El Zaragoza, finalista y europeo
El equipo maño especula con un mal partido ante un Alavés que nunca supo qué hacer para ganar
El cuidador del césped de la Romareda, suponiendo que fuera aséptico en sus preferencias, debe estar feliz. Hoy sólo tendrá que reparar la franja central, porque de los costados los jugadores, en su tozudez, se olvidaron desde el principio. Era fútbol a tope, es decir a topetazos, a balonazos, atasco permanente, huida constante del balón y, por lo tanto, una suma permanente de obsesiones centristas, como si el campo se midiera por la franja que establecen los palos de la portería.
Al Zaragoza, que defendía el resultado de Mendizorroza (1-1), el partido le iba bien, sobre todo porque de vez en cuando David Villa se marcaba dos carreritas por su cuenta, con dos quiebros contra dos centrales de hormigón, y se sacaba un ¡uy! de la grada que reivindicaba aquello con el fútbol. Al Alavés le iba fatal, empeñado en jugar por el centro, sumando pérdidas de balón e incapaz de crear una sola jugada que inquietase a Laínez o le obligase, siquiera, a remangarse el jersey. Ni una vez le pusieron a prueba, sólo se asomaban al balcón, con ímpetu pero sin ideas, y se les caía el balón. Y vuelta a empezar.
ZARAGOZA 0 - ALAVÉS 0
Zaragoza: Laínez (Valbuena, m. 66); Cuartero (Generelo, m. 60), Álvaro, Milito, Toledo; Ponzio, Movilla; Cani, Dani, Savio (Galletti, m. 30); y David Villa.
Alavés: Juan Pablo; Coira, Ochoa, Téllez, Galván; Astudillo, Pablo; Edu Alonso, De Lucas, Iván Alonso (Vucko, m. 50); y Rubén Navarro.
Árbitro: Mejuto González. Amonestó a Ochoa, Téllez, Pablo, Savio, Movilla, Generelo, De Lucas, Edu Alonso y Galván.
Unos 35.000 espectadores en La Romareda. El Zaragoza se clasifica por el valor doble de los goles en campo contrario, tras el 1-1 de la ida. La final la jugará contra el Real Madrid, el 17 de marzo en el estadio olímpico de Montjuïc, y el conjunto maño estará clasificado para la Copa de la UEFA aunque pierda si el Madrid logra una plaza para la Liga de Campeones.
El cuadro vitoriano estaba en otra cosa, en una batalla perdida, jugando con un solo ojo
Sin ocasiones, sin fútbol y con demasiados lesionados, el Zaragoza supo ser más práctico
¿Era la tensión del resultado, la importancia del momento? Algo tenía que ver con los medios centros y con los chicos de las bandas. Los primeros (Movilla, Pablo y compañía) un tanto obtusos, repetitivos, más empeñados en el arabesco que en la circulación del balón; los segundos, disfrazados de nada, tan abiertos y estáticos que se confundían con el público de las primeras filas. Para colmo, al Zaragoza se le lesionó Savio a la media hora (tras un golpe propinado por Ochoa), mientras el Alavés se olvidaba de Iván Alonso, un delantero centro puro reconvertido en extremo para aprovechar su velocidad y su espíritu guerrillero.
Villa es un futbolista adecuado para esos partidos. Un delantero de esos que pueden asumir su ninguneo durante muchos minutos, pero que siempre está puesto para cualquier balón perdido. Así se fabricó una escapada, finalizada de mala manera (muy alta), un remate tras un escorzo, desde fuera del área y una punterilla tras un centro de Galletti. Todo era cosa suya, pura intuición, pura concentración, saber estar y soñar con la jugada perfecta.
El Alavés estaba en otra cosa, en una batalla perdida, jugando con un solo ojo, con Astudillo haciendo kilómetros sin saber adonde ir ni en donde parar y con De Lucas, como medio punta, sin saber ocupar el sitio que inevitablemente se crea entra la defensa ay el medio campo. Conclusión: consumió 45 minutos sin un solo disparo a puerta, sin una ocasión de gol, con un libre directo contra la barrera y un salto de Astudillo, empujado por Milito, que se quedó en nada, en la cuenta del árbitro y en la del Alavés.
Era una Copa especulativa, demasiado ajena a lo testicular que suele imperar en este torneo. Mucha estrategia (mala), tacticismo (insulso), ningún lateral interesante, mucho delantero abandonado a su suerte, dos porteros aburridísimos.
Probablemente, ni el Zaragoza ni el Alavés soñaron con alcanzar una final que se fueron encontrando poco a poco, sin querer. Y resulta que la Copa, de pronto, les prometió una plaza en la UEFA, cuando uno lucha denodadamente por eludir el descenso y el otro por conseguir un ascenso que no ve claro.
Quizá por todo ello imperaba el miedo al gol. Uno solo bastaba para alcanzar la gloria de la Copa y de la UEFA, y Zaragoza y Alavés decidieron especular con no encajarlo en la confianza de que a su favor podía llegar de cualquier manera.
Y pudo haber sido en un sombrero de Ochoa a Laínez que metió lo brazos, salvó el gol y acabó en camilla en el vestuario. Después, Movilla recibió un tacazo de Edu Alonso en el rostro y volvió al campo con un venaje vaquero que lo mismo valía para atracar un banco que para jugar al fútbol. Y entre tanto Cani remató al poste.. Por fin, era la Copa, el épico torneo que suple lo táctico con lo emotivo. Fueron unos instantes, suficientes para que el Zaragoza se apuntara a la final y al premio de la UEFA y para que el Alavés pagara su inocencia, su falta de voracidad, su malísima lectura del partido.
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