El bufón exasperado
El argumentario de campaña que los partidos endosan a sus candidatos se parece cada vez más a esos catecismos de secta que más que unificar opiniones tienden a suprimirlas en nombre del astuto equipo de asesores
Bolos y bolas
¿Qué quiere decir Aznar exactamente cuando proclama, en uno de sus numerosos bolos de despedida, que no permitirá que Zapatero arruine lo que tanto le ha costado construir, un tanto a la manera del patriarca fingido que ve sus logros en peligro en manos de sus disipados descendientes? ¿Qué tiene una idea patrimonial de las tareas de gobierno? Como no basta con eso, añade que su adversario es un incompetente y un irresponsable, como si fuera un ejemplo de responsabilidad política ir a una guerra extraña de la mano de Bush bis o un alarde de competencia la gestión del desastre del Prestige, por no hacer interminable la lista (o la tonta) de esta clase de recordatorios. Las argucias propias de la campaña electoral gozan del añadido que revela más rasgos de carácter sobre sus protagonistas de lo que ellos mismos aceptan. Es casi su único interés. De hemeroteca.
El indulto del matón
Al distinguir a Cataluña como territorio libre de sus atrocidades, ETA pretende cargarse el Gobierno tripartito catalán, objetivo en el que coincide plenamente con los deseos del aznarismo. Poco importa si en ese indulto de trilero han jugado algún papel las estrafalarias excursiones de Carod Rovira, salvo por el hecho de que al reunirse con ETA por su cuenta se convierte automáticamente en su rehén permanente. Por eso debe marcharse. Por lo demás, que la primera reacción del candidato Rajoy no haya sido asegurar que ningún comunicado de ETA interferirá en la campaña electoral, sino todo lo contrario, es una muestra más de la secreta satisfacción que le produce el delirio de los asesinos de Ernest Lluch. El no hay mal que por bien no venga unido al más a mi favor es, precisamente, lo que puede arruinar de una vez por todas la unidad de acción contra el terrorismo. Algo miserable incluso si resulta útil para ganar unas elecciones.
La pregunta del euro
Federico Trillo se parece al director de su tesis, Manuel Ángel Conejero, en que son personajes escasamente shakespeareanos, aunque ambos se hagan pasar con desigual fortuna por expertos en la obra del monstruo, variante orden y caos. A veces los sinsentidos acaparan significaciones ocultas. ¿Qué mejor que sembrar el caos para restaurar el orden en el oficio de ministro de Defensa que, no se sabe bien a santo de qué, desempeña con tanto salero el señor Trillo? Ahora parece resuelto, en otra de sus disparatadas argucias, a obsequiar con un euro a cualquiera que le pregunte sobre las armas de destrucción masiva en poder de Sadam Hussein. Una supuesta broma tan impropia de un especialista en Shakespeare, por pintoresco que sea, como inadecuada para un impresentable ministro de Defensa.
Actividades de riesgo
Parece que uno de los riesgos laborales en que ha incurrido el gran Carlos Fabra es cobrar 140.000 euros por dos informes sobre riesgos laborales, lo que equivale a unas 140.000 preguntas a Federico Trillo sobre las terribles armas sadamitas. Ahora que los altos directivos de las grandes empresas se prejubilan con millones de euros depositados en paraísos fiscales a cambio de la feliz deslocalización de los currantes de siempre, habrá que tener en cuenta que el hecho mismo de disponer de un empleo, aun en precario, constituye en sí mismo el mayor de los riesgos laborales, sobre todo en los días laborables. Aconsejar a la gente que se abstenga de buscar empleo no es la solución al problema, porque muchos han adquirido el feo hábito de comer de caliente todos los días. Lo malo es que se acostumbran al vicio de trabajar, hasta que los deslocalizan y se quedan con lo puesto. Sin hipotecas, es cierto. El pisito se lo queda el banco. O cualquier Fabra.
A toda pastilla
Lo decía ya el psiquiatra Castilla del Pino hace más de 30 años. El paciente acude en demanda de un remedio rápido, de una pastilla que le lleve al sueño o que le ayude a sobrellevar las fatigas del día sin mencionarlas. Más o menos por esas mismas fechas, Herbert Marcuse escribió que la sociedad norteamericana no podría sobrevivir sin la ingesta explosiva de estimulantes y depresores. ¿Más Platón y menos prozac? ¿Y a quién le interesa Platón, ese trasnochado? ¿Ya no es cierto que la cultura, por contraposición a la naturaleza, se asienta sobre el malestar, como advirtiera Freud tanteando los efectos de la cocaína? En el mundo que nos acoge, se consumen más millones de pastillas al día que habitantes lo pueblan, aunque según un criterio muy selectivo. La intolerancia al malestar se consuma en una farmacopea de amplio espectro, cuyo fracaso relativo redondea el aura de los chamanes de la palabra. Y todo viene a ser, una vez más, complementario.
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