La edad de piedra
LA SEMANA PASADA cumplí años, y como lo siento lo digo, me sentó a cuerno. No lo conté en mi artículo porque no quería que ustedes se vieran en la obligación de llenarme el periódico de flores. Además, no hay mejor obsequio que el que ustedes estén ahí, desde sus casas, siendo fieles a nuestra cita, como diría esa estrella mediática llamada Carmen Sevilla. Hablando de la tele, el otro día me enteré (me entero de todo) de que hace un tiempo me vetaron en una televisión autonómica porque había osado escribir contra la telebasura. Te cagas. Me dolió, qué caramba, porque creo humildemente que yo luché mucho por la defensa de la telebasura en nuestras vidas. Por ejemplo, fui una activista radical para que Tómbola no fuera retirada de la parrilla de Telemadrid, escribí un manifiesto y recogí firmas entre nuestros intelectuales más prestigiosos. Mi santo, por ejemplo, firmó aquel manifiesto, aunque lo hizo con seudónimo. Firmó como: El Santo. La verdad es que es un hombre que tiene muchas cosas buenas, pero no le pidas que tenga imaginación, porque no la tiene. Pues eso, que yo lo único que he dicho en artículos de esos serios que publico (y que me escribe mi santo, como ya he denunciado en anteriores ocasiones) es que una cosa es que haya un programa como Tómbola y otra que ahora todos los programas sean como Tómbola. Pero no me quiero hacer mala sangre, que me sube el colesterol; además, me parece divertidísimo que un directivo de una tele autonómica vete a alguien por escribir contra la telebasura, y además, en el fondo me envanece que me veten. Ya que no tengo edad para contar batallas contra el franquismo, al menos que tenga alguna batalla que contar a mis lectorcillos cuando tenga la edad de la Matute. Hablando de la edad y del franquismo: noto que ya voy teniendo unos años en que hago recuento de lo que ha sido esta vida loca con su loca realidad. El otro día pensé en todas las cosas que he dejado atrás en mi existencia: he dejado cadáveres, amigos/as, casas, he dejado atrás a muchos hombres a los que usado y he tirado (cuidadito, que no he dicho "me he tirado")... Nací en una dictadura, crecí en una transición, me hice mujer de pelo en pecho en democracia. Y qué me queda... Pues bien, sólo hay dos cosas que siguen inalterables desde el día en que nací: mi padre y Fraga. De mi padre no hablaré porque ya no tiene espacio en las paredes para enmarcar todos los artículos que le he dedicado, pero de Fraga, ese ser eterno, de Fraga algo habrá que decir, señoras y señores del jurado, ¿es justo que guarde en mi retina infantil la imagen de Fraga en el No-Do, como ministro de Información y Turismo, luego de la Gobernación, luego ya sin No-Do presidente de AP, y para rematar presidente de la Xunta? ¿Es justo que pasara de niña a mujer con Fraga en el candelabro, es justo que me casara una vez y (y otra) y otra vez y Fraga, como Duracell, siguiera funcionando?, ¿es justo que me estén saliendo canas como a cualquier escritora de mi generación, queridos amigos de esta magnífica sección, y aún tenga que escuchar a este individuo despotricar contra el amor libre, cuando, seamos sinceros aunque escueza, el amor libre aquí sólo lo practican los dirigentes de su partido, porque los demás estamos del bracete de nuestro santo/a, que a veces se diría que los del PP somos nosotros de lo estrechos que somos, y conste que no estoy exponiendo una queja, sino denunciando una realidad dolorosa? ¿Están seguros los historiadores, Elorza, Santos Juliá, de que este señor no tiene más de cien años, de que no es como uno de esos chinos que duran siempre y sobreviven impertérritos a todas las gripes del pollo? Mi padre, ese otro puntal inalterable de mi vida, me regaló por mi cumple unas zapatillas de casa. Fue una sugerencia perversa de mi santo, y mi padre le hizo caso porque le hace ilusión que este matrimonio (de la humanidad) dure, no tanto como Fraga, que eso ya sería paranormal, pero tampoco lo que ha durado Carod Rovira en el cargo, que eso ha sido bastante paranormal también. Me calcé las zapatillas y me quedé en casa a celebrar mis 42 años con mi santito. Nos pusimos a ver las películas de Chaplin que me regaló el escritor Adolfo García Ortega, también por sugerencia de mi santo, que piensa que pudiendo ver cine maravilloso en casa por qué salir y gastarse dinero en una mierda (a mi santo le tendrían que haber encargado los anuncios del cine español). Vimos Candilejas con Chaplin y la bella actriz inglesa Claire Bloom. Caímos en la cuenta de que Claire Bloom estuvo casada con Philip Roth y que cuando se separaron, la actriz, resentida, escribió un libro, Abandonando la casa de muñecas, en el que pone a Philip Roth a caer de un burro. El malo de Gore Vidal dijo: "El libro es estupendo y consigue algo tan difícil como que Roth parezca un hombre interesante". Somos tan morbosos que después de ver la película nos compramos el libro por Internet. No hay nada más malo que la lengua de una mujer cuarentona y resentida. En el fondo, todas somos como Mayte Zaldívar, pero con más recursos verbales. Aunque la Zaldívar los tiene. El otro día iba la tal Zaldívar con un joven amante y al ver las cámaras le dijo a su chulazo (parafraseando a la Pantoja): "Dientes, dientes, enséñalos, que tú los tienes todos". Será ordinaria y lo que tú quieras, pero ahí estuvo rápida la tía resentida. Prepárate para leer lo que yo escriba cuando tú me dejes, le digo a mi santo. Lo debo tener acojonao porque, de momento, sigue a mi vera.
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