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Reportaje:LA VUELTA A ESPAÑA EN 15 PROBLEMAS | CIERRE DE EMPRESAS | Elecciones 2004

Carta al jefe que vive en Tokio

Los 500 trabajadores de la fábrica Nissan de Madrid viven en la angustia de saber que en 2006 se quedarán en el paro, tendrán que prejubilarse o marcharse a trabajar a Barcelona por el cierre de su factoría

Si el jefe fuera de aquí, quizás ellos podrían escribirle una carta que hablara del pasado y que empezara como lo hacían antiguamente: "Espero que al recibo de ésta esté usted bien. Nosotros bien, gracias". Y luego le recordarían que esta factoría que él quiere cerrar en el 2006 es más que una fábrica de motores diésel, que es todo un símbolo de la lucha obrera de este país; que ahora se llama Nissan pero que antes, en el antes difícil de 1972, con el dictador vivo y los grises repartiendo cera, se llamaba Perkins, y que en ella trabajaba hasta que fue detenido un sindicalista rojo que se llamaba Marcelino Camacho. Le dirían que el día ya tan lejano que lo vinieron a detener, la fábrica se levantó en pleno, que zarandearon el furgón de la policía, que fueron despedidos todos y que, más tarde, cuando se reabrió la factoría, el capataz los hizo entrar uno a uno y los fue readmitiendo o despidiendo señalándolos con el dedo y diciendo en voz alta: "Usted sí, usted no, usted sí, usted no...".

"¿Y quién se puede quedar en el paro con los 40 años que tendré entonces?"
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A Ricardo García Iglesias, que hoy tiene 54 años y entonces era un chaval, le gustaría contarle todas esas cosas y muchas otras más que vivió en primera línea; recuerdos que seguro le llegarían al corazón, pero cómo hacerlo si el jefe se llama Carlos Ghosn, vive en Tokio, nacido de libanés y brasileña, es un auténtico triunfador en Japón y lo veneran hasta el punto de haberlo convertido en el héroe de un tebeo para adultos. Estos ocho hombres que aparecen en la fotografía son algunos de los 500 trabajadores de la planta que Nissan tiene en Cuatro Vientos (Madrid). El pasado 2 de julio recibieron una carta que les puso la carne de gallina. Era el acta de defunción por adelantado de una factoría donde ahora trabajan ellos pero antes lo hicieron sus padres o sus tíos, en una suerte de empresa familiar que consideraban y siguen considerando como suya; de la que están orgullosos hasta el extremo de que Jesús Jiménez Mandado, de 38 años de edad y 16 de antigüedad en la nómina, dice sin avergonzarse delante de sus compañeros: "El día que supe que la fábrica cerraba, a mi se me rompieron los sueños".

Jesús Jiménez es lo que en la milicia se llama un hijo del cuerpo. De ver a su padre tan orgulloso de lo que hacía, estudió automoción para colocarse en la Nissan, para disfrutar del sueldo digno y las vacaciones pagadas que aquellos compañeros de Marcelino Camacho forjaron a base de exponer sus costillas a las porras de la policía. "Y ahora", se lamenta Jesús Jiménez, "¿qué hago yo? La empresa dice que, en el 2006, una de tres: o te prejubilas, o te vas a Barcelona, o te quedas en el paro. ¿Y quién se puede quedar en el paro con los 40 años que tendré entonces? Mi mujer lleva 18 años en su trabajo, tiene un puesto y un sueldo que no conseguiría en ningún otro lado. Mi hijo ya me ha dicho que no se viene y mi padre, que tampoco. Ya sé que hay dramas mayores, pero este es nuestro drama. Se nos ha quedado el futuro suspendido en el aire".

Son compañeros de trabajo pero parecen una familia. Hablan sin apuro de las cosas privadas. Miguel Gant, de 27 años, cuenta que el mes que viene le dan un piso y que ahora no sabe qué hacer. ¿Lo amuebla? ¿No lo amuebla? ¿Se casa con su novia y se la lleva a Barcelona? La solución: el 2006. Lo mismo le pasa a Pablo Valentín Rodríguez, de 48 años. Su sueldo es el segundo de la casa. Su mujer gana más que él y él en cambio se encarga de la hija. "Yo tendré 51 años en el 2006", calcula, "¿me prejubilarán con esa edad? ¿Me tendré que ir a Barcelona solo?". La solución: el 2006. ¿Se puede vivir así? Cada uno cuenta lo suyo y se entrega al periodista con la fe y la esperanza de que esto sirva para algo, de que los políticos que están en campaña electoral se acerquen por Cuatro Vientos y se echen al hombro sus problemas.

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"Yo soy apolítico", reconoce Luis Miguel Gant, el más joven del grupo. De los hombres que entraron en la Perkins en 1972, ¿habría alguno apolítico? Ricardo García Iglesias, el más veterano, tiene la respuesta clara: "No. Allí era imposible no fajarse".

Aunque los más optimistas lo llaman deslocalización, el cierre de Nissan en Madrid arroja muchas pistas sobre la diferencia entre esta época y aquella de la Perkins. Una de ellas es que ya no van quedando empresas donde uno entra de joven y se jubila de viejo. Otra es que ya no existen los cheques en blanco a los sindicatos o a los partidos, ni siquiera a los más cercanos. Al menos cuatro de estos ocho trabajadores admiten que no se fían de los políticos, mucho menos si son de derechas, y a alguno de ellos le encrespa que el PSOE de Zapatero no sea todavía una alternativa clara al PP de Rajoy. "Es que estos del PSOE", se queja Javier Sánchez, de 33 años, "montan un circo y le crecen los enanos. Así es muy difícil ilusionarse".

Cuánto les gustaría a estos hombres -hay muy pocas mujeres en la Nissan de Cuatro Vientos- escribirle una carta a Carlos Ghosn y contarle todas estas cosas. Decirle que con ellos nunca iba a tener los problemas que tuvo la Coca-Cola con aquel repartidor que bebía Pepsi. Ellos aparcan orgullosos sus Nissan en la puerta de la factoría y se felicitaron unos a otros cuando la serie Cuéntame los retrató como historia que son de la lucha obrera. También le dirían al lejano señor Ghosn que están dispuestos a bajarse el sueldo más todavía, a trabajar más horas si hace falta, a seguir siendo competitivos y a sacar adelante el nuevo motor que les ha encomendado.

No saben si algún día podrán decirle todo esto al jefe que vive en Tokio, ni siquiera saben si los políticos intentarán batallar contras las multinacionales; lo que sí saben es que el 2006 los pillará trabajando. Nada de huelgas. Unas camisetas azules contra el cierre, mucho trabajo y calma, mucha calma. Para que la hija de Miguel Jimeno no vuelva a llorar pensando que un día se quedará sin sus amigas y sin sus clases de piano.

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