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Columna
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'¡Mariano!'

Un amigo mío, por lo demás vasco -discúlpenme los Guardianes de la Constitución y su jefe, el Converso Sacarino-, me enseñó a atribuir, a gritos y genéricamente, el nombre de mariano a los camareros cuya atención necesitara reclamar. Por supuesto que de tal estratagema sólo me serviría en caso de reincidente desatención y redundante indiferencia, ejercida mediante la mirada lejana y transparente que caracteriza a parte del gremio, en las horas punta. "Siempre hay un mariano", sostiene mi amigo. Y tiene razón, como ustedes saben.

Siempre, y en todas partes, hay un mariano bonachón y templado de modales, que viene hacia nosotros con la carta de las sugerencias, el bloc de los pedidos y un boli castizamente sujeto entre cráneo y oreja. Se trata de un hombre diseñado para no parecer responsable de la desidia con que los propietarios del garito tratan a los clientes, ni de la mala leche que la negociación del convenio o la falta de contratos inocula a los renuentes empleados, ni de la calidad de las albóndigas. Mariano, el pacificador.

Son tipos que se dan tanto en las malas familias como en las buenas. Son esos cuñados aparentemente conciliadores que median en todas las trifulcas; capaces, sin embargo, de arruinar la reputación de la más virginal con un par de medias palabras y un chasquido de lengua. Se les puede encontrar, asimismo, en las tertulias radiofónicas progresistas: hombres que, estando a la derecha, se han hecho con un micrófono entre la izquierda a base de mezclar su bilis con salsa rosa.

A don Mariano Rajoy, no sé si se han fijado, le gusta chasquear la lengua. Moderadamente, su lengua viaja hacia su paladar y se queda allí lo justo para escenificar su desdén, colofón levemente sonoro del ninguneo a que suele someter al contrario. ¿Mentiras y crímenes? ¿Guerras y explicaciones? "¡Paparruchas!", parece exclamar.

Es su estilo y no pienso reprochárselo. Tiene derecho a practicarlo porque, en el lugar del que procede, en las cocinas infernales del Partido Popular, otros se encargan de desollar a la oposición y de salar sus llagas.

Se nos acerca el candidato, con su menú del día, su sonrisa de oferta y su cara de amnesia.

Un mariano, en el país de las paparruchas.

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