Debate, ¿qué debate?
Nada mejor que un debate a cuatro para impedir el verdadero diálogo; para hacerlo además sin que nadie proteste. No podemos quejarnos de que no hubo debate porque en teoría hemos asistido a la quintaesencia de la democracia. Eso dicen los periódicos. Pero debate, debate, lo que se dice debate, no hubo. Ahora bien, como espectáculo fue el mejor de los programados hasta ahora. Actuaron Manuel Chaves (PSOE) y Antonio Ortega (PA) sobre fondo celestial, ambos con corbata del mismo color; Teófila Martínez (PP) con una chaqueta blanca y Diego Valderas, también con corbata azul; ambos sobre un fondo turbio, de colores difusos. Todo ello, naturalmente, casual.
Cada uno de ellos intervino por riguroso orden y alguno protestó cuando otro lo interrumpió con alguna réplica, es decir cuando alguien se atrevió a romper el monólogo, a dialogar. Manuel Campo Vidal veló turnos y tiempos, pero con tanto celo que abortó el debate. No es su culpa, sino culpa del formato. Casi todas la interrupciones fueron de Chaves a Martínez. A nosotros nos parecía bien que Chaves replicara; eso es un debate. Pero la asepsia del formato convertía sus reacciones, naturales, en reacciones extemporáneas. En estas cosas tan esterilizadas, un ser demasiado humano como Chaves queda mal. No estuvo fino el presidente, la verdad. Se le notó demasiado que la "Señora Teófila", como la llamó durante hora y media Diego Valderas, le ataca los nervios. Francamente: yo pensaba que Chaves, Valderas y Ortega iban a merendarse a Martínez. Pero no fue así. Martínez salió del debate viva, muy viva. O ella supo manejarse con destreza o Chaves no supo ponerla contra las cuerdas.
Vimos a Chaves con la desgana del que no necesita esforzarse para seducir. O, lo que es peor, con la desgana del que ya está cansado. Pero Chaves tiene tablas, y sabe cuáles son los gestos, las inflexiones de voz con que se expresa el entusiasmo. Aún así, ese entusiasmo de Chaves por el crecimiento económico y por la política social de su Junta no logró traspasar la pantalla, no llegó, por lo que pensamos que debió de ser un entusiasmo impostado. Y además había demasiados papeles ante él. Un presidente debe tener la gestión del organismo que preside metido en la cabeza. El problema, con todo, es que el enemigo más fiero de Chaves no es ninguno de los que participaron en el presunto debate del jueves, sino la simple realidad. Nuestra experiencia diaria no se corresponde con la euforia que muestran él y los suyos ni con su cantinela sobre la segunda modernización de Andalucía. Los representantes de IU y del PP se limitaron a ponerle delante de las narices unos cuantos ejemplos de la triste realidad, se limitaron a recordarle que la primera modernización, el desarrollo total del Estatuto, aún no ha finalizado. En algunos casos exageraban, sobre todo Martínez, pero en otros hay que reconocer que tenían más razón que un santo.
Antonio Ortega por su parte vino a decir que "tor mundo é güeno". O malo, que viene a ser lo mismo: no hacemos más que pelearnos. Y dibujó su Arcadia particular: una región donde los andaluces no estén como ahora, divididos por las ideologías, sino unidos por la sustancia de la tierra y formando un poderoso grupo de presión.
Así lo vimos nosotros, así se lo hemos contado.
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