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El 'Código Da Vinci', la mujer y la carne

En estos días de tormentas políticas, la realidad, tozuda en su amor a los monstruos, nos trae subtítulos que nos erizan los repliegues del alma. ¿Cómo lo diría? Todo aquello que personalmente amo y sufro está hoy en las noticias, y las noticias aumentan la desazón. Los niños y ese turismo sexual de nuestras gentes de bien, felizmente casadas en lo políticamente correcto, pero convertidas en devoradores de carne trémula cuando viajan a los mundos del mundo tercero. O cuarto. O quinto. ¡Qué distinta es la moral cuando uno llega con su Visa Oro a los rincones oscuros de la tierra! Las mujeres, y su muerte violenta a manos de hombres que un día les dijeron que las amaban, y hasta lo pensaron, y sin embargo sólo querían ampliar las propiedades. Los jueces y sus sentencias de expediente X, incomprensibles en lenguaje humano. Esas dos niñas, ésas, de las que abusaba sexualmente la pareja de la madre, pero que no ofrecieron suficiente resistencia, según el juez, como para castigar severamente al agresor. Y dígame, amable juez, ¿cómo tiene que resistir una niña de 8 años, de 9, de 12, a un hombre que la violenta sexualmente? En cambio, dos años de cárcel para un hombre que leía el diario de su mujer... ¡Por Dios! ¿Quién se está volviendo loco, el mundo mundo o el mundo extraterrestre que habita en los ámbitos judiciales? Y para colofón del Año Dalí, que ha decidido reinar sobre el tedio ambiental con su toque delirante, ahí tenemos ese grupito de misóginos con falda y escapulario, llamados modernamente Conferencia Episcopal Española -aunque antaño se les conocía como Santa Inquisición-, que han decidido hacer de la homofobia y la misoginia el programa electoral para el 14-M. Desde luego, algo está claro: en España no crecerá nunca un partido de extrema derecha, porque el hueco está bien cubierto... ¿Y los votos? Los votos son como el Ebro en su desdicha: se trasvasan perfectamente a la calle de Génova.

Cansa tener que lidiar con la inmoralidad de quienes usan a Dios para alimentar sus fobias integristas

De la Conferencia y su Inquisición hablaré en este artículo fatigado, harta quien lo escribe de tener que lidiar siempre con la misma moral inmoral, la inmoralidad de quienes usan a Dios para alimentar sus fobias integristas, su medievalizante concepción del mundo y su eterno odio a las minorías, mujeres y homosexuales en primera línea de ataque. ¡Pobre Dios, en qué fregados le ponen! Y pensar que el Dios de las santas monjitas de mi infancia era un Dios bondadoso, mucho más cercano a esa mujer violentada que al machismo histórico que la violenta. Pero es evidente que el Dios de las jerarquías está más cerca del martillo de herejes de los Legionarios de Cristo, cruel, despiadado, castigador y dominante, que del Dios del Domund de mis dulces maestras. Estos hombres con falda pero con cerebro de pene odian a las mujeres y a los gays (a pesar de que en ningún lugar del mundo hay más armarios que en éste) y usan a Dios para divinizar el odio. ¿Es una frase extrema? Me temo que lo extremo es la historia que nos han inculcado, la cultura religiosa que nos han vendido y el sufrimiento que las minorías del mundo han acumulado. Escribí en un libro de hace años (Mujer liberada, hombre cabreado) que Dios es hombre y recuerdo la cantidad de personas que intentaron convencerme de que Dios es hombre y mujer. Entonces, ¿de dónde venía lo de "Padre nuestro..."?, ¿por qué no madre...?, etcétera.

En estos días de lectura intensa del Código Da Vinci, la cuestión de la mujer y la religión ha conseguido, por mérito literario, estar en primera línea de reflexión. Personalmente, el libro me ha intrigado

, me ha cautivado y me ha divertido. Pero, desde mi perspectiva, lo más importante no es lo que de verdad haya en él, porque la ficción, ficción es, para alegría de la realidad. Lo importante es que ha situado en primera línea el anacronismo hiriente que significa el desprecio a la mujer en el mundo eclesiástico. Estoy convencida de que, en el necesario y complejo camino hacia la justicia igualitaria -camino que más bien es una carrera de obstáculos-, caerán todos los bastiones donde el machismo reinó antaño y aún... ¿El último que caerá? El último bastión es el Dios del dominio. Las tres religiones monoteístas, la judía, la cristiana y la musulmana, han basado su doctrina social en un desprecio profundo de la mujer y en una cultura de sumisión avalada por decenas de textos religiosos. El Dios con barba que somete, adoctrina y desprecia es un Dios fruto de la sociedad misógina que lo creó y, como tal, también será revisado. Por mucho que los imames del mundo o los curas de la Conferencia pongan barreras, permitan y avalen el dominio o, directamente, desprecien el sufrimiento. No sé si Dios es mujer; pero, sin ninguna duda, no es el hombre que nos han enseñado. Y habita, sin duda, en el corazón de las mujeres violentadas.

Con todo, escriben, gruñen, riñen, castigan, amonestan y hasta convencen. Son un ejército de políticos sin cargo, pero con influencia, que no están ahí para hacer tratados de teología, sino para reconstruir la sociedad de la Contrarreforma. Su misión en la tierra no es una misión del cielo. No sé si son creyentes de su fe, ni me preocupa, pero tengo suficiente cultura católica como para saber algo con certeza. Estos de la Conferencia Episcopal y adláteres incumplen flagrantemente el segundo mandamiento: no usarás el nombre de Dios en vano.

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