El mito indestructible
Para quien haya visto primero Espartaco, de Stanley Kubrick, con Kirk Douglas a la cabeza de un fenomenal reparto, la lectura de la novela en que está basada la película resulta algo sorprendente. Espartaco atraviesa las páginas de la historia sólo como la sombra de un desaparecido, un espejo que devuelve a los romanos que lo escudriñan (el filósofo Cicerón, Craso el militar o Graco el político) una imagen exacta de sí mismos y que les hace sudar de pánico en la noche, meditar largamente la ruina posible de Roma, reafirmarse con violencia o intentar redimirse mediante la acción. Sin embargo, aunque la principal protagonista del relato es Roma, a lo largo del libro intuimos que en verdad únicamente existe Espartaco y que los romanos sólo son fantasmas que buscan desesperadamente aferrar algo vivo, bueno, puro o libre -de lo que ya no tienen apenas noticias en su vida podrida de cinismo, oportunismo y miedo- en los testimonios sobre Espartaco o las historias de su mujer Varinia. "(Roma) estaba obsesionada con Espartaco, porque era todo lo que los romanos no eran".
ESPARTACO
Howard Fast
Traducción de Leonardo Domingo
Edhasa. Barcelona, 2003
500 páginas. 25 euros
En efecto, durante los últimos años de la República la corrupción ha penetrado todos los hilos que tejen Roma, las únicas significaciones comunes son el poder y el dinero, los valores dominantes están troquelados en el molde del espectáculo: presente perpetuo, imagen y superficie. El circo, el poderío militar, la libertad de las costumbres no colman de satisfacción a nadie: la angustia roe por dentro el corazón de la grandeza imperial de Roma. La organización social es una pantalla dispuesta para no contemplar de frente y medirse al hecho decisivo: desde la educación hasta la economía, la vida de Roma entera está cimentada sobre la sangre y los huesos de los esclavos. Por eso, como explica Cicerón, "un levantamiento de los esclavos implica más guerras que todas nuestras conquistas". Cuando los gladiadores desobedecen la máxima que se les tatúa diariamente en el alma, "gladiador, no hagas amistad con gladiadores", todo el edificio salta por los aires. Los romanos se descubren súbitamente patéticos hombres huecos frente a la afirmación rebelde de dignidad, libertad, igualdad, vida.
Chesterton decía que el monár-
quico
Walter Scott poseía de modo extraño el aliento de la Revolución porque consideraba que el lenguaje era el arma natural de los oprimidos. Howard Fast tiene la misma profunda intuición: Espartaco es una historia de las historias, narra cómo en los relatos y los mitos que las comunidades hacen y deshacen viajan las semillas de revuelta contra el despotismo. En su celda de gladiador, "Espartaco había escuchado de labios de Crixo el relato de la continua e interminable lucha de los esclavos sicilianos". Los nombres de los esclavos rebeldes circulan de boca en boca, con esa magia y dureza diamantina que tienen los nombres propios, agujereando el silencio decretado por los romanos: Eunos, Athenion, Salvio... Espartaco sabe bien que las guerras se ganan ante todo en los imaginarios: después de la primera batalla victoriosa contra las cohortes venidas directamente de Roma, deja con vida a un solo soldado para que transmita su nombre de vuelta al Senado. En las hogueras de los campamentos y las villas de los patricios, la leyenda sobre la hechura extraordinaria del líder rebelde encoge el ánimo de los romanos, mientras que alarma de rebelión los oídos de los esclavos. Roma representa sobre todo el desprecio por la vida: mujeres tratadas diariamente como ganado, niños trabajando hasta la extenuación en las minas, hombres batiéndose a muerte en el circo. El mito de Espartaco porta en sí todo lo contrario: la "ilimitada claridad de la esperanza humana", la convicción indestructible del valor de la vida de todos los seres humanos sobre la tierra.
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