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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Ponga un perro en su vida

Desde hace unos meses los vecinos del principal tienen un pastor brié llamado Aura que cada vez que salgo al balcón me ladra como si me odiara a muerte. Preocupada, les pregunté si el problema era yo o el perro y me contestaron que el perro, porque lo habían adoptado y no soportaba a la gente. Me quedé más tranquila. O no. Porque lo que hice fue preguntarme por qué un perro adoptivo se pasaba el día ladrando, como si estuviera reñido con el mundo. Para aclarar las ideas me acerqué a la perrera municipal a enterarme de cuál era la suerte de un perro abandonado. Y ahí empezó esta crónica. Y, la verdad, si descartamos la visita a un geriátrico, creo que es la más triste que he escrito en mi vida.

Centro de acogida de animales en Collserola. Desde que no se permite matar a los perros, los abandonos han aumentado el 38%

Para llegar a la perrera hay que coger la carretera de Sant Cugat y fijarse en un indicador: Centre Municipal d'Acolliment d'Animals de Companyia, lo que quiere decir que también hay gatos, y a veces alguna serpiente. Era un sábado por la mañana y había bastante trajín de gente: unos que iban a adoptar, otros a dejar animales, otros que habían recuperado al perro perdido. Una chica calzada con botas de agua iba mostrando las jaulas colocadas en una especie de corredor al aire libre -sin sol- a un hombre joven que no se decidía. Me uní a ellos descaradamente, aunque era muy difícil entender lo que la chica explicaba porque el ruido de los perros era para volverse loco. Ciento doce jaulas -una al lado de otra- enladrilladas de blanco y con una pequeña caseta al fondo, para los 293 perros contabilizados el 31 de diciembre.

El joven tenía un bebé y quería un perro tranquilo. La chica le enseñó un pit-bull y le aseguró que, contrariamente a la fama que tiene, este perro es una delicia. Realmente era de los pocos que no ladraban. Sus ojos mostraban una pena infinita y me marché pronto de allí. Al lado había un cruce de pastor belga con unos ojos de miel que se clavaron con gran ternura en los del joven. "¿No te das cuenta de que están diciéndote 'cógeme?", le dije sin poder aguantarme. El joven me sonrió, y después de pasar por todas las jaulas le vi con el perro cogido de una correa, camino de recepción. Un perro con suerte, pensé. No le pasó lo mismo a un caniche gris que llegaba él -pobre infeliz- tan contento con su dueña, una señora mayor que lo había adoptado hacía poco, pero que lo devolvía porque le provocaba asma. A la señora le caían las lágrimas, pero no podía hacer otra cosa.

Vi perros medio locos, agazapados tras las rejas, ladrando sin parar. Vi perros con los ojos hinchados, con pústulas, con las patas hinchadas por el reuma. Vi a uno con un cartel: "No tocar, muerde por miedo". Y no me extraña. Los hay que se quejan ladrando y los hay que se quedan en un rincón, quietos, y te clavan sus ojos angustiados, tristes, sobre todo muy tristes. Un hombre rociaba el suelo de las jaulas con una manguera. El olor a perro mojado era indescriptible y se me quedó impregnado en la ropa y sobre todo metido en la nariz durante todo el día. Al cabo de un rato se me acercó un hombre, Lluís Civil, un voluntario que casi cada día sube desde el Guinardó a sacar a pasear a algún perro. Lluís está dolido -o mejor, sulfurado- por las condiciones de esta perrera. "La mayoría apenas salen a pasear una vez por semana durante 20 minutos. Todo gracias a los 10 o 12 voluntarios", afirma Lluís con voz indignada. "Un perro que lleva un mes en una jaula se vuelve loco. Y aquí hay algunos que ya llevan casi un año. En estas condiciones es mejor la eutanasia". Lluís me confirma que los perros están bien alimentados, pero pasan mucho frío y la humedad se los come vivos y acaban con reuma. "Aquí sólo da el sol a partir de marzo. Las condiciones son infernales. Ya hemos cursado más de una petición al Ayuntamiento, pero las cosas siguen igual y cada vez hay más masificación. ¿No ves el ínfimo espacio que tiene cada jaula? ¿Eso es la ciudad del Fòrum?", comenta.

Lo cierto es que desde el 1 de enero de 2003 no se permite matarlos y los abandonos se han disparado el 38%. Por suerte, también se rescatan muchos, y otras personas optan por el apadrinamiento o la acogida temporal. La Agencia de Salud Pública tiene delegada la competencia del Ayuntamiento de la recogida y custodia de los animales, y a su vez delega unos servicios (personal, veterinarios, promoción, adopciones, etcétera) en la Fundación Altarriba, una asociación protectora de animales. Xavier Llebaria es el director del ISAS (Instituto de Seguridad Alimentaria y Salubridad) y me cuenta lo mucho que han mejorado las instalaciones -tienen 30 años-, que disponen de un quirófano y cuatro veterinarios, y sobre todo que no es fácil encontrar un sitio nuevo, pero que están en ello. Me confiesa que desde que entró en vigor la nueva ley hay gente que viene expresamente a Barcelona a dejar a su perro atado a la puerta de la perrera porque saben que no lo matarán. Pero ¿saben estas personas cómo vive su perro? El señor Llebaria es un técnico, no un político, y lo dice bien claro. Señor Portabella, señora Mayol: ¿podrían hacer alguna cosa por nuestros perros abandonados? Y no digan que no hay presupuesto o que el dinero se va a la atención de los ancianos. Y ustedes, ciudadanos de a pie: si dan un paseo por Collserola, deténganse en la perrera. Seguro que les entran ganas de hacerse voluntario.

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