El eclipse de una estrella fugaz
El hombre que el 16 de noviembre tocó el cielo y se alzó en las urnas con la llave de la política catalana, Josep Lluís Carod Rovira, ha bajado en sólo tres meses al infierno. La aritmética política y parlamentaria puso en sus manos la disyuntiva de inclinar la mayoría hacia la derecha, con CiU, o hacia la izquierda, con los socialistas. No le tembló el pulso. Envió a la oposición al partido del hasta entonces todopoderoso Jordi Pujol, entregó la presidencia de la Generalitat al socialista Pasqual Maragall y se colocó como conseller en cap, equivalente a vicepresidente, en el primer Gobierno de la izquierda catalana desde 1939. Ahora lucha como gato panza arriba para salvar su carrera política. ¿Qué ha pasado? El 4 de enero, 10 días después de tomar posesión como conseller en cap, Carod hizo de espaldas a su presidente una arriesgada apuesta para lograr una tregua de ETA. Y entre ETA y el PP le han abrasado en unas semanas. Pero es todo menos un ingenuo, aunque a pelota pasada muchos digan ahora que era previsible la caída en el pozo donde ha ido a parar.
El hombre que arrojó del poder al partido del todopoderoso Pujol y que permitió a Maragall ser presidente ha descendido del cielo al infierno en sólo tres meses
La entrevista con ETA puso en jaque al nuevo Gobierno catalán, la fiabilidad de Esquerra como partido de gobierno y su propio liderazgo
Carod creyó que estaba en el ambiente la posibilidad de una tregua de ETA y se lanzó a protagonizarla. Aceptó la cita de la dirección terrorista
Los primeros mítines han mostrado un elevado grado de movilización del entorno de Esquerra y los sondeos apuntan a un crecimiento electoral
Maragall calificó como "tregua bomba" la última decisión de ETA. Esa irrupción en pleno periodo electoral que pretende colocar una cuña entre Cataluña y el resto de España. El primer obús se lo había lanzado, sin embargo, involuntariamente, el propio Carod al acudir en secreto a una cita con ETA en Perpiñán. Tuvo que percibirse dolorosamente de ello el 26 de enero, cuando el diario Abc dio noticia de la reunión que el líder de ERC y conseller en cap había mantenido en el sur de Francia con Mikel Albizu y Josu Ternera. Se desencadenó entonces una crisis que en tres semanas lo ha puesto todo en jaque: la viabilidad del nuevo Gobierno de Cataluña, que no ha cumplido todavía sus 100 días; la fiabilidad de Esquerra como partido de Gobierno, y el propio liderazgo de Carod en su partido. El PP se ha cuidado de que, de rebote, alcanzara en plena precampaña electoral al líder del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, y a las delicadas relaciones entre el socialismo catalán y el PSOE. Todo un récord.
Un buen orador
Hasta el 2 de febrero, fecha de su dimisión como conseller en cap, Carod era un político de éxito al que se auguraba un futuro sin limitaciones en el que cabía perfectamente su reconocida ambición de alcanzar la presidencia de la Generalitat. Un hombre joven, nacido en 1952 en la localidad de Cambrils, cerca de Tarragona, en una familia humilde, pero formado en la universidad y poseedor de un potente magnetismo como orador político. Ese día aciago para él se truncaba una ininterrumpida racha de éxitos, iniciada en 1986, cuando ingresó en Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Procedía del variopinto mundo del antifranquismo catalán, en el que la parte más inquieta de su generación vivió una excitante juventud, premiada con el fin de la dictadura. La suya era la rama independentista y marxista,enfrentada al comunismo ortodoxo. En su caso, el activismo incluyó una estancia de dos meses en la cárcel, en 1973. A mediados de los años ochenta del siglo pasado, Carod era un funcionario de los servicios lingüísticos de la Generalitat en Tarragona, estaba casado con una compañera de batallas políticas, Teresa Comas, y tenía tres hijos. Decidió que era ya hora de salirse del mundo de los grupúsculos de su juventud. Ingresó en Esquerra, el partido que languidecía satelizado por Pujol, junto con otros jóvenes activistas, entre los que destacaban también Àngel Colom y Pilar Rahola.
Impulsado por la renovación generacional de sus efectivos, el partido que contaba con el histórico blasón de haber proclamado la República en 1931 se colocó de nuevo como opción de poder. Pasó de seis diputados en el Parlamento catalán en 1988 a 23 en 2003. De no tener casi representación municipal a casi 300 alcaldes en la actualidad. De poco más de 110.000 votos en las autonómicas de 1988 a medio millón en las de hace tres meses.
El salto electoral hasta el 16% de los votos en 2003 le convirtió en protagonista absoluto del escenario político catalán y le colocó en situación de decantar la mayoría parlamentaria catalana. Sus 23 diputados eran la bisagra entre CiU y PSC. Tenía una llave de doble uso: le permitía formar mayoría nacionalista con CiU y ERC, y le permitía también una mayoría de izquierdas de la propia ERC con el PSC e Iniciativa Verds-Izquierda Unida. Escogió la izquierda, y esa decisión abrió el paso al actual Gobierno tripartito catalán. En Cataluña, eso equivalía al 28 de octubre de 1982 español, cuando el PSOE alcanzó el Gobierno por vez primera desde la Guerra Civil.
Carod era el hombre de la situación. Como era de prever, sin embargo, la derecha no le perdonó. Le llovieron las portadas de la prensa más sesgada atribuyéndole una y otra vez el peor de los pecados: el del rojoseparatismo. Eso no le disgusta. Amante de los juegos de palabras, de las provocaciones, tuvo todavía el humor de dar un guiño a la masonería, y equiparar la "normalidad" de la tenida en la logia a la salida de misa de doce. Lejos de acobardarse, Carod rumiaba sus nuevos objetivos. En la última campaña electoral reconocía que tenía pocas posibilidades de conseguir la presidencia de la Generalitat, pero dejó claro que ése era su objetivo a medio plazo. Y no ocultó su plan para conseguirlo: llegar al millón de votos en las siguientes elecciones catalanas por la vía de morder 250.000 entre el electorado de CiU y otros 250.000 en el del PSC.
Esa quimera se había revelado accesible porque Carod y la nueva dirección de Esquerra, formada por jóvenes decididos a gobernar, han roto con el esquema ideológico del nacionalismo de base cultural y lingüística, que sin ser exactamente etnicista lo parecía y les mantenía alejados de la mitad del electorado catalán. Eran unos esquemas que además les convertían en prisioneros de la estela de Pujol y les condenaban a ser un mero apéndice radical de CiU. Hartos de esta subordinación, los sustituyeron por la concepción republicana de nación y de ciudadanía, de libre opción personal, que no rechaza identidades o lealtades nacionales concéntricas o simultáneas, y persigue la integración nacional por la vía de la integración social y económica. "No hay por qué renunciar a ser andaluz o aragonés o español para ser catalán", ha proclamado una y otra vez Carod en sus discursos electorales. Esa vía ha desbloqueado el estático mapa político catalán y ha abierto a Esquerra vías de amplia expansión.
'Conseller en cap'
Con estas expectativas, Carod inició el 22 de diciembre su etapa como conseller en cap. En las negociaciones para la formación del Gobierno arrancó de Pasqual Maragall la creación de un superdepartamento de la Generalitat que, puesto bajo su dirección, le convertía en la práctica en vicepresidente. Era el encargado de coordinar todos los departamentos, de convocar y presidir las reuniones de secretarios generales de departamento para preparar los acuerdo del Gobierno, y del nombramiento y coordinación de los delegados territoriales de la Generalitat, la red capilar que los Gobiernos de CiU habían creado durante 23 años. Tenía bajo su directa responsabilidad la política de comunicación de la Generalitat, incluida la relación del Ejecutivo con la potente radiotelevisión pública catalana; la dirección de la política para la inmigración, para la juventud, para la mujer, para el deporte; la de los asuntos religiosos y la de numerosos consejos e institutos de la Generalitat. Compartía con Maragall la responsabilidad de las relaciones exteriores de la Generalitat. Incluyéndole a él, su partido tenía seis de los 16 consejeros del Gobierno, que se ocupaban de áreas tan importantes como la enseñanza, la política social y el comercio. Era, en suma, el hombre fuerte.
Con esas responsabilidades a sus espaldas, Carod pretendía llenar uno de los vacíos de su currículo: la experiencia como gestor. A diferencia de Maragall o de Joan Saura, el líder de Iniciativa Verds, que ocupa un puesto exclusivamente político en el Gobierno de la Generalitat, Carod no tiene experiencia alguna como gobernante. No ha sido alcalde como Maragall, ni concejal con serias responsabilidades en un municipio importante como Saura, que lo fue en la segunda ciudad de Cataluña, L'Hospitalet de Llobregat. No ha gestionado nunca un presupuesto público.
Cuando afrontaba ese reto, Carod tuvo una tentación mayor: la de añadir a sus méritos el de conseguir una tregua de ETA. Como dijo después, creyó que esa eventualidad "estaba en el ambiente" y se lanzó a aprovecharla, a protagonizarla. Aceptó la cita de la dirección terrorista para el 4 de enero. Pero obtuvo lo contrario de lo que buscaba. Aquella reunión le puso en el disparadero de gestionar no un presupuesto, no una tregua, sino una crisis política en la que los protagonistas eran ETA, los Gobiernos de España y de Cataluña, el PP y el PSOE.
La ETA catalana
La tentación no era nueva, sin embargo. Carod había participado en 1990 en las largas negociaciones que en 1991 desembocaron en la autodisolución de Terra Lliure, una organización que había intentado convertirse en la ETA catalana. Buena parte de los activistas de Terra Lliure pasaron a Esquerra, abjuraron de las armas y aceptaron que podían servir a sus ideales por la "vía pacífica y exclusivamente política y democrática" predicada por Carod.
Aquel éxito hizo pensar a Carod que era posible repetir la jugada. "Hubiera sido muy irresponsable negarse a hablar con ETA pudiendo contribuir a la paz", dijo cuando salió a la luz su entrevista con ETA. Se escudó entonces en su buena fe, en la defensa del diálogo como único método de acción política democrática, en que "no ha habido ni acuerdo, ni pacto, ni contraprestación", como insistentemente le recriminó el Gobierno del PP. Y como ETA se ha encargado de insinuar.
Carod había escrito en el diario Avui, en 1991, después de los sangrientos atentados de ETA en Hipercor y el cuartel de la Guardia Civil en Vic -que en conjunto ocasionaron la friolera de 30 muertes y 75 heridos-, que antes de atentar contra España "miraran bien el mapa", porque al hacerlo en Cataluña perjudicaban también la causa del independentismo que decían querer apoyar. Justo lo mismo que ahora se puede leer en el comunicado de ETA que anuncia su decisión de interrumpir los atentados en Cataluña.
El secreto viaje de Carod a Perpiñán incidía de lleno, por lo demás, en una de las principales preocupaciones de Maragall. El presidente catalán nunca ha ocultado su convicción de que la existencia de ETA bloquea el desarrollo del modelo autonómico. De que fortalece el centralismo y las pulsiones del más rancio nacionalismo anclado en la idea preconstitucional de España y ciega el avance del catalanismo. Maragall siempre ha criticado la "pasividad" de Pujol en este asunto clave de la política española. Y era conocido que quería ofrecer la colaboración del Gobierno catalán para coadyuvar en la medida de lo posible a lograr el fin de ETA. Carod quiso adelantarse en secreto, y por su cuenta. De forma que la deslealtad a Maragall que le acarreó la dimisión era doble.
La gestión de la crisis reveló una inquietante resistencia del dirigente republicano a aceptar la realidad. Carod, simplemente, se negó a dimitir, después de un intento inicial de Maragall de salvar la situación con un castigo menor, la retirada de las funciones en las relaciones exteriores de la Generalitat. En la reunión del Gobierno del 27 de enero en la que Maragall le pide la dimisión, Carod responde que con él saldrán si acaso todos los consejeros de su partido. Eso era la muerte de un Gobierno que contaba un mes y cuatro días de vida. La dirección de Esquerra corrigió inmediatamente esa actitud. Fue un serio aviso para la dirección republicana. Muchos de sus miembros habían ya observado un fuerte tinte personalista en la conducta de Carod. Una tendencia a procurar por su liderazgo al mismo tiempo que por el ascenso del partido en confusión a veces difícil de deslindar. Se rechazó la ruptura del Gobierno y se ofreció a Carod una salida, a la que se prestó gustoso el hombre fuerte del aparato republicano, Joan Puigcercós: la dimisión a plazos
y un compromiso de retorno en un futuro indeterminado. Primero, dimisión como conseller en cap.
Después, el 2 de febrero, como consejero. Y con la posibilidad de rehacer su imagen pública sometiendo su actuación al veredicto de las urnas en las inminentes elecciones legislativas. "Puesto que el Gobierno del PP ha planteado el envite en periodo electoral, lo resolveremos en las urnas", proclamó. Así pues, Carod pasó a encabezar la candidatura de Esquerra para las elecciones del 14 de marzo. Y quiso convertirlas en un plebiscito. Los primeros mítines mostraron un elevado grado de movilización de seguidores y simpatizantes. Los sondeos sobre intención de voto mantienen la expectativa de que ERC repita el 14 de marzo el ascenso electoral registrado en las últimas autonómicas y municipales.
Comparecencia dramática
El líder de Esquerra dio entonces a su dimisión el carácter de gesto destinado a salvar la continuidad del Gobierno catalán. Atribuyó al Gobierno de Aznar el descubrimiento de su entrevista con ETA, algo para lo que no faltaban indicios. En una dramática comparecencia parlamentaria aceptó haberse equivocado "en la forma, pero no en el fondo". Y se negó a dar al Gobierno español las explicaciones sobre su contacto con ETA que Maragall le exigía para salvar la lealtad entre Ejecutivos en un asunto tan sensible como la política antiterrorista. Este último empecinamiento, sin embargo, provocó que Maragall diera un paso más y el domingo 15 de febrero afirmara que había perdido la confianza en él.
Se estaba llegando a un punto crítico. Sin la confianza del presidente no sería posible el futuro retorno de Carod al Gobierno. Esta última semana flotaba en el ambiente político catalán que la crisis no estaba resuelta. El PP seguía utilizando el asunto como un arma contra Rodríguez Zapatero. Maragall permanecía insatisfecho. La oposición al Gobierno catalán se aprestaba a agitar el miércoles de nuevo el asunto en el Parlamento.
El comunicado de ETA del miércoles precipitó la situación. Aludió a una supuesta afinidad con el independentismo catalán para justificar una tregua sólo en Cataluña. ETA mereció esta vez toda la credibilidad al Gobierno de Aznar y al PP. Dándola por buena exigieron inmediatamente a Maragall la cabeza de Carod.
Llegaba lo que desde el 26 de enero se negaba a aceptar el líder republicano: las crisis no se cierran a medias. Carod negó tajantemente que en la entrevista con ETA "hubiera hablado en ningún momento de una tregua circunscrita a Cataluña ni que hubiera ningún acuerdo o negociación". Y, en consecuencia, se negó a bajar un nuevo peldaño.
Los dirigentes republicanos sostienen desde hace días que nada va a satisfacer la presión que el PP está dispuesto a ejercer sobre ellos. Creen, como explicó uno de sus portavoces, que "su verdadero objetivo no es Carod, ni Esquerra, ni siquiera el Gobierno de Maragall, sino Rodríguez Zapatero".
Llegado a este punto, sin embargo, Carod se halla ante la perspectiva de ir bajando peldaños. El primero ha sido la renuncia a su retorno al Gobierno catalán después de las elecciones legislativas y europeas. El segundo podría ser la renuncia a seguir como cabeza de lista en las próximas elecciones. El tercero, renunciar a su liderazgo en Esquerra, como él mismo ya ha apuntado al manifestar que, según cómo evolucionen los acontecimientos, estaría dispuesto a irse a su casa para garantizar la continuidad del Gobierno catalán.
Aspirante a la herencia de Pujol
EL ASCENSO de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y el liderazgo de Josep Lluís Carod se habían convertido en una seria amenaza para la Convergència i Unió (CiU) posterior a Jordi Pujol. Muchos nacionalistas creían antes de esta crisis que Carod podía aspirar a desempeñar un papel en su ámbito político similar al de Pujol. Le creían dotado para convertirse en un referente más allá de su partido e incluso del nacionalismo.
Tanto es así que la disputa con ERC por la hegemonía en el ámbito nacionalista ha sido colocada por algunos estrategas de CiU como previa a la confrontación por el espacio del centro derecha con el Partido Popular (PP) de Josep Piqué. O por el centro izquierda con los socialistas de Pasqual Maragall.
El cálculo sobre el medio plazo en el escenario catalán es una de las especialidades de Carod. Y en ese cálculo figuraba claramente la pretensión de provocar una resituación de todos los partidos. En ese dibujo ideal hacia el que orientaba sus decisiones atribuía a Esquerra, bajo su dirección, el papel de primera fuerza de la izquierda, en disputa con los socialistas. Y, al mismo tiempo, el papel también de primera fuerza del catalanismo, en disputa con la CiU de Artur Mas y Josep Antoni Duran Lleida.
En su caminar hacia ese futuro, Carod ha actuado en los últimos meses con una autonomía muy grande respecto a la dirección de Esquerra. Nadie en ella sabía nada de su entrevista con ETA. Puede pensarse que era una medida de precaución. Pero también se entrevistaba por su cuenta con dirigentes empresariales. Y tiene su personal círculo de asesores.
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