Una campaña decisiva
El Partido Popular pierde votos y escaños, pero, con más de cinco puntos de ventaja sobre los socialistas, se mantiene cerca de la mayoría absoluta. Ésta es la principal conclusión de la encuesta que publica hoy EL PAÍS. Matizada por tres datos: el elevado número de indecisos -cuatro de cada diez españoles aún no tienen decidido qué van hacer el 14 de marzo-, el escaso apoyo que recibe el PP fuera del espacio de su electorado fiel y la voluntad de cambio que expresan los ciudadanos. Con un electorado socialista a día de hoy menos movilizado que el popular, el PP se alejaría de la mayoría absoluta si aumentara la participación o se concentrara el voto útil en el PSOE.
Algunos datos sugieren que el PSOE aún no ha madurado como alternativa reconocida. Rajoy y el PP son mejor valorados que sus rivales para afrontar los problemas que más preocupan a los españoles: crecimiento económico, creación de empleo, terrorismo y seguridad ciudadana. El PSOE saca ventaja en políticas sociales. Pero de ellas, sólo la vivienda y la inmigración están en el primer nivel de las inquietudes de los ciudadanos. Y Rajoy logra mejor puntuación que Zapatero. Es más, también el propio partido socialista merece mejor puntuación que su líder. Un 55,9% desea un cambio de partido en el Gobierno, pero esto no se traduce en expectativas de voto. Hay voluntad de cambio, pero el PSOE no consigue todavía capitalizarla.
Con todos estos elementos, la campaña electoral se antoja decisiva. Aunque el PP sale con ventaja clara, no tiene garantizada la mayoría absoluta y va a la baja, pierde más de dos puntos respecto al 2000, mientras el PSOE va al alza, pues gana más de dos puntos y medio. El PSOE tiene campo para crecer, pero debe ser capaz de acabar con las dudas del electorado de oposición. Se nota el daño que sufrió por la crisis de la Comunidad de Madrid: después de ocho años de gobierno popular, los ciudadanos todavía confían más en el PP que en el PSOE para afrontar los problemas de corrupción. El tiempo perdido en aquel desgraciado episodio, pésimamente resuelto, frenó la línea ascendente que habría llevado a los socialistas a ganar las municipales. Parece que, por fin, el PSOE vuelve a arrancar, pero con cierta lentitud.
Por lo demás, resulta interesante observar cómo el discurso alarmista del jefe del Gobierno sobre las amenazas a la unidad de España está bastante amortizado. Ni la situación política, ni los nacionalismos, ni las autonomías están entre los principales problemas del país, a juicio de los ciudadanos. Rajoy y Zapatero consiguen valoraciones muy parecidas al preguntar sobre su capacidad para garantizar la cohesión territorial de España. Y los encuestados creen que la formación del nuevo Gobierno catalán favorece más las expectativas electorales del PSOE que las del PP. E incluso los que aprueban al tripartito son más que quienes lo desaprueban.
En estas circunstancias, con tantos ciudadanos indecisos y una situación electoral en claro movimiento, con un nuevo liderazgo en el PP y un clima de cierta voluntad de cambio, el debate televisivo entre los candidatos -que solicita el 75,3% de los encuestados - se presenta como absolutamente necesario para motivar y fundamentar mejor la participación en las elecciones generales de marzo. Pero al Partido Popular parece interesarle que se mantenga un cierto grado de desmovilización del electorado, porque es el mejor modo de frustrar cualquier tentación de cambio. Y quiere evitar que un debate televisivo dé a Rodríguez Zapatero el plus de reconocimiento y confianza que ahora parece faltarle. Pero este tipo de ventajismos son incompatibles con el buen hacer democrático. Para evitarlos, sería bueno seguir la opinión de los ciudadanos que piensan -57,5%- que debería regularse por ley la realización de los debates electorales.
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