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Columna
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Coco y risa

La otra noche se encontraron por la calle de Conde de Peñalver el coco y la risa. Y va el coco con cara horrenda y dice a la otra:

-Yo soy el coco coquito para mayores y pequeñitos, canalla por vocación, asustador por instinto. Yo sí que soy un arma de destrucción masiva. ¿No te da miedo, descarriada?

-A mí, como si te zurcen. Soy erasmista y volteriana. No creo en fantasmas, sino en quien los manipula y en los incautos que se los tragan. Tú no existes. Multiplícate por cero.

Entonces el coco se encabritó y montó un detestable recital de piruetas demoniacas, gruñidos, chispas, alaridos, amenazas, muecas de terror, tiritonas, gestos espantables y toda la coreografía con que suele mostrarse este bicho matón y pendenciero de la familia de los mamíferos inexistentes. Pero la otra, sin hacer caso alguno al bellaco, se puso a hacer guiños a un enfermo que observaba divertido el espectáculo desde una ventana del hospital de La Princesa. Luego se volvió hacia el coco, le dio unas palmaditas en los cuernos y le advirtió serenamente:

-Me pones a punto de carcajada, que es mi prima exuberante, y vas a conseguir que se me corra el rímel.

-¿Es posible que seas tan inconsciente y errática? ¿Es que acaso no sientes los infinitos peligros que asoman por doquier? ¿Cómo se te ocurre andar descoyuntándote a todas horas de la humanidad, con la que está cayendo? ¿Es que no tienes uso de razón?

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-Tengo uso de Ramón, un amigo de parrandas. Soy jocosa, pero no tonta. Ahí te duele.

-¿Es que, por ventura, no tiemblas ante la ira de Dios?

-No me nombres a los dioses, que ya tenemos a los curas.

-¿Ni siquiera te asustan los cocobacilos, ilusa?

-Eso me suena a un conjunto de música moderna.

-¿Y no te da miedo el más allá?

-¿Más allá todavía? La vida es una broma que acaba con la muerte, y viceversa.

Y el coco escapó por la calle de Maldonado con el rabo entre las piernas. El que miraba desde La Princesa, muerto de risa.

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