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Columna
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Imágenes del horizonte

Empiezo con una escena de la película Europa, de Lars Von Trier. Un hombre y una mujer jóvenes, que se acaban de conocer, hablan en un tren. Estamos en 1945. Ella es alemana; él, norteamericano, no ha hecho la guerra (por objeción de conciencia) y está en Alemania porque quiere colaborar en la reconstrucción de ese país: "Creo que trabajando aquí como civil -dice- contribuyo a hacer un mundo mejor". Ella responde: "Es usted un verdadero idealista. Lo que dice parece venir de un lugar lejano".

Fin de la escena, pero no de la conciencia (para nada reconfortante) de que algunas palabras se han quedado muy lejos. Mundo mejor, utopía, incluso civil. De que han dejado de formar parte del mobiliario funcional de nuestra realidad. De que sólo les sirven a quienes decoran su vida con piezas de anticuario o de brocante. Palabras de segunda mano para fijos de pensamiento, nostálgicos y/o anacoretas del anacronismo ideal. Confieso que en alguna de estas categorías quepo.

La segunda imagen es real. No hace mucho asistí, en el salón de plenos del Ayuntamiento donostiarra, a una mesa redonda en la que participaron Herrero de Miñón, Gurutz Jáuregui y Santiago Carrillo. Hoy quiero detenerme sólo en las apariencias. En un momento determinado uno de ellos dijo: "Nueva manera de hacer política". Yo miré a la mesa y a la sala, enorme y llena de gente. La media de edad de los asistentes superaba con creces los cuarenta. Quitando la pareja que tenía justo delante, ¿dónde estaban los jóvenes? Una nueva manera de hacer política, ¿para quién? o ¿hasta cuándo? Hasta que se produzca qué tipo de relevo.

La tercera imagen es la más terrible (en el sentido del desierto, de la desolación). Corresponde a un anuncio de coches. Un joven entra abruptamente en un concesionario. Parece sorprendido. Ignoramos lo que esperaba encontrar. Sólo sabemos lo que le espera: espacio desocupado, silencio, un vendedor y el coche. Sólo sabemos lo que se espera de él: que ajuste sus movimientos a esa quietud y que se lleve a casa el automóvil.

Esa imagen me parece terrible porque expresa, con orgullo -se trata de un anuncio lujoso, elaborado, de gran formato- la abolición de los ideales o de las ideologías, su ridiculización, su conversión en meros impulsos de consumo. Donde había motor del cambio social pongamos un motor literal. Y para despejar cualquier duda sobre su posición política, el anuncio nos ofrece entero el recorrido.

Ese joven, antes de entrar triunfalmente en el concesionario, pasa por la Revolución Francesa, el movimiento sufragista, Mayo del 68, y la contestación antibelicista del nudismo. Los deja atrás. Todo aquello sólo sirve para llegar a esto, a esta síntesis social de 115 caballos y bajo consumo de energía. Y por si no hubieran quedado claros el proceso y el mensaje -que, como soy una antigua, insistiré en llamar de desertización-, los autores del anuncio tienen la amabilidad de deletreárnoslos: "Sé realista. Pide lo imposible; la imaginación al poder. Consignas del Mayo francés creadas por una juventud dispuesta a transformar el mundo. Y aunque muchas cosas han cambiado desde entonces, algunas de sus ideas siguen siendo válidas hoy. Como la ambición de convertir lo imposible en real. Por ahí anda [el coche anunciado] que ha imaginado un motor con toda la potencia de un gasolina y unos consumos similares a los de un diesel... ¿Una utopía? Sin duda, pero otra vez convertida en realidad. El espíritu permanece"... (fin de la cita).

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La cuarta y última imagen es la del horizonte electoral: las urnas puestas en la línea, idéntica a sí misma, del mundo mundial (discriminación, miseria, contaminación, violencia). "El espíritu permanece". Yo iré a votar con una esperanza todavía de buen ver ("el espíritu, etcétera") y una vieja exigencia sin caducar. La de unos poderes públicos que se sientan obligados a ilustrar a los jóvenes en la idea de que el espacio de la utopía no es una plaza de garaje. De que reducirlo a eso no sólo es poco, poquísimo, sino un cutrerío. Lo último; el principio del fin.

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