Ópticas de la corrupción
Hay una manera de mirar las corrupciones de cada día, desde las de alcaldes y curas vagineros hasta las otras blancas manos, de venas azules, metidas en cajas y bolsas: consiste en decir que en tiempos de Franco eso no se podía publicar, y que la democracia es mejor porque nos permite saberlo. Hay que ser muy de derechas para pensar así. Si se es un poco más de derechas se puede creer que es la libertad la que ha traído estas desgracias. Esa óptica requiere ser un poco imbécil si se cree, y un canalla si se sabe que es mentira.
Muchos cristales hay para mirar: la de que la democracia es el peor sistema de gobierno con excepción de todos los demás es muy graciosa, pero completamente falsa. Hay una manera de gobernar mejor: que la democracia sea verdad y la corrupción imposible. Pero en ese caso entra la percepción utópica de lo deseado: lo bueno es imposible, y surge otra frase de redomado truhán: "Lo mejor es enemigo de lo bueno". Piensan así los que se benefician de lo que llaman bueno frente a los que perecen buscando lo mejor. Un amigo al que me quejaba de los trajes que me hacía -sin razón, es cierto- me soltaba un refrán que decía que era de su profesión: "Cambiarás de sastre pero no de ladrón". Era una metáfora, y no de un gremio que según la comediografía corría tras los señoritos sin poder cobrar; decir ahora que "cambiarás de político pero no de corrupto" es también falso, y pertenece a la visión del español yaciente, resignado a la puerta de la iglesia esperando limosnas de corruptos. O justificándose por aquello que hará si sale del hambre. Otra metáfora me la daba mi profesor de automovilismo, en París: "Lo que tiene que hacer es aprender a examinarse y a sacar el carné; cuando lo tenga, ya cometerá usted todas las irregularidades que pueda". Ah, pienso en Rajoy y su meditación del carné de conducir por puntos, que robó a los socialistas a los que negó esa idea. ¿No tendrían los políticos de profesión un permiso por puntos, que se les redujera como la piel de zapa de Balzac? Y los curas, los banqueros, los concejales; todos soplando por el alcoholímetro. ¿Los periodistas? No, gracias: ya me habrían arruinado. El problema no está en el comportamiento, sino en quien da y quita los puntos.
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