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FUERA DE CASA
Columna
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¿Dónde los cultos de antaño?

Yo tenía bien la cita. Sí, era en ese espacio tan berlanguiano, dinámico, palaciego interracial y recuperado para culturas vivas, en la Casa de América. En la esquina/postal del centro de Madrid. Justo al lado de donde tantas veces se alegran los madridistas cuando ganan copas, aunque sea de penalti y en el último minuto, al lado de Cibeles. Yo, que soy de la parte de Neptuno, muchas veces me escapo a esos foros de la casa americana madrileña. Hace muy poco allí estuvimos recordando, en compañía de Juan Villoro y Juan Cruz, a uno de los grandes bajitos, Tito Monterroso. Ahora presente y con placa en esa casa, en un recoleto espacio que se llamaba La casa de muñecas, ahora de Monterroso. Residencia perfecta para un lúcido escritor que nos aseguró que los enanos tienen un sexto sentido para reconocerse. La Casa de América es sin duda un lugar central del Madrid cultural, sin pérdida posible. Pues nada, que no supieron orientarse los del mundo de la cultura. No llegaron, se confundieron de fuente, de plaza, de casa, de bar, de norte o de América. Les dejaron solos, a Rajoy y su programa, a la cultura española, su futuro y sus oportunidades. Esa tarde les debieron crecer los enanos o los escépticos monterrosos. Cuando Rajoy se despertó, la cultura ya no estaba allí. Para no faltar a la verdad, no estaba solo, estaba muy bien acompañado de ministros, subsecretarios, directores generales y responsables institucionales de la cultura española a la madrileña. Nóminas y subvencionados en campaña, al margen, ¿dónde estaban los cultos de antaño? ¿Hay motivos para ese desaire?

Algo está fallando en el entorno cultural del candidato a la presidencia. El discreto gallego, el candidato irónico y sin debate, el político en campaña silenciosa, el que no hace gracias con euros en el bolsillo, estuvo bien acompañado aunque entre la soledad de los suyos. No digo que Umbral sea poca representación de las letras. Es alto y lúcido, quijotesco en su blanca delgadez, premio Cervantes agradecido, ex religionario del Café Gijón, conservador de un dandismo madrileño pasado por Valladolid, español con cicatrices, bebedor de güisqui y creador de metáforas. Ejemplo de escritura, con toda una vida construyéndose a sí mismo, encontrando amigos culturales, creando musas, bucles melancólicos y dando lecciones diarias de escritura. Todo eso y mucho más es Umbral. Tantos dones para terminar quedándose culturalmente solo ante el programa de Rajoy. ¿La soledad era esto?

No quiero exagerar. No era Umbral el único representante del mundo cultural sin cargo. También había pensadores, ensayistas destacados; por ejemplo, recuerdo a José Antonio Marco, Agapito Maestre, Amando de Miguel, y no sigo porque soy incapaz de recordar tanto pensador. ¿Y los del cine? Pues sí, también estaban allí, como una piña, Antonio del Real y Javier Elorrieta. ¿Tú ves a la gente de la cultura? Me preguntaban unas compañeras un poco despistadas. Yo les iba citando destacadas presencias de nuestro parnaso. Ellas ponían cara de descreídas ante la nómina anónima de los nombres que les indicaba. No se conformaban. Les parecía poca cosa para la crónica. Yo, venga a darles nombres, y ellas, distantes como si les tirara euros. Ni caso. Ni con la llegada de Florentino Pérez se animaron. ¿No se habrán enterado que Florentino es la máxima representación de una marca española? ¿No saben que la cultura es la marca?

El discurso, bien. Sin sorpresas. Sin subvenciones. Sin excepciones. Ya se sabe que el Estado para la cultura es un mal necesario. ¿O al revés? El Estado no debe producir cultura. Eso, para la privada. Para los mecenas, los bancos, las marcas. Nada del modelo francés. Todos tan españoles como el padre Feijoo, Jovellanos, Julián Marías, Cela, Aldecoa, Valente o Gil de Biedma. Ésos, y bastantes más, fueron algunos de los referentes culturales que el candidato nos ofreció como ejemplo de cultura abierta, de cultura contra el espíritu de trinchera. Interesante para poder discutir. Un buen modelo para armar si el candidato y los suyos estuvieran dispuestos al debate con la cultura abierta. Sin miedo a las discrepancias. No les debería extrañar que mucha gente del mundo cultural siga pensando que hay motivo para no acudir a sus propuestas del futuro cultural. Hay motivos, pero no estaban allí.

La semana también estuvo picasiana. Los herederos, la hija Maya, el nieto Olivier, estuvieron presentando un libro sobre su antepasado y nos recordaron genialidades de ese otro bajito y español, un francés llamado Picasso. Mucho más que una marca de coche. Un tipo duro con las mujeres, "primero las violaba, después las pintaba", recuerda Paula Izquierdo en su libro Picasso y las mujeres, pero ajeno a los asuntos monetarios. "Me gustaría vivir como un pobre, con mucho dinero", le gustaba repetir. Casi lo consiguió, aunque estuviera rodeado de castillos y propiedades. Una vez, se cuenta en el libro de Olivier, unos ladrones entraron en su casa, se llevaron toda su ropa, dejaron los cuadros. Gran enfado, hubiera preferido que le robaran los cuadros, despojado de sus cosas se veía obligado a tener que ocuparse de contingencias domésticas. De nada de eso se ocupó. Ni hizo testamento. La familia, que vive bien de su legado, reconoce que vive mejor de su marca. Picasso es una marca, un nombre que compró la Citroën. La familia, contenta. Los franceses, orgullosos. Los de Citroën, encantados. ¿Para cuándo la marca Lorca, Gaudí o Cervantes? Una idea para nuestra cultura, no todo lo francés nos tiene que ser ajeno. ¿Sería un insulto cultural que Zara, por ejemplo, se llamara Quijote?

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