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Reportaje:CIENCIA FICCIÓN

Gafas para ver fantasmas por las casas

"TRABAJO EN LA LIBERACIÓN DE ESPÍRITUS". Uno puede trabajar de lo quiera, pueda o le dejen. Hay oficios pintorescos que se mantienen boyantes gracias a la credulidad de algunos y a los pocos escrúpulos de aprovechados. Es el caso de los cazafantasmas. Sus practicantes (no se crean, algunos hasta tienen su propio programa de televisión) están especializados en "desencantar" casas encantadas: si antes eran encantadoras, ¿cómo quedarán después del tratamiento?

Poco futuro tiene esta tarea cuando el horror no viene del supuesto otro mundo (nada ha confirmado de manera irrevocable su existencia), sino que está instalado en el nuestro. A esta caterva de vividores se le acaba de añadir la figura del defensor de los derechos humanos (perdón, fantasmales) de los espíritus. Y es que al Dr. Cyrus Kriticos (no, no es una marca de refrescos), de profesión coleccionista y esclavizador de fantasmas, había que crearle un antagonista. Así arranca el filme de terror 13 fantasmas (Thirteen ghosts, 2001), de Steve Beck.

Una puesta al día de una chapucera, según los críticos, película de los sesenta del mismo título cuyo argumento es la típica historia de aparecidos empeñados en aterrorizar a una inocente familia cuando se instala en una mansión encantada. Su director fue William Castle, un modesto perpetrador de películas de terror cuya baja calidad suplía con su ingenio para crear sorprendentes campañas de promoción.

Esqueletos de plástico volando entre el público, anuncios de suscripciones de seguros de vida por si el espectador moría de miedo durante la proyección y vibradores debajo de cada butaca activados cuando el monstruo de turno se arrastraba por la pantalla son algunas de sus técnicas peliculeras de venta ideadas para explotar los miedos del personal.

Dado que los fantasmas son, por definición, invisibles y lo de envolverlos en una sábana ya no asusta a nadie, Castle ideó para este filme unas gafas que permitían a los espectadores ver a los 13 fantasmas del título. Bautizó incluso su revolucionario invento con un nombre: Illusion-O. Muy adecuado puesto que, se cuenta, en realidad no se trataba de una nueva técnica de proyección cinematográfica.

Las gafas eran... ¡dos simples trozos de celofán! En la versión moderna, las gafas especiales las emplean los protagonistas para ver a los espíritus. ¿A qué estarán esperando las multinacionales del sector óptico para desarrollar gafas similares: para no ver al jefe o que no te vea, etcétera? Ni que decir tiene que tal artilugio, pese a su originalidad en la ficción, no tiene ningún sentido si de lo que se trata es de ver esas supuestas entidades inmateriales que son los fantasmas.

Aunque existen muchos tipos de gafas cuyos cristales son capaces de seleccionar, filtrar o atenuar determinados tipos de radiación luminosa, no se ha desarrollado aún ningún modelo sensible a la radiación que, para ser visibles a su través, deberían emitir unos entes no interactivos con nuestro mundo.

El estilo de serie B del filme original ha sido completamente relegado y moldeado por las manos (mejor dicho, ordenadores) de los efectos especiales. La mansión victoriana es ahora una vivienda futurista totalmente transparente, influida tal vez por la residencia Farnsworth, la primera obra norteamericana del innovador arquitecto Mies van der Rohe, recientemente subastada.

La casa, donde permanecen encerrados los protagonistas y son perseguidos por el selecto elenco de entidades fantasmagóricas, es un prodigio de conjunción entre la más moderna tecnología y la brujería y astrología más rancias. Las puertas y paredes son de cristal "irrompible e insonoro" con grabados, en latín, de "hechizos de contención. Los fantasmas no pueden atravesarlos. El reino sobrenatural tiene sus propias leyes. Para los fantasmas son los hechizos. Ya sean orales o escritos. Los fantasmas tienen que obedecer lo que manda un hechizo".

La casa en sí es una máquina diabólica construida por Kriticos, "diseñada por el demonio e impulsada por los muertos". Los engranajes y partes móviles, que la convierten en un laberinto y un medio para dominar el mundo, se rigen por el Zodíaco negro del que cada uno de los fantasmas representa una figura. Por una rara coincidencia, el número de éstos, 12+1, es el mismo que el de las constelaciones astronómicas que constituyen el Zodíaco real, banda en el cielo de 18 grados de anchura centrada en la trayectoria anual aparente del Sol entre las estrellas (Eclíptica). En rigor, como todo astrólogo debiera saber, la constelación del Ofiuco se incluye en el grupo de las constelaciones zodiacales. De manera que no son 12, sino 13.

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