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Columna
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La 'claque'

Las sorpresas de la batalla electoral rozan el arte de aquel invento decimonónico que Alfred Jarry llamó Patafísica y que describió como la ciencia de las soluciones imaginarias. A los jóvenes hay que decirles que Jarry -que vivió entre 1873 y 1907, ideó una máquina de "descerebración" y calculó la superficie de Dios- era mucho mejor que Buenafuente y, sobre todo, un genio precursor de las posibilidades infinitas de la estupidez humana, a la cual dotó, con maestría, de su dimensión eterna y fugaz.

La Patafísica (como recuerda una recién publicada Enciclopedia de la estupidez, escrita por Matthijs von Boxsel, un, para mí desconocido, autor holandés, y editada por Síntesis) postulaba, a través de los locósofos, que "el vacío sube hacia la periferia" y defendía "la unidad de los opuestos". Unos asuntos, como se observará, de suma actualidad, dado que el empeño patafísico estaba en solucionar los problemas inexistentes, lo que viene a significar crear problemas donde no los hay. Existe, pues, una larga tradición en aquello que los catalanes llamamos embolica que fa fort y que se convirtió en uno de los lemas favoritos del hoy reivindicado Salvador Dalí.

La patafísica hoy se desarrolla ampliamente en esos terribles esfuerzos por convencernos de que la imagen -o sea, la apariencia- lo es todo. Lo cual es el principio que mueve toda campaña electoral que se precie. Es patafísico, por ejemplo, el hecho de que una campaña para gobernar España se centre en discutir sobre el señor Carod Rovira en lugar de hablar sobre el papel de la educación, la sanidad o la vivienda en los programas de cada partido. Pero, pese a ser esta una situación perfectamente descerebrada que en tanto que tal apasiona a nuestros locósofos, prefiero insistir en otro aspecto no menos apasionante relacionado con el frenesí de captar votos como es el auge imparable de los extras de la política.

De un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda que cada candidato aparezca -en televisión, que es donde se desarrolla la gran batalla electoral- rodeado de gente; fieles seguidores, hay que suponer. Se observa que no hay mitin -¡incluso conferencias de prensa!- en el que el candidato no exponga sus teorías o lance sus exabruptos en medio de un decorado humano ad hoc. Pueden ser jóvenes, pueden ser mujeres, pueden ser gentes del partido o -esta es la última versión- incluso altos cargos y notables del partido, ¡hasta ministros he visto! Ha de parecer que el candidato tiene mucha gente detrás, gente que aplaude cuando toca, que sonríe, que aprueba y que incita al ¡todos a una, Fuenteovejuna!

Estos extras, clónicos del candidato, son, supuestamente, una gran claque. Pero, ah, ¡traición! A veces sus caras resultan tan reveladoras del espíritu partidario que el espectador se olvida del candidato para concentrarse en el aburrimiento que expresan o en el color de la corbata y en los pelos que lucen. Hay extras tan estupendos que entran ganas de preguntar su nombre para votarles a ellos.

El espectador del espectáculo imagina el trajín organizativo para mover esta claque e instruirla sobre su fundamental misión decorativo-ideológica y se pregunta si después de su actuación tendrán o no derecho, al menos, a ¡un bocadillo! o si todo se hace por la causa ya que no es hora de encarecer aún más las campañas electorales, ¿o sí? ¡Qué raro, además, que todos los partidos se hayan puesto de acuerdo para hacer lo mismo! Un patafísico hablaría aquí de la teoría de los vasos comunicantes, según la cual todo, en especial la estupidez, se contagia a través del aire y ello depende de la velocidad del viento. Por lo que vemos, todo indica que esto es lo que está ocurriendo precisamente. ¿El resultado? Me temo que la patafísica es ya la parte más visible de nuestra cultura.

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