A 'la Juve' le pierden el respeto
Toda Roma, incluida aquella ajena al fútbol y aquella que tifa Lazio, conoce la secuencia. Toda Italia, en realidad. Sólo ha hecho falta una semana para que los tres gestos se convirtieran en tradición. Primero, el índice vertical se acerca a los labios. Segundo, cuatro dedos alzados se agitan suavemente. Tercero, puro romanesco, los dedos juntos con la palma hacia abajo se acercan a la sotobarba y la mano se mueve poco a poco en sentido horizontal. Traducción: silencio, son cuatro goles y a casa. Que mal le sentó al Juventus el triple gesto de Francesco Totti, y cuántas quejas durante la semana del 4-0. "La Roma no sabe ganar", protestaron en Turín. "Vale, vosotros nos enseñáis a ganar, y nosotros os enseñamos a perder", contestaron con ironía los romanos.
Lo de Totti, que, como Cassano, había hecho un partido mágico, fue una reacción bastante moderada ante los alaridos de Tudor, a quien iba dirigida la célebre secuencia. El defensa juventino Tudor gritaba a sus compañeros para que hicieran faltas a Totti, para que le frenaran como fuera. Montero, cuya decadencia física suele generar en rabia, le había ya hecho caso, agredió a la joya romanista y fue expulsado.
Humillaciones al margen, el 4-0 del Estadio Olímpico demostró algo que se intuida desde hacía tiempo: la Juve de este año no es una gran Juve. Tiene un jugador sensacional, Nedved, y futbolistas excelentes como Trezeguet y Del Piero. Mantiene su oficio y su congénita voluntad de ganar, demostrados a media semana con una épica semifinal de Copa frente al Inter, en la que los blanquinegros, tras empatar 2-2 y tras una prórroga sin goles, se impusieron en el último penalti. Pero el fútbol que practica resulta plano y la defensa es normalita, de mitad de la tabla. Sobre todo por el centro.
Para definir el juego de los centrales, Montero y Legrottaigle, se puede usar la frase que emplean los portavoces del Vaticano cuando alguien pregunta qué tal se encuentra de salud el Papa: "Discretamente bene". O sea. Y no toda la culpa es suya, porque en el centro del campo falta alguien que desempeñe la función de medio defensivo. Frente al área juventina se abre de continuo un vacío, un mäelstrom que atrae inexorablemente a los atacantes contrarios. Buffon, que solía ser uno de los porteros menos goleados y cuya simple presencia intimidaba a cualquier rematador, pasa gran parte del tiempo metido en la puerta, recogiendo cabizbajo el balón.
Con la Liga inalcanzable y dada la escasa entidad de la Copa italiana, los hombres de Marcello Lippi se concentran en la Champions. Quizás eso les haga peligrosos en la competición continental. Lo más posible, sin embargo, es que en algún estadio europeo acaben encontrando a alguien que repita la maldita secuencia, ese triple gesto que empieza por "silencio" y termina por "a casa".
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