Madrid
Si bien no todos poseemos la cualidad extraña de los sinestésicos, que ven palabras, sabores y olores de un color determinado, el resto de las personas, más humildemente, tendemos a sentir emociones cuando escuchamos un nombre o cuando probamos un sabor que quedó perdido en la memoria infantil. Proust dio categoría literaria a esta capacidad de los sentidos para evocar recuerdos. Todos los espíritus sensibles amantes de las palabras de Proust se acuerdan de él cuando los sentidos evocan un momento de la niñez. Pero no siempre las asociaciones son agradables ni proustianas. A fuerza de que políticos y periodistas hablen despectivamente de Madrid, la palabra que nombra a esta ciudad en la que yo vivo ha quedado relacionada, para mucha gente, con el poder y la intriga. Cada vez queda menos de aquel verso machadiano: "¡Madrid, qué bien tu nombre suena!". No sólo está denostado Madrid a nivel político, también hay escritores que al no triunfar como creen merecerse achacan a ese ente llamado Madrid una confabulación contra ellos, porque imaginan que aquí en Madrid hay reuniones diarias para otorgar el éxito de manera arbitraria. También hay cineastas que, a pesar de disfrutar de generosas subvenciones de sus gobiernos autonómicos, piensan que Madrid no les comprende porque, aunque ese ser perverso llamado Madrid sea causante de todos sus males, desean triunfar aquí más que en ningún otro sitio. No saben que los que vivimos aquí a veces envidiamos la cualidad de artista periférico porque así tendríamos la posibilidad de quejarnos un poquito de vez en cuando, que también gusta. Yo no sé dónde está situado ese Madrid tan malévolo del que hablan. No lo encuentro y mira que me fijo cuando paseo. No lo encuentro en esta calle de López de Hoyos por la que zascandileo un miércoles por la mañana, esta calle feúcha de comercios vivos y populares. No lo encuentro en este Mercado de Prosperidad al que entran las señoras con los pelos de permanente sin peinar todavía por detrás. No lo encuentro en este sol que nos ha bendecido después de la nieve. Me duele el odio que provoca esa palabra, Madrid, en tanta gente que no sabe ver con amor esta ciudad mestiza; y me espanta que las tareas mañaneras de toda esta gente inocente pudieran verse alteradas de pronto con una explosión asesina.