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Tribuna
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Terroristas

El terrorista es un asesino, pero también un sádico. El terrorista no sólo mata a sus víctimas; antes, mucho antes, ha convertido su vida en un infierno, de miedo, de miradas de soslayo, de noches en vela y de angustia -ese nudo en la boca del estómago- que no las abandona en ningún momento. El terrorista es un cobarde que no da la cara, pero, a la vez, un desgraciado que no tiene personalidad propia y vive alienado por una secta de zumbados. El terrorista es polifacético: puede disfrazarse de encapuchado de ETA, de fundamentalista con turbante o de gobernante occidental que ordena bombardear un pueblo indefenso desde su despacho. Ante todo -y esto conviene dejarlo bien claro-, el terrorista no es un militar ni un guerrillero. El terrorista no corre riesgos, tan sólo queda destrozada su víctima; el terrorista, a lo sumo, ingresará en prisión para salir en loor de multitudes pocos años después o volará por los aires para ingresar inmediatamente -así lo cree- en el paraíso o tendrá que soportar una incómoda sesión de control parlamentario (a veces ni eso).

He aquí las tres especies del género terrorista: el mafioso, el religioso y el político. Pero a veces en Zoología hay grupos que se descuelgan de la clasificación. Puede suceder que un género conste de varias especies muy próximas y de alguna más que parece no tener casi nada en común con ellas. Así, a todos nos llamaba la atención en el Bachillerato que entre los peces no sólo se incluyeran las merluzas, las sardinas y los besugos, sino también las anguilas, esa serpiente rara que tomamos con all i pebre. ¿Cómo puede ser eso un pez? El profesor nos lo explicaba: aunque su forma externa es como la de un ofidio, sus rasgos anatómicos y fisiológicos internos son los de los demás peces. Aquellos profesores hicieron mucho por nosotros, más de lo que ellos y ellas mismas creen: nos enseñaron a no dejarnos llevar por las apariencias. Vuelvo a la taxonomía de los terroristas. Una propiedad característica del terrorismo es que sus víctimas mortales se van acumulando en un lento goteo.

Nunca hay una gran batalla: hoy los muertos son dos, mañana, uno, al otro día no muere nadie, al siguiente, media docena. Es lo que pasa con ETA, lo que viene ocurriendo en Palestina y en Irak desde hace un año. Pero esto mismo es lo que sucede con las víctimas de la absurdamente llamada "violencia doméstica" o "violencia de género" (violencia doméstica es chafarse el dedo con un martillo y, en cuanto a la otra, ¿qué tendrá que ver la gramática con ella?). Hace tiempo que la prensa española nos abruma casi a diario con la noticia de mujeres asesinadas por sus maridos, amantes, ex maridos, ex amantes o simples cortejadores. Es decir, que se trata de una nueva especie terrorista: el terrorismo macho. Estamos en medio de una campaña electoral construida precisamente sobre el tema del terrorismo, de dentro y de fuera, por lo que no es de extrañar que los medios de comunicación hayan intuido que las agresiones a la pareja sentimental también lo son y le estén dando una cobertura informativa inusual.

¡Y tanto que lo son! A nuestros profesores, que nos ayudaron a comprender el mundo, se les pasó instruirnos en la taxonomía del terrorismo. Porque el agresor sexual es un asesino, rara vez un homicida: lo más frecuente es que espere agazapado a su víctima, de la que un juez le ordenó mantenerse alejado. Porque el agresor sexual es un sádico: las fotos de las personas maltratadas son espeluznantes, hay verdadero ensañamiento, mientras que los crímenes sexuales por sobredosis de narcóticos se pueden contar con los dedos de la mano. Porque el agresor sexual es un cobarde: si la víctima pudiera resistirse, no la atacaría. ¿A qué se está esperando para que la escuela, en vez de tanta asignatura inútil, incorpore de una vez la defensa personal de las adolescentes?

Lo curioso es que al agresor sexual nadie lo considera terrorista. Y es que una cosa es la realidad y otra, su apariencia. No hay más que ver lo que ocurre con los otros tres tipos de terrorismo. Durante años, demasiados años, cierta progresía española tendía a medio exculpar los crímenes de ETA como la secuela inevitable de lo que llamaban un problema político: ahora, en plena crisis de la izquierda, se ven las consecuencias. También fueron débiles los creadores de opinión del mundo musulmán y los del mundo judío: Sharon y Hammas, cada uno por su lado, han sido el resultado terrorista inevitable. Y ahora mismo asistimos a la obcecación culpable de una parte de la derecha española: cuando la comunidad internacional haya pasado página a estos años siniestros y exista un consenso generalizado sobre el carácter genocida de las secuelas de la intervención en Irak, los responsables que la alentaron entre nosotros no sabrán donde meterse.

Fue porque algún creador de opinión influyente apoyó directa o indirectamente a dichos terrorismos, por lo que las vejaciones, las matanzas y el odio crecieron exponencialmente.

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Por eso, me produce especial perplejidad la actitud de los obispos españoles en lo relativo al terrorismo macho. Claro que si la mujer continuase siendo vendida en matrimonio, como en otras épocas, este tipo de cosas no sería tan frecuente.

Pero esto es tanto como culpar -se ha hecho- a los inmigrantes meridionales que acudieron a Euskadi en la primera mitad del Siglo XX del terrorismo de ETA. O afirmar -se ha hecho igualmente- que los iraquíes eran culpables de soportar a Sadam como dictador y merecían ser liberados a sangre y fuego. La revolución sexual no es la causa del terrorismo macho, es simplemente un fenómeno social -en el que, por cierto, necesitan participar los dos sexos- que lo ha puesto en evidencia. El machismo es una ideología sectaria que se jalea en algunos programas de televisión (sobre todo en la pública), que la actuación de ciertos políticos indignos justifica socialmente y que empieza con un reparto de papeles discriminatorio para las niñas en la familia misma. Pero mientras no se corte el mal de raíz, mientras persista la connivencia ideológica con el terror, sólo nos esperan más dolor, más sangre y más lágrimas.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universitat de València. (lopez@uv.es)

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