La chica del péndulo
Víctor Erice le descubrió el cine y la descubrió para el cine. Le puso un péndulo en la mano y la hizo intervenir en una historia misteriosa cuyo título, El sur, se convirtió también en un misterio, pues su productor impidió que Erice siguiera hasta el sur el viaje que en la película se iniciaba en el norte... Fue, escribió aquí Ángel Fernández Santos, "un poema inacabado".
Erice la había encontrado en un colegio de Santamaría, en Madrid, y con su mirada hizo una obra de arte. El péndulo era, en su mano, un símbolo de búsqueda: del agua, del padre, de la vida.
Después, la chica del péndulo se ocultó, en el colegio, en Bellas Artes, e iba para pintora, aunque su vocación fuera la medicina, de la que la alejó la pereza. Hasta que otro director de cine, Felipe Vega, la convocó al café Comercial de Madrid, atraído por la profundidad de aquella mirada... Era 1986, y ya Iciar Bollain rozaba los veinte años. Vega la vio doble, porque ella acudió a la cita con su hermana gemela, Marina, e intentó imponérsela como la actriz posible de la película que él preparaba... Ella quería ser pintora, tenía buena mano para dibujar, el cine ya no era su destino... Pero finalmente aceptó el trabajo y fue la hija de Marisa Paredes y Rafael Díaz (actor ya fallecido) en Mientras haya luz, que se estrenó en 1987...
Y ya no cesó. Trabajó en varias películas con el propio Vega, con Manuel Gutiérrez Aragón, fue una musa para José Luis Borau, trabajó con Chus Gutiérrez... Cuando hizo Malaventura (Gutiérrez Aragón, 1988) hacía de hija del Borau actor, de quien sería musa: era díscola (en el filme, en la vida) y Borau, tan delicado, debía abofetearla. Lo hizo con delicadeza, lo que obligó al director a repetir mil veces la misma escena... Cuando en 1989 se estrenó El mejor de los tiempos, otra vez con Felipe Vega, en una historia que sucedía en los invernaderos de El Ejido (Almería), el periódico francés Libération dijo que con Iciar había nacido un nuevo personaje de mujer...
Genéticamente independiente, es audaz, pero también prudente; es sensata, ambiciosa, directa y natural, como su mirada. La tienen que convencer: si en una escena ha de dar dos besos, le tienen que explicar muy bien para qué sirve el segundo...
Aunque no ha dejado de actuar, sabe que su vocación ya no es la pintura, ni la medicina, ni siquiera exclusivamente la función de actriz: quiere dominar el mundo que ve, quiere dirigir la derrota del péndulo... Su debut como directora fue Hola, ¿estás sola? (1996) y ya desde entonces no dejó de utilizar el cine para referirse a la mirada (solitaria, reprimida, luminosa) de la mujer, hasta el último filme tan celebrado, Te doy mis ojos... Con el escritor Julio Llamazares hizo el guión de su película Flores de otro mundo, quería tener al lado la visión de un hombre... Un día fueron juntos a hablar con un matrimonio rural en el que coincidían una filipina y un lugareño... Al final de la conversación notaron que Iciar sólo hizo preguntas a la mujer... Ella dice que las mujeres son su gran tema. ¿Y los hombres? "También les pasan cosas".
Ahora, estos días, su mirada está en su casa... Cuando recogió el Goya que le correspondió por Te doy mis ojos, agradeció a su madre ("una abuela sin fronteras") que se ocupara de sus dos hijos (Lucas, de tres años, y Liam, de un mes) mientras ella andaba por ahí haciendo cine... No es que la madre se haya cansado, pero es cierto que la chica del péndulo está ahora volcada en sus hijos, con los plomos fundidos, aturdida, y se va a ocultar un tiempo, como se ocultó después de que Erice hiciera triunfar una mirada que no ha parado de ver el alrededor con ojos tímidos, pero también gamberros.
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