después de él, un país seguro, pujante, sereno, temido, etcétera. Lo relevante no es la demagogia gruesa que el anuncio comporta, sino que todas las organizaciones vinculadas a las víctimas del 11-S han pedido inmediatamente el respeto a sus muertos y han exigido que desapareciera de la campaña cualquier utilización política de las víctimas. Es decir, se han indignado, han reaccionado y tendrán éxito. Poco importa dónde estén las simpatías políticas de cada cual. Lo que importa es que con los muertos no se juega.
¿Dónde están, me pregunto en estos días aciagos, las Asociaciones de Víctimas del Terrorismo? ¿Por qué no fueron a la manifestación de Barcelona? ¿Habrían ido si hubiera participado el Partido Popular? ¿Por qué han hecho declaraciones políticas con lo de Carod? Al mismo tiempo, ¿cómo es posible que no hayan protestado por la utilización que el PP hace del terrorismo? ¿Es ésta una cuestión que no les incumbe? ¿O ya les va bien? Y, ¿qué papel tienen en la demonización del nacionalismo democrático vasco? Pero, por encima de todo, ¿cómo es que permiten que los muertos, nuestros muertos, los muertos de todos (incluso los que nunca volaron con gaviotas), entren en campaña electoral? ¿Cómo es posible que acepten y hasta estén encantados con la estrategia del PP de patrimonializar la lucha antiterrorista? A diferencia de los colectivos de víctimas del 11-S, que son escrupulosos con la memoria, los de aquí son cómplices -por acción e inhibición- de la utilización de las víctimas. Y decirlo no me llena de alegría...
Con toda sinceridad, el Partido Popular usa electoralmente, sin complejos, el tema del terrorismo porque la sociedad civil implicada lo permite, la sociedad civil sensible se inhibe y a la sociedad en general le importa tres pepinos. Si ese uso perverso creara repugnancia en el estómago colectivo, como ocurre en la sociedad norteamericana, se acabaría muy pronto. Sin embargo, no es así, y llevamos años de abuso político del terrorismo, años de estrategia partidista y años de utilización de la memoria trágica. Esto no es nuevo, sólo que, como nadie lo ha parado, ha ido a peor. Y no sólo no lo ha parado nadie. Algunos implicados en la custodia de la memoria, lo han aplaudido.
A jirón de piel, como siempre que uno escribe sobre el dolor. Pero ello no impide alzar la voz para pedir, aunque sea vanamente, que callen los mítines y vuelva el silencio. El terrorismo no es un anuncio electoral. No lo es a pesar de parecerlo.
Pilar Rahola es periodista y escritora.
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