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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Transición truncada

La farsa electoral consumada en Irán es el réquiem a las esperanzas suscitadas hace siete años, tras la arrolladora victoria del presidente Jatamí, en la transformación del régimen teocrático que Jomeini instauró hace un cuarto de siglo. Los candidatos conservadores contarán con mayoría absoluta, fraguada sobre las restricciones impuestas a los reformistas, pero también sobre la desmovilización electoral. La participación, algo mayor de lo previsto, queda lejos de la de 2000, cuando el 67% acudió a las urnas con la esperanza de promover el cambio que no ha llegado, pero supera el 50 por ciento, para satisfacción de los ultras.

En realidad, es poco relevante el veredicto de unas urnas de las que habían sido descabalgados 2.500 candidatos reformistas y a las que otros más de mil habían decidido no concurrir. En un país donde un tercio de los diputados había renunciado anticipadamente a participar en el engaño, la pía furia de los clérigos iraníes se permitió incluso cerrar en vísperas de las elecciones los dos periódicos de talante más democrático.

Hace tiempo que los 66 millones de iraníes, en su mayoría menores de 30 años, han perdido la fe en los ayatolás más oscuros y dogmáticos, que son quienes de verdad mandan. Y también la confianza en quienes soñaron para reemplazarlos, encabezados por el presidente Jatamí, hoy más un dócil figurón que esperanza de nada. Jatamí ha conseguido cierto relajo en la aplicación de algunas normas del código islamista, pero su retórica aperturista, tan bien acogida fuera de Irán, no ha servido para mejorar las vidas de la gente, hoy claramente más pobre que bajo la dictadura anterior, la del sha.

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La mitad de la población, según un informe oficial, afirmaba el año pasado que quería el cambio radical de un sistema que ha mostrado más allá de cualquier duda la incompatibilidad entre teocracia y democracia. El régimen de Teheran ni siquiera tiene ya la coartada de un aparente colchón democrático entre ellos y una ciudadanía joven y harta, empobrecida y convencida de que la República Islámica lleva dentro el germen de un inmovilismo atroz.

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