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Columna
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Asesinos, ¿o qué?

Si la escandalera la montó Carod- Rovira, la megafonía y la manipulación del volumen hasta el ruido ensordecedor ha sido cosa del PP. El PP notoriamente ha amplificado los comunicados de ETA, para hacer política antisocialista. A un PP que, encuesta en mano, se le escapa la mayoría absoluta por un pelín, no le hace ascos a las más sórdidas estrategias, si consigue así mantener la llave de la despensa a buen recaudo. Al cronista, Rajoy, en la entrevista de Telecinco, le recordó una película de los hermanos Marx: era la la primera parte pactante de la segunda parte, en un cínico ejercicio de trabalenguas, que acaba cargándose, pedazo a pedazo, todo el pacto antiterrorista. Rajoy se mostró impreciso y titubeante y no pasó de ramplón, y lo que resulta aún más impropio de un candidato a la presidencia del Gobierno, resultó patético. Es posible que el talante sea otro, pero la finalidad es la misma: volantazo a la derecha, sin contemplaciones, mientras imparten doctrina autoritaria de cómo tiene que organizarse la vida social y de cómo deben comportarse los partidos de la oposición. Más descaro de vaselina totalitaria ya no cabe. Las elecciones en todo su apogeo, aunque oficialmente aún no han empezado, se han convertido, por conveniencia de la derecha ultramontana, en una verdadera caja de truenos, que impide escuchar los argumentos y el programa del adversario político. Son legiones de decibelios aturdiendo al viandante. Es el ruido.

La histeria se desparrama por todo el territorio de la exaltación patriotera, según el estado de la panda. En nuestra Comunidad se inició con el euro de Trillo ( una interpretación incorrecta, dicen, en su habitual monserga), y se institucionalizó con la diputada autonómica popular, Asunción Quinzá, en las Cortes. Asunción Quinzá acusó a la oposición de complicidad con el terrorismo, y el presidente de las Cortes, hizo lo que mejor sabe hacer, si no lo único, nada. El que "se pueda matar a unos y a otros no se les pueda matar", sobre los hombros del PSPV y EU, en alusión al tripartito catalán que los tiene sobre alfileres, es una acusación y un insulto intolerables. Ni los representantes de los dichos partidos pueden aceptarlo, ni la ciudadanía tampoco. Una acusación y un insulto así implica también, y de qué manera, al segmento de la sociedad que los eligió libre y democráticamente. Las palabras de Quinzá y los miedos de Julio de España no van a pagarlos quienes ya les pagan un sueldo, que ni siquiera se merecen, con comportamientos tan misérrimos. No se puede jugar irresponsablemente con la soberanía del pueblo, cuando el pueblo es consciente de su poder, de sus derechos, reacciona y los ejerce. Los electos (h)errados siempre tienen la puerta trasera, la puerta de servicio, para abandonar discretamente su incompetencia y su ignorancia parlamentarias. Y las urnas están a la vuelta de la esquina, como para andarse con las vergüenzas al aire. La histeria y la fatuidad van del bracete en las ocurrencias de Federico Trillo, ministro de Defensa, que reconquistó el islote de Perejil. Qué hazaña. Ahora dice que le gustaría haberlo invadido ocho años antes, para que nuestros pescadores hubieran podido tirar sus redes. Todo esto suena ya como una orquesta cascada, bajo la dirección del maestro Fabra. De pesadilla.

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