El guerrero cansado
Karpin, a sus 35 años y con derecho a la renovación de su contrato con la Real Sociedad al haber jugado ya 28 partidos en este curso, duda si retirarse
Valery Karpin, el incansable ruso de origen letón, agotador por su fortaleza, por su juego y por su carácter para cualquier lateral que se precie, está cansado y hecho un lío. A principios de temporada, el centrocampista de la Real Sociedad -hoy se enfrenta al Athletic en Anoeta- ya especuló con que ésta podría ser la última de las suyas en el fútbol activo. Seis meses después, con 35 años cumplidos el pasado día 2 y 28 partidos jugados, que, por contrato, le renovarían automáticamente el compromiso por un curso más, aún no sabe qué hacer. "Físicamente, el cuerpo me pide continuar", alega, pero, de seguido, también advierte de que "la recuperación tras los partidos se está convirtiendo en un calvario". La eterna lucha entre el cuerpo y la cabeza, sobre todo para alguien que ha hecho del derroche fìsico y el anímico su principal tarjeta de presentación.
"Lo que me cuesta recuperarme para volver a jugar es algo que únicamente yo sé"
Viéndole jugar, nadie diría que Karpin está acabado. Desde septiembre no ha habido ni un asomo de duda sobre su capacidad física. Ni se ha escondido. Ni ha rehuido el combate o el vaivén de la delantera a la defensa por su habitual banda derecha. Nadie diría desde la grada que este rubio tiene tantos años, de los que 15 los ha disfrutado como profesional de un deporte en el que ha intervenido en más de 600 partidos con la camiseta de cuatro equipos -el Spartak de Moscú; la Real, en dos ocasiones; el Valencia y el Celta- y de la selección de su país.
El sacrificio empieza después y, con sinceridad, afirma: "Lo que me cuesta recuperarme para volver a jugar es algo que únicamente yo sé". En plena y prolongada sesión psicológica, encuentra motivos para seguir en su respuesta física en el campo, en su gusto por el fútbol, en los buenos resultados de la Real tras superar un malísimo principio... Y para no seguir, en la fatiga postpartido, en su prolongada actividad profesional, en sus negocios inmobiliarios en Vigo y, probablemente, en la familia. Lo que no influirá es el hecho de contar con una renovación automática en virtud de la cláusula de 28 partidos establecida en su contrato y ya cumplida. "No es una cuestión de hacer efectiva una cláusula", asegura. Para él, lo principal es verse en disposición de tener un rendimiento alto y, por tanto, de ser capaz de seguir jugando por merecimientos propios.
Karpin no quiere languidecer en una campaña sin sentido. Un guerrero tiene poco trabajo que hacer en el banquillo y mucho que hacer en la vida. Pero la dualidad continúa. Con su aspecto arisco en el terreno, concitador de filias y fobias, es un pedazo de pan con los aficionados, acomodándose a sus peticiones fotográficas, ejerciendo su papel de líder espiritual de un equipo en el que creció como futbolista cuando la Real era una fábrica de descubrir talentos foráneos: Kodro, Kovacevic, él mismo...
La sensación en San Sebastián es que Karpin no ha tomado un decisión definitiva que tenga escondida a la espera de los acontecimientos. Ni siquiera que pueda esperar un plebiscito popular que incline el veredicto en uno u otro sentido. Lo más explícito que ha dicho es: "Lo más probable es que me retire, pero no lo tengo aún demasiado claro". Hasta junio no anunciará su determinación. En principio, no cabe la posibilidad de que un tipo de sangre caliente, pero reflexivo en sus asuntos, se anticipe, por más que la Real siga escalando puestos en la Liga o siga progresando en la Champions: el día 25 se enfrentará al Olympique de Lyón en los octavos de final.
"Los resultados siempre influyen" relata Karpin, reconociendo que afectan al estado de ánimo general. No es lo mismo la Real de la temporada pasada, cuando aspiraba a arrebatarle al Madrid la Liga, que la actual, metida en problemillas en la competición nacional y con la esperanza en pie de guerra en la europea.
La Real aún no tiene sustituto para Karpin en el equipo. Prieto es un joven con buenos apuntes, pero aún sin hacer; el argentino Romero, cedido al Éibar, es otra alternativa de futuro... Pero nadie puede sustituir el liderazgo de un futbolista que se ha distinguido por su carisma por encima de todas sus cualidades físicas o técnicas.
Lo que está claro es que Karpin no imitará a Donato, a sus 40 años, o a Carboni, a sus 39. Como mucho, podría aspirar a seguir un ejercicio más, nunca dos, en el supuesto de que el gusto por el fútbol le pida un último esfuerzo.
Su posición en el campo tampoco le ayuda a seguir. Es el jefe de la banda derecha -en plena colaboración con López Rekarte, otro derroche de energía- y no se arruga. Quizás de media punta o en posición más retrasada podría continuar. Pero ya no sería Karpin, la garantía en el costado, aunque haya perdido desequilibrio individual, pero ni un ápice de inteligencia para abrirse un huequecito y lanzar un centro envenenado.
Hoy disputará otro derby contra el Athletic, un partido que Karpin suele marcar con un asterisco en su repertorio. En San Mamés es odiado sin piedad a raíz de un par de desplantes y su facilidad para encararse con el contrario; en Anoeta es solicitado para que imprima a la Real el carácter que se requiere en una lucha fratricida.
De momento, ha marcado el territorio. En su opinión, el choque no es más importante para la Real que para el Athletic como, por una cantinela, se repite en Bilbao. Y aclara que le gustan estos partidos "por lo que les rodea", ese caldero donde se cuece tanto ánimo como fútbol. En eso coincide con el técnico rojiblanco, Ernesto Valverde, que ha declarado que estos encuentros "se ganan con el corazón más que con la estrategia".
Y Karpin, fiel a su estilo, apunta que en Bilbao siempre ha habido problemas con el público, pero matiza: "No tengo rivalidad particular con nadie". Es verdad. Hoy se enfrentará a Larrazabal, el rojiblanco que más clásicos ha disputado. Será un duelo de expertos con la grada como apoyo. Cabe pensar que Anoeta será un clamor para que Karpin siga y no deje a la Real en orfandad psicológica y deportiva, aunque el letón nacionalizado ruso seguirá deshojando la margarita como un guerrero cansado que, por más que se le pregunte, insiste en una máxima sabia: Sólo sé que no sé nada.
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