Los sumideros de la historia
De entre los poetas del medio siglo, no son pocos los que desmienten su pretendida llaneza expresiva, un tópico al que dieron pábulo quienes se presentaron unos años más tarde como regeneradores del lenguaje. Pero mientras que en algunos de aquéllos el hermetismo era resultado del laberinto estructural (Barral) o de su espesura simbológica (Miguel Fernández), en Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) obedece a la raíz fundamentalmente lingüística de sus poemas, que terminan desvinculándose de las experiencias que están en su origen. Ni siquiera en su libro más social, Pliegos de cordel (1963), puede hablarse de poesía referencial y comunicativa. Esta autonomía del poema respecto de su punto de arranque entronca con el afán del autor por revisar, corregir y reordenar los materiales de sus sucesivos libros, una actitud que obedece a motivos de estilo y a la conciencia de tener, como Juan de Mairena, "un alma siempre en borrador, llena de tachones". Ello lo convierte, en la línea del perfeccionista Juan Ramón, en el poeta de su generación con una idea más dinámica de su obra, a la que parece supeditarse la propia existencia: así debe entenderse el título Vivir para contarlo, con que rotuló la primera compilación de sus versos en 1969.
SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA (OBRA POÉTICA COMPLETA)
José Manuel Caballero Bonald
Seix Barral. Barcelona, 2004
544 páginas. 23 euros
Ésta es la tercera reunión de
sus poesías completas, tras la citada de 1969 y veinticinco años posterior a Poesía, 1951-1977 (y no 1978, como afirma aquí el autor). Su título, Somos el tiempo que nos queda, ejemplifica cuanto se ha dicho: es un verso del poema Bar nocturno, aparecido por vez primera en la antología de 1961 El papel del coro, donde se le integraba en el poemario Las horas muertas -publicado dos años atrás-, y que en la recopilación Vivir para contarlo ya se convierte en título del poema, asignado en esa ocasión a Memorias de poco tiempo. Estos ires y venires han favorecido una confusión textual que ha pretendido contrarrestar María José Flores en un estudio de variantes, y que afecta incluso a su bibliografía: nombres de tanta autoridad como Simón Díaz, Castellet o José Luis Cano dan detalles editoriales de un libro de 1948 que nunca existió, pues el estreno del poeta fue con Las adivinaciones, en 1952.
El propio autor ha puesto el dedo en la llaga de su poética al referirse a "la función alucinatoria de la palabra" a propósito tanto de Ágata ojo de gato como de Descrédito del héroe (1977), novela y cuaderno poético escritos casi simultáneamente. Esa palabra alucinatoria verbaliza a menudo el pasado próximo, o el más remoto de una infancia ocupada por dos fuerzas contrarias, la inocencia atemporal y el conflicto histórico. El hombre que escribe es ya sólo el residuo de un proyecto vital succionado por los sumideros existenciales: "Perdida ya su juventud, aquel que fuera / candidato a proscrito en tiempos / tenebrosos, mira hoy / con vergonzante insania / el furtivo desagüe de la historia". Pero esta poesía rememorativa no ignora la mentira subyacente al recuerdo: "Nadie ocupa dos veces un idéntico tramo de su vida". Frente a la elegía sublimadora de poetas como Ricardo Molina o Brines, a Caballero Bonald lo mueve más bien la intención de provocar el encuentro entre el tiempo de la historia y el jardín de los mitos.
A medida que va cribando sus libros ya publicados, el poeta limpia las marcas más superficiales de la época en que nacieron, y nos devuelve unas composiciones que respiran desde el presente. Una entonación unitaria atenúa las señales de la evolución estética, al ir rehaciendo sus escritos según la poética dominante en sus últimos títulos: Laberinto de Fortuna (1984), conjunto de estampas en prosa mecidas, sin embargo, en un metrismo clásico, y el excelente Diario de Argónida (1997). Argónida es el nombre poético de Doñana y cifra de un espacio donde se juntan la aurora y el ocaso. Atalayado soberanamente en el crepúsculo vespertino, sin ceder a la facilidad ni al patetismo, el autor efectúa este compendioso recuento de una existencia. Cuando se activa la memoria, la vida transcurrida se despliega como un conjunto de "secuencias que entonces eran ya conjeturas / de recuerdos"; materia deleznable al fin, cuyo destino más elevado era ser rescatada por la evocación y fosilizada por la escritura. Este proceso se registra en Somos el tiempo que nos queda, una obra exigente, esclarecida y absolutamente recomendable que ha salvado a su autor de las claudicaciones del tiempo.
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