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DON DE GENTES
Columna
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Los ángeles de Charlie

Elvira Lindo

YO, A LA EDAD QUE TENGO, ya no creo que mate a nadie. No pongo la mano en el fuego, entiéndame, pero no me veo yo ya el cuerpo para el delito con mayúsculas. Para el pequeño delito sí, fíjate. Ya he denunciado en varias ocasiones esta propensión a la cleptomanía que tengo desde niña, que, por cierto, el otro día me pido en el restaurante Tsunami un té verde, por su efecto antioxidante a la par que diurético, entre otras cosas porque me había puesto de sushi como una cerda extremeña de Ibarra, y va y me dice el dueño que me tiene que servir dicho té en una taza normal porque la gente se ha ido llevando las tazas japonesas y les han dejado sin existencias. Y eso que es un restaurante lleno hasta la bandera de gente superpija, tanto del PP como de fuera del PP. Y es que la cleptomanía no conoce ideología. Lo que me fastidió del asunto, y así mismo se lo dije al encargado, es no haber sido yo una de las choricillas. Me dolió, me pareció un signo de decrepitud. Hace tan sólo cinco años yo me hubiera hecho un juego de té japonés sólo con las tacillas del Tsunami. Ay, amigos, nos hacemos viejos. Aún me acuerdo cómo sudaba mi santo cuando en el restaurante Cipriani de Nueva York vio cómo yo me metía uno de los ceniceros en el bolso. Siempre he sido muy Wynona. Mi santo me decía: "Tú estás loca, tú no sabes que aquí no te puedes andar con bromas, que aquí te meten en la cárcel, que aquí primero disparan y luego preguntan, que tú no sabes cómo son las cárceles americanas, que a lo mejor ese cenicero lleva un dispositivo electrónico y te pita en el aeropuerto Kennedy y de ahí te lleva derecha al corredor de la muerte". Él siempre cortándome el rollo. "Coño, déjame vivir, let it be, por Dios", recuerdo que le dije, "seamos espontáneos en nuestras actuaciones, no dejemos regular nuestra existencia por el miedo al aparato represor yanqui". Como verán, nuestras conversaciones serán tensas, pero tienen altura, qué caramba. Pero a lo que iba, que, aparte de pequeños delitos (hurtos, etcétera), yo no me veo con fuerzas ya para el delito criminal. No así las mujeres que salen en el libro de Manu Marlasca y Luis Rendueles, Mujeres letales, que es un libro que les recomiendo leer, si es posible, por el día, porque por la noche sueñas. En el libro hay una asesina de Madrid que mata y roba a abuelas y a la que pillaron porque siempre elegía a abuelas que vivían en la misma línea de metro (le di la enhorabuena a la inspectora del caso, que fue a la presentación); está la que mató a sus niños ahogándolos con el cable del móvil; está la que envenenó a su familia... En ese plan. El libro lo presentamos Concha Yagüe, directora de la cárcel de Alcalá de Guadaira, una guardia civila monísima y yo. Ellas, listísimas; yo, regular. Acabamos de hablar y un periodista va y nos dice si no nos importa ponernos las tres para la foto como Los ángeles de Charlie, como apuntando con la pistola cada una para una dirección. Estarán de acuerdo ustedes conmigo en que el periodismo está pasando un momento dificilillo. Se ve que el hombre pensó que como yo escribo estas cosas de comicastra, luego estoy dispuesta a hacer el gilipollas públicamente en cualquier momento. Conste que yo intento ser seria, pero me pasa lo que a Madrazo, que somos graciosos de natural. El otro día le daban un pequeño mamporro a Madrazo en la revista gay Odisea. Se ve que dicho político, en su afán de solidarizarse con todos y todas, dijo que si los suyos llegaban al poder exigirían que las operaciones de cambio de sexo fueran gratis por la Seguridad Social, siempre y cuando, decía el ínclito Madrazo, fuera por prescripción médica y no por mero capricho. Pero alma de Dios, decían los de Odisea, de cuándo se ha visto que uno se quite y ponga órganos por gusto. Yo ese tema lo controlo, no en calidad de operada, entiéndanme, sino por mi amiga Rita, la que hace la calle en mi portal.

Ya conté en su momento que a Rita le quitaron su propio pene hace 10 años y ahora se arrepiente: uno, porque le duelen sus partes cuando va a cambiar el tiempo (debería contratarla Florenci Rey porque Rita nunca falla), y dos, porque dice Rita que en la vida hay que sumar, nunca restar. De todas formas, una vez Rita me confesó lo que medía el pene que la quitaron y, dadas las dimensiones, para mí que lo que le quitaron a Rita fue la polla. Yo, a la edad que tengo, ya no creo que me opere. Para empezar, me ponen un pene y a mi edad igual al poco tiempo me pongo de la próstata, porque ya lo dice Lorena Berdún: todos esos órganos están interrelacionados; y, además, cómo le explico yo eso a mi santo, si es un hombre que robas un cenicero y ya está sudando de la vergüenza. Hijo, le digo a veces, te ahogas en un vaso de agua.

Hoy, para terminar, me gustaría hacer un comunicado, porque en la actualidad o sacas un comunicado o no eres nadie: "Sé que se está rumoreando en ciertos círculos que mantengo una amistad estrecha con un señor con bigote. Pues bien, es cierto. Y también es cierto que me iré con él a Estados Unidos el mes que viene, donde a él concretamente se le quiere más que en este país (de mierda) en que nadie valora la importancia real de su Obra". Después de hacer un comunicado es que te quedas superagusto, oyes.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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