El anticuario en el mundo de hoy
En el mundo de hoy no hay demasiado espacio para el anticuario. No podemos dar la espalda a nuestro tiempo, ni dejar de ser conscientes de que vivimos una era audiovisual marcada por mensajes procedentes de la publicidad donde pesan más las imágenes y la frivolidad que las ideas o los contenidos. Además, hay un progresivo deterioro y vulgarización de las formas y del gusto que afectan a todos los ámbitos de la vida, desde las normas más elementales de educación y convivencia (lo que antes se llamaba cortesía) a todo aquello que vemos y oímos en los medios de comunicación. No hay demasiado espacio, pues, para la otra cultura -el territorio natural del anticuario- porque requiere unas condiciones -formación humanista, refinamiento del gusto, tiempo- impropias del mundo de hoy. Del mismo modo que la alta literatura es escasa y le cuesta encontrar un público fiel y entusiasta, las antigüedades han quedado circunscritas al coleccionismo, un colectivo en peligro de extinción. Ambos ámbitos, literatura y antigüedades, han sido hábilmente sustituidos por productos más adaptables al consumidor, como son los libros mediáticos rápidamente digeribles y el glamour tan entusiasmante del arte contemporáneo.
El anticuario es un cazador de la belleza y el coleccionista el que desea disfrutarla: dos caras de la misma persona
¿Qué quiere decir ser anticuario? ¿Qué es una antigüedad? Las dos preguntas se relacionan de tal manera que la segunda responde a la primera. A un anticuario se le define por las antigüedades que presenta y por la actitud que muestra ante ellas. Y una antigüedad no sólo se puede definir diciendo que es todo objeto que tiene más de 100 años, exceptuando al Art Nouveau y al Art Deco, porque ésta no es sólo una definición incompleta, sino que puede llegar a ser absurda. ¿O es que si dejamos nuestro ordenador o una lata de cerveza 100 años bajo tierra pasa a ser automáticamente una antigüedad? Naturalmente que no. Para que una obra sea considerada como antigüedad no sólo necesita ser testimonio de su tiempo, sino tener la voluntad creativa detrás, una calidad artística que a veces se puede adquirir con el tiempo como pasa con piezas de origen más artesanal como la cerámica. Y el anticuario no es sólo el que comercia con las antigüedades, sino quien las estudia, las hace restaurar y las presenta convenientemente dignificadas. El anticuario es un cazador de la belleza y acostumbra a comprar lo que le gusta (y no lo que se vende) para él y no para un cliente determinado, y su labor es ser transmisor de este anhelo de posesión de la belleza y cederlo a otro cazador como él, el coleccionista. El auténtico coleccionista nunca especula, simplemente compra para para disfrutar de la obra, más allá de la rentabilidad económica. Al mismo tiempo, el anticuario es feliz cuando vende, no tanto por la cantidad que recibe (el precio siempre es un valor relativo), sino porque así puede comprar otra obra y empezar este proceso cíclico y maniático una vez más. Cuando muere, el patrimonio del anticuario no son las obras que han quedado invendidas en su negocio, sino las que pacientemente se ha guardado como coleccionista. Y es que un coleccionista y un anticuario son las dos caras de una misma moneda.
Esta labor de rescate de las obras en el tiempo es lo que da sentido al trabajo del anticuario. Aparte de su faceta como comerciante, el anticuario es un recuperador de estas obras perdidas, dormidas, y a través de su búsqueda recrea la energía originaria con la que fueron creadas. Conocer parte del viaje de las obras en el tiempo e intentar descubrir el misterio de las identidades perdidas para recuperarlas es lo que hace apasionante el oficio de anticuario.
Aunque en los últimos tiempos la consideración social del anticuario ha mejorado, a menudo persisten ciertos prejuicios que provienen de la dificultad de identificación entre las antigüedades, entendidas como arte, y el dinero o la inversión. Es el viejo tópico de que nuestra profesión queda manchada en nombre del dinero, visión injusta cuando la historia del arte puede ser también entendida en clave económica. De todas maneras, esta miopía en la valoración del anticuario es más propia de los países mediterráneos que de los anglosajones, donde desde hace mucho tiempo se ha entendido el mecanismo del mercado de una manera más liberal.
Una de las mejores maneras para proyectar la imagen profesional que deseamos son las ferias. La estructura ferial permite una operación que si no existiera sería muy complicada: modernizar el concepto de anticuario, hacerlo actual. Por eso Antiquaris Barcelona es un proyecto en construcción que quiere reconvertir la imagen del sector a través de su feria, que empieza hoy en Montjuïc. En este sentido la edición de este año muestra esta transformación. Se ha trabajado en cuestiones fundamentales para conseguir estos objetivos: renovación de la imagen corporativa, mejora de los contenidos con la incorporación de expositores extranjeros procedentes de Francia, Inglaterra, Alemania, Holanda e Italia, y el Village, un área de acogida y de debate cultural.
Cuando alguien se interesa por una de nuestras piezas y nos pregunta si está haciendo una buena inversión acostumbramos a decirle que sí, que hace la mejor inversión posible porque aquella pieza, cuya belleza quiere poseer, le reportará, más allá de la demasiado obsesiva rentabilidad económica, una inversión en satisfacción y en placer estético, además de formar parte esencial de la calidad de su vida y de su mundo.
Artur Ramon i Navarro es presidente de Antiquaris Barcelona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.