'Souvenir' budista
Un billete de ida a Hong Kong, otro de vuelta desde Pekín y un mes en medio de ambos para recorrer China. Sin itinerarios cerrados. La aventura de la directora de Te doy mis ojos, la película que ha arrasado en los Goya, da para un buen guión de cine.
Sitúeme en el contexto y las intenciones de su viaje.
Fue hace tres años. La idea era perderme con mi pareja en un lugar donde no conociéramos el idioma ni la cultura. Algo ajeno, sin referencias. Con sólo dos guías para documentarnos y algunos contactos de amigos. Una aventura.
Así que llegó a Hong Kong, aeropuerto de Norman Foster. ¿Impresión?
Impresionante, porque aterrizas entre rascacielos, y encima se desató una tormenta bestial. Pero no hubo choque cultural, porque es una ciudad muy occidentalizada, viven muchos británicos y se pueden leer los carteles. Otra cosa fue llegar a Guangzhou (Cantón).
¿Cómo fue?
Es una de esas ciudades superindustriales y nada turísticas. Crecía tan rápido que junto a la pagodita tipo chabola veías un rascacielos de 60 metros en construcción. Y lo más chocante era que algunas de las personas que lo habitarían vivían a pie de obra, en la calle. En cuanto podían se instalaban, aunque todavía sin agua corriente.
Semejante adaptación a la incomodidad debe forjar un carácter peculiar.
Es gente con una capacidad de aguante alucinante, que sobrevive en un país áspero y duro sin dejar de ser amables. En una ocasión fuimos a sacar un billete de tren a una estación. Hicimos una cola de 20 metros. Buscamos a alguien que hablara inglés, y un tipo dijo que sí. ¡Esperó con nosotros tres horas hasta sacarnos el billete!
Sin guía local, sin nociones de chino, ¿llegaron a algún destino previsto?
Estuvimos en la zona de la presa de las Tres Gargantas, por pueblos de los que después han anegado. Los edificios eran de hormigón, sin una barandilla ni un adorno, pues la revolución cultural los consideraba burgueses. Muy feos.
¿Alguna anécdota divertida que llevarse a la boca?
Sí, fuimos a un templo budista con la pretensión de ver una misa, pero entendieron que queríamos hacernos budistas, así que nos postraron de rodillas frente a un santón-gurú que recitaba algo que debíamos repetir. Luego nos dieron un carné rojo y nos cobraron un montón de dólares. Así que supongo que soy budista.
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