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Columna
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Cambio de carácter

El carácter del español se ha transformado de manera notable en los último tiempos. Aquel español quisquilloso, discutidor, dispuesto a reclamar sus derechos, o a pelear por cualquier nimia cuestión que considerara injusta, ha desaparecido prácticamente de nuestras calles. El español de hoy es, por lo general, una persona atrafagada, irritable, nerviosa, sumida casi siempre en un fatigoso malhumor que alivia descargándolo sobre los demás. Pero es, sobre todo, una persona resignada, que muestra una enorme conformidad en los asuntos públicos.

La carta que leímos en este diario, días atrás, en la que una lectora se sorprendía de que la policía no actuara, sabiendo que se desvalijan coches en El Saler, solamente podría haberla escrito una extranjera. La conducta de los agentes, que tan inexplicable resulta para un forastero, es, sin embargo, natural para un español. Los españoles nos hemos habituado a vivir prácticamente sin policía y no nos sorprenden estas situaciones. Cualquier residente en una urbanización sabe que para protegerse de los cacos no tiene otro remedio que contratar los servicios de una empresa de seguridad privada. No es que la policía actual sea menos eficaz que la de tiempo atrás; al contrario, nuestros agentes gozan hoy de una preparación excelente. El problema es que, para cuadrar las cuentas públicas, su número no aumenta al mismo ritmo que la población. Puesto ante esa tesitura, el español, en lugar de reclamar más policías a sus gobernantes, ha optado por procurarse la seguridad pagándola de su bolsillo.

En el terreno de la enseñanza, o en el de la sanidad, ha sucedido algo semejante. En los últimos años, hemos visto cómo a medida que se edificaban colegios imaginarios, aumentaba el número de barracones escolares en la Comunidad Valenciana. El rechazo que estas construcciones despertaron entre los padres, en los primeros momentos, ha dado paso, con el tiempo, a una resignada aceptación. Semanas atrás, tuve ocasión de leer la entrevista a un destacado miembro de un sindicato de enseñantes -hombre de profundas convicciones socialistas- en la que éste mostraba su comprensión ante la situación de la enseñanza pública y defendía el papel desempeñado por los barracones. A su juicio, su existencia había evitado problemas de mayor gravedad.

Al mismo tiempo que nos acostumbrábamos al deterioro de los servicios públicos, hemos ido aceptando las mentiras de nuestros políticos con naturalidad. Quizá porque ambos asuntos caminan a la par, de modo que la aceptación de uno conduce irremediablemente al otro. Hoy se considera común que un político mienta, y esa conducta no provoca ningún escándalo. Desde luego, sabemos que nuestros políticos nos mienten, pero preferimos creerles porque nos evitamos el compromiso de enfrentarnos a sus mentiras. Nunca había estado la sociedad civil tan desarbolada como en la actualidad. Eduardo Zaplana prometió devolverle su protagonismo, pero el único protagonismo lo han detentado aquí unos pocos y escogidos amigos del ex presidente. En cuanto a la alternativa socialista de Joan Ignasi Pla, días atrás pudimos ver cómo acababa: sacrificando al presidente de la Unión de Consumidores para colocar a un miembro de su partido en la vicepresidencia de Bancaixa.

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