Grata sorpresa de un filme colombiano
'María, llena eres de gracia', es la ópera prima del norteamericano Joshua Marston
Tenía razón el director del festival, Dieter Kosslick, cuando advirtió que éste sería el año del cine latinoamericano, y no sólo por el Oso de Honor concedido a Fernando Solanas. La película argentina El abrazo partido, de Daniel Burman, sigue bien situada en las quinielas que críticos representativos hacen a diario en la publicación del festival, y ayer se añadió la agradable sorpresa de la película colombiana María, llena eres de gracia, ópera prima del norteamericano Joshua Marston, que venía precedida del premio del público en el festival de Sundance.
María, llena eres de gracia, es una película modesta, tanto de presupuesto como de pretensiones, pero el público de la prensa la aplaudió con energía, valorando su sinceridad, su buen hacer, y quizá contentos de que una película nos hablara por fin de un tema de hoy. María, llena eres de gracia, narra sin melodramatismo el afán de una chica de 16 años por escapar de la asfixia que le produce su pueblo, en el que no hay perspectivas de futuro. Acepta el trabajo de pasar droga a Estados Unidos, lo que consigue con éxito gracias a que su incipiente embarazo desaconseja a los aduaneros revisarla por rayos. Ha tenido suerte. Pero a una compañera de la misma expedición se le revienta una de las bolas en el estómago y se siente morir. A partir de ese momento, María se enfrentará a una dura supervivencia en Nueva York... Sin aspavientos, con verosimilitud, las actrices profesionales de la película parecen sacadas de un documental. Cuando aparecieron en la sesión de noche para saludar tras la proyección, los espectadores se deshicieron en aplausos. La película les había conmovido sin trucos.
En sus antípodas está la pretenciosa película alemana Y la noche canta, de Romuald Karmakarr, muy premiado por sus dos largos anteriores. La expectación ante esta nueva película llenó la sala hasta los topes. Pero si en este festival parece costumbre desertar de las proyecciones, y que sea una constante ese sonido del toc del asiento al replegarse, Y la noche canta recibió un concierto de toc tocs. Aquello parecía una fiesta. Y más aún cuando se levantó la veda y el público empezó a reírse abiertamente de la película. Al final era un delirio. Cada vez que uno de los tres personajes -el matrimonio y un amante de ella- decían alguna de sus frases, el público, mayoritariamente alemán, se retorcía de risa, contagiando a todos. Tendría el lector que imaginarse a unos actores que parecían empalados, encerrados en una habitación, repitiéndose de forma muy ceremoniosa, con eso que llaman profundidad, una y mil veces las mismas tontas frases. En todos los festivales existe siempre una peor película, y ésta alemana parece este año la ganadora del título, aunque a saber qué dirá el jurado.
También en casi todos los festivales hay alguna película que no parece adecuada para la competición, y éste es el caso de The final
cut, ópera prima del jordano Omar Naïm, interpretada por Robin Williams y Mira Sorvino, que dejó al público perplejo. Es una obra de corte comercial que parece más concebida para la televisión. Se trata nada menos que de un chip que se coloca en el cerebro de un bebé, capaz de registrar su vida entera. Cuando muere, un experto profesional selecciona las imágenes de la existencia del difunto, y compone un montaje que se proyecta el día del entierro. Robin Williams es el mejor montador de estas memorias ajenas porque las maquilla, suprimiendo cuanto le parece negativo para el honor del muerto. Pero su vida personal no es, sin embargo, tan fácil, atormentado por una culpabilidad que arrastra desde su infancia. Soluciona parte de esos problemas cuando él mismo se instala un chip y ve qué ocurrió realmente en aquel pasaje de su infancia. Las cosas no fueron como las recordaba. Es decir, que, como todos, había reformado su propia memoria.
Babelia
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