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Columna
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La 'toilette'

Pronto aparecerá una moda insólita: ser buena persona. Después de que la abundancia de objetos, consumos, rebajas, viajes turísticos, gimnasios e injertos no hayan logrado acrecentar la felicidad, lo nuevo será mejorar hacia adentro. Una vez que el exterior se ha colmado de bienes y servicios, artículos y logos, ¿por qué no probar en habilitar el interior? Una vez que tanto se abomina de la basura televisiva, política o alimentaria, ¿cómo no revisar también la composición personal? Sin duda que la democracia se ha deteriorado mucho, pero el ciudadano, efectivamente, también. A peores clientes, peor servicio; a menor exigencia de calidad, mayor mediocridad. Siendo nuestro valor individual proporcional a nuestro peso como clientela (compradora, electora, feligresa), sólo una mejora como parroquiano eleva la condición social.

Desaparecidos los movimientos sindicales vigorosos, los partidos políticos con fuste y las agrupaciones para la revolución, apenas queda nada colectivo donde asirse. Ni siquiera los empeños antibelicistas o del "otro mundo es posible" duran mucho porque, de momento, se ignora la estrategia eficaz. Lo único claro, una vez perdida la orientación de las utopías sociales, es probar con un revival de la utopía individual. Es decir, elegir la moda de hacerse digno, altruista, afectivo, honrado y solidario, puesto que la agresividad, la dureza, la antipatía, el egoísmo apestan. Lo último en elegancia es ser una magnífica persona. Y también lo subversivo, lo inteligente y lo chic. Un individuo afable desconcierta en la organización individualista; un tipo justo, emotivo, interesado por los demás, enseguida resulta la crème de la crème. La tendencia procede, sin duda, de una reacción contra la baratura y la aspereza reinantes, pero constituye también en su parte de opción sentimental un derivado del modelo femenino altamente presente hoy en el posible repertorio de opciones. Con esto, pues, se supera de un golpe la tontada del metrosexual, que es una variante intrascendente. El hombre o la mujer verdaderamente nuevos, el último grito en ser humano, es aquel ejemplar que hoy crece de una decidida toilette del yo. El aseo íntimo que une el brillante amor propio con el lúcido amor por los demás.

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