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Reportaje:CICLISMO | El dopaje sigue asolando al deporte del sufrimiento

Nuevo escándalo, viejos hábitos

Los descubrimientos del 'caso Cofidis' reflejan la pervivencia de las malas costumbres en el pelotón y el retraso de los controles

Carlos Arribas

En el pelotón se cuentan muchas cosas. Hace un año una de las historias que circulaba hablaba del chasco de unos corredores. "Dejaros de la EPO nacional", cuentan que les dijeron unos compañeros, "dejaros de la nacional y pasaros a la rusa, que es indetectable". "En efecto, no se detecta", comprobaron aliviados los nuevos consumidores de la rusa después de pasar sin problemas algunos controles. "Pero, de todas maneras, tampoco andamos mucho mejor con ella", se percataron. Poco tiempo después les llegó la verdad: les habían cobrado a precio de EPO unas estupendas ampollas de agua destilada.

Seis años después de que el escándalo Festina sacara a la luz la vasta extensión del dopaje en el ciclismo y desencadenara actuaciones policiales y judiciales en Italia, Francia y Bélgica, los hábitos del pelotón han cambiado lo justo para adaptarse a los nuevos tiempos sin dejar de recurrir a las viejas prácticas, como ejemplarmente reflejan las novedades llegadas de Francia, la detención de cuatro ciclistas -Marek Rutkiewicz, Robert Sassone, Cédric Vasseur y Philippe Gaumont-, el hallazgo de sustancias prohibidas en poder de algunos de ellos y el encarcelamiento de un masajista polaco del Cofidis. Se habla de EPO, de hormona de crecimiento, de transfusiones sanguíneas.

Gaumont reconoció a la policía que se dopaba y que vendía EPO a sus compañeros

"Antes del caso Festina", cuenta, anónimamente, un ex empleado de un equipo, "cuando no había persecución policial, era fácil buscarse la vida, cada corredor se procuraba lo necesario por su cuenta, sin problemas. Pero después, con la prohibición, pasó lo que tenía que pasar, lo que pasó cuando la prohibición del alcohol en Estados Unidos, pasó que subieron los precios y que el asunto se convirtió en negocio para unos cuantos, los más atrevidos, para algunos médicos sin escrúpulos y hasta para las mafias de Italia o de los países del Este. El riesgo tiene más beneficios que nunca".

El descontrol es la norma. Y la contradicción. "Este año la presión es agobiante", cuenta un ciclista español. "Como la próxima temporada se pone en marcha la superliga, en la que sólo entrarán los mejores equipos, el director nos ha exigido estar fortísimos desde el principio, tenemos que ganar de todo. Y esto mismo lo habrán dicho en todos los equipos". Los equipos, oficialmente, han renegado del dopaje, lo han vetado, han prometido la expulsión a cualquier corredor positivo, han prohibido a los médicos usar cualquier producto sospechoso. Gaumont, uno de los ciclistas del Cofidis detenidos, reconoció a la policía que se dopaba con EPO y que, además, vendía ampollas a sus compañeros. El médico del equipo, añadió, no administraba ningún dopante, "pero sabía lo que tomábamos".

Es la lógica viciada, los mensajes entre líneas desde las cúpulas a los corredores: no te dopes, pero corre más que nunca; haz lo que quieras, que yo miro para otro lado, pero te expulso si das positivo. Desgraciadamente no es muy complicado eludir la detección de las sustancias prohibidas en los controles.

En noviembre pasado, Léon Schattenberg, miembro de la comisión antidopaje de la UCI, visitó los países más importantes y dijo a los dirigentes del ciclismo que la cosa iba mal, que como el test sólo detectaba la EPO consumida dos o tres días antes, los deportistas habían recurrido a formas más sofisticadas de administración, a dosis más bajas y repetidas o incluso dejaban de tomarla cuatro semanas antes de la competición. "A los resultados de sus análisis de sangre les hemos aplicado una ecuación [hemoglobina menos 60 por la raíz cuadrada del porcentaje de reticulocitos] calculada por unos investigadores australiano y, vista la cantidad de pruebas que arrojaron resultados superiores a 126,5, hemos llegado a la conclusión de que unos 70 deportistas recurrieron a la EPO semanas antes de las competiciones importantes", explicó. "Esto es una advertencia: esta cifra nos servirá de criba y la próxima temporada acribillaremos a controles a los sospechosos hasta lograr que den positivo".

La certeza matemática, basada en estudios estadísticos -varias semanas después de la toma, el organismo de quienes han tomado EPO deja de fabricar glóbulos rojos, por lo que desciende el número de reticulocitos- no es evidencia de positivo, por lo que la UCI no puede sancionar a los tramposos pese a tener la plena convicción de su culpa. Lo más que podría hacer es añadir el número 126,5 a los otros dígitos -50 de hematocrito o 17 de hemoglobina- que permiten una suspensión automática de 15 días.

Otro frente abierto es el de las transfusiones. La UCI tiene el convencimiento de que la vieja práctica vuelve a estar de actualidad y ya ha anunciado que dispone de otra prueba matemático-estadística para detectarlas (una citometría de flujo para identificar antígenos propios del donante y no del donado), pero, desgraciadamente, sólo tienen utilidad en el caso de sangre de otra persona, no en el más extendido de las autotransfusiones, de sangre del mismo deportista que guarda congelada durante semanas para reinyectársela durante la competición.

Philippe Gaumont, en acción durante el Tour de 1997.
Philippe Gaumont, en acción durante el Tour de 1997.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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