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Elecciones 2004
Columna
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¿Autoridad?

Enrique Gil Calvo

En los próximos comicios, el partido en el poder defiende su título absoluto, que aspira a disputarle el líder de la oposición. Pero como la mejor defensa es un buen ataque, La Moncloa ha diseñado una campaña de acoso y derribo contra el aspirante, al que se descalifica con todos los medios a su disposición. Y en esta línea de tiro al blanco, dos son las principales ideas-fuerza. Por una parte se acusa a Zapatero de desvertebrar al Estado con su propuesta de la España plural, que es una España descuartizada en 17 cachos. Este argumento parece formidable, pero conviene relativizarlo, pues al ciudadano común la unidad de España le trae sin cuidado: nuestra religión civil se ha secularizado tanto que la sagrada unidad nacional parece tan irrelevante como su contrario, la sacrílega desintegración del Estado.

En cambio, la segunda idea-fuerza es de una eficacia brutal. Me refiero a la acusación de debilidad, o de falta de autoridad, dirigida contra Zapatero. En estos tiempos populistas de extrema personalización política, lo único que cuenta en el debate electoral es la confianza que despierte la reputación del candidato, a partir del crédito que merezca su imagen pública. Y en este aspecto, nuestra cultura política tiende a menospreciar las virtudes cívicas que en otras latitudes civiles se aprecian en los líderes políticos, para valorar por encima de todo la firmeza o fortaleza de carácter. Lo cual conduce a reducir el criterio del liderazgo político a una sola dimensión, que es la del grado de autoridad puesta en escena. Es verdad que semejante reduccionismo unidimensional se produce en todas partes como consecuencia de la globalización, que ha sembrado la incertidumbre por doquier elevando la demanda civil de liderazgo populista. Pero entre nosotros, esta demanda de autoridad se multiplica por mil por un efecto de continuismo histórico, pues nuestro pasado totalitario nos ha legado una cultura política caracterizada por su congénito autoritarismo.

De modo que la única cuestión a debate electoral es la presunta falta de autoridad que los medios atribuyen a Zapatero. Pero ¿de verdad es tan débil nuestro héroe como parece? Para contrarrestar esta imagen, Zapatero acaba de escenificar dos sonadas demostraciones de firmeza. La más reciente ha sido el ultimátum a Maragall, exigiéndole autoridad frente a Carod. Pero la más hábil fue su compromiso de renunciar a presidir una coalición negativa contra el PP si no obtenía más votos que Rajoy. Así destruye la acusación de vendepatrias comprado por los fenicios, incentiva el voto útil evitando la dispersión que derrotó a Lionel Jospin y sobre todo se apunta el gesto escénico de atarse al mástil, como Ulises, para eludir la seducción del canto de las sirenas periféricas. Ahora bien, cabe temer que con esto no baste, pues el listón de autoritarismo con el que ha de medirse se lo han puesto a Zapatero muy alto. Y con esto no me refiero al pobre Mariano (Rajoy), que a este respecto es irrelevante, sino a su señorito Aznar, que lo ha fichado para enchufarlo como su testaferro u hombre de paja.

En efecto, como si fuese una perra de Pavlov condicionada por sus reflejos franquistas, la clase media española sigue ovacionando la autoridad que atribuye al bravucón Aznar, con su gesto torero de ponerse al mundo por montera ante sus compañeros de terna que le confirmaban la alternativa en el coso de las Azores, tras un chulesco desplante de insumisión y desafío ante la ONU, el gabacho y el boche. Por su incultura, el incivismo español confunde la autoridad legítima, a la que menosprecia, con el autoritarismo, al que admira porque lo teme. Pero la autoridad sólo es legítima cuando rinde cuentas asumiendo su responsabilidad por las consecuencias de sus decisiones. Y esto es lo que el autoritario Aznar no ha hecho. Tras su desplante a la ONU en las Azores, donde dijo Diego ahora dice: yo no he sido, sino que fue la ONU, escudándose tras ésta para eludir sus responsabilidades. ¿Qué autoridad demuestra quien tira la piedra y esconde la mano, revelándose tan incapaz de dar la cara como su antecesor en el cargo?

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