El hijo de El Ingeniero
Siempre fuí un metrosexual, o sea, un heterosexual "sensible, con toques femeninos, educado, a quien le gusta el ambiente de las grandes ciudades... y coleccionar zapatos" (suplemento Domingo de EL PAÍS, 11 de enero de 2004, página 9). La ventaja es que ahora sé cómo se llama.
Habiendo tenido a Mick Jagger como modelo en la vida, no puedo evitar pensar que tales inclinaciones han tardado decenios en convertirse en un estereotipo, pero más vale tarde que nunca: bienvenidos al tren.
Poseo tres tipos de cepillos para zapatos de ante y más perfumes y abalorios que mi mujer, lo cual no es de extrañar si recordamos que ella es Maite, la obrera filósofa.
Heredé de mi padre -un notorio dandi comunista a quien todos llaman El Ingeniero- la preocupación por el destino del hombre y el gusto por la buena ropa. ¿Conocen a alguien que se haga los gemelos por encargo y que tenga dos cajones camiseros especialmente adaptados para su almacenamiento? Comparado con El Ingeniero, soy un eremita.
'Metrosexual': tipo elegante que se deja su pasta en ropa. Pero esa ropa puede ser de segunda mano y proceder de una tienda de Humana
¿Por dónde pulula un metrosexual barcelonés? Irá allí donde haya color, pero es fácil verlo en la esquina de Rambla de Catalunya con Provença. Subiendo a la derecha, en Groc, se deja la pasta la izquierda. Subiendo a la izquierda, en Aramis, suelta los morlacos la derecha.
Tengo cuatro americanas compradas en esa esquina durante algún golpe de bonanza. Y otras 10 agenciadas en Humana, la cadena de tiendas de ropa usada. Las primeras costarían ahora unos 500 euros la pieza. Las segundas, todas juntas, no sobrepasarían los 180. Y aquí viene lo más importante: desafío a cualquier árbitro de la metrosexualidad a que distinga las unas de las otras, cuando voy todo emperifolladito con mis galas domingueras. Apuesto un bote de crema hidratante La Prairie a que no lo consigue.
El truco consiste en invertir tiempo y tener algo de ojo. Por suerte, la ropa de segunda mano está a la orden del día y ni siquiera un cliente habitual de Aramis se sentiría incómodo buscando chollos en Humana. Si es un próspero empresario, podría encontrarse con el creativo publicitario que le cobró una fortuna por la última campaña. Y tan amigos.
Hay más. Una prenda flamante resulta rígida y desangelada, le falta la chispa de la vida. Los caballeros ingleses, desde siempre, ceden sus chaquetas nuevas al mayordomo para que les haga el rodaje. Recién entonces adquieren la pátina adecuada, la elegancia digna de un señor.
Recuerden los lectores que soy hijo de El Ingeniero. Eso significa que por cada alarde de frivolidad metrosexual habrá una prueba de compromiso candente con el dolor del mundo, lo cual nos remite directamente a Lenin. Vladimir Ilich se preguntaba qué hacer. Yo me planteo investigar qué hace Humana, porque sé que hay algo detrás de la venta de ropa usada.
Después de tres días de insistencia logro que el responsable de información, un biólogo llamado Rafael, se ponga al teléfono.
Y averiguo lo siguiente. Se definen como una organización humanitaria sin fines de lucro, aunque tienen 160 empleados. Forman parte de una federación de asociaciones similares, agrupadas bajo el nombre Humana People to People. En su página web (www.humana-spain.org) el apartado La federación está "en construcción". Su declarado fin último es promover proyectos de desarrollo en el Tercer Mundo. Actualmente hay en marcha acciones humanitarias en Angola, Mozambique, Zambia, Zimbabue e India.
En España cuentan con 17 tiendas y 4.000 contenedores para recoger ropa usada. "Tenemos el monopolio de la ropa de segunda mano", dice Rafael. También tienen su propia flotilla de camiones y hace poco han llevado a África, para que vieran la obra con sus propios ojos, a los alcaldes de unos cuantos municipios, entre ellos los de L'Ametlla del Vallès, Tortosa, Amposta y San Feliu de Guíxols.
Los de Humana parecen muy buenos, pero yo no lo soy tanto y por eso desconfío. "¿No serán una empresa comercial que dedica una pequeña parte de sus ganancias a la beneficencia para poder contarlo y quedar como unos santurrones?", le espeto a Rafael.
Con la cadencia casi monótona de quien está acostumbrado a desmentir acusaciones de ese cariz, afirma: "Aquí nadie se está haciendo rico; una vez pagados los gastos y los sueldos, lo demás se dedica íntegramente a los proyectos de cooperación; tenemos enemigos, claro, gente que sabe que hay un gran negocio en la ropa usada y a la que no le dejamos sitio; los fundadores de Humana son unos maestros daneses que han levantado polémicas en su país por el modo en que funcionan sus escuelas; muchos se aprovechan de eso para criticarnos, pero hacemos dos auditorías por año y ahí están los aproximadamente 900.000 euros que hemos invertido en África en 2003, sólo de Humana España".
¡Ajá! Me lo creo. Puede que algo huela a podrido en Dinamarca, pero si esa pasta gansa se ha invertido en aliviar en alguna medida la miseria africana (y asiática), no seré yo el que se ponga escéptico, habiendo tantas empresas que no hacen nunca nada por nadie.
Olvidaba comentar que también conseguí en Humana dos gabardinas y un abrigo de 30 euros cada uno que parecen comprados en Furest.
Y a metrosexuar, que son dos días.
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