Iglesia y método científico
A nadie extrañarán las extravagantes opiniones contenidas en el Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, pues es propio de la tradición católica un pensamiento apriorístico, antirracionalista y contrario a las más elementales leyes del método científico. Sólo así puede explicarse la relación que se establece entre lo que el documento denomina "revolución sexual" (es decir, progresiva equiparación de los derechos de las mujeres y de los hombres, respeto por las inclinaciones sexuales de cada cual, adopción de medidas profilácticas y contraceptivas para la prevención de enfermedades de trasmisión sexual y de embarazos no deseados, etcétera) y la violencia doméstica, o la no menos grotesca entre los "pretendidos modelos familiares alternativos" y "una ideología perniciosa unida a poderes económicos y mediáticos" (EL PAÍS, 3/2/2004). Siguiendo este razonamiento tan poco riguroso de causa-efecto, los antitaurinos podrían arrimar el ascua a su sardina endosando a las corridas de toros la responsabilidad de la lluvia ácida, y los vegetarianos podrían argüir que la ingesta de carne tiene la culpa del calentamiento de la corteza terrestre.
Pero hay otro aspecto menos pintoresco en el documento de la Conferencia Episcopal: la enérgica denuncia de "los abusos y violencias sexuales de todo tipo" sería plausible si no fuera escandaloso el silencio, a menudo acompañado de obstrucciones a la investigación, que la Iglesia católica mantiene con respeto a las frecuentes denuncias de pederastia que afectan a sus ministros de todas las latitudes, incluyendo en algunos casos a obispos y otras dignidades eclesiásticas. Muy a mano tienen, sin duda, los señores obispos la forma de luchar contra esos "abusos y violencias sexuales", pero prefieren, por más cómoda, una invectiva general antes que poner el dedo en la llaga particular.
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