Fantasías de un observador
La difusión general de la televisión en los años sesenta y setenta del pasado siglo, aunque fuese contra la voluntad de alguno de sus promotores, contribuyó a la transformación y acabamiento del régimen franquista. En aquella televisión, Jaime de Armiñán fue una referencia inexcusable. Eludiendo con habilidad los escollos de la censura, los guiones de Armiñán se erigen como válidos testimonios críticos de la época y hacen de su autor, en expresión de Adolfo Marsillach citada en el libro de Cátedra, "un amoroso observador de las cosas pequeñas".
La obra de Armiñán es verdaderamente ingente en cantidad y en variedad de géneros. Catalina Buezo, en una muy oportuna edición, ha querido recoger una muestra, necesariamente muy limitada, pero bien acompañada de un certero prólogo y una muy completa bibliografía y filmografía que dan una idea cabal del autor y su obra. Como nota singular por ser poco habitual en las colecciones de clásicos literarios, hay que destacar la presencia de los guiones de las películas que fueron nominadas para el oscar de Hollywood, Mi querida señorita (1971, antes de la muerte del dictador) y El nido (1980, ya en época democrática), cuya lectura es francamente interesante.
En las novelas, Armiñán se siente libre de ataduras y su fantasía se desborda. Eso es lo que sucede en la más reciente, Los duendes jamás olvidan, novela extravagante con espíritus, fantasmas y sucesos raros, que se asemeja a un museo contenedor de los más insólitos objetos (un antiguo abanico que conmemora una elección de Miss Ronda, por ejemplo), los hechos más disparatados (un partido de fútbol jugado por elefantes) o la aparición de frases célebres y referencias culturales fuera de situación (la conocida "el doctor Livingston, supongo" para subrayar una cita previamente concertada). En las novelas, Armiñán es otro Armiñan. Nada comedido.
El protagonista, Claudio Cotrús, un hombre mayor a las puertas de la vejez, se relaciona con una okupa, confluencia de chica de la limpieza, amante y cuidadora, comete un crimen "insustancial" como si fuera Raskólnikov y después es atormentado por el espíritu de la víctima y se codea peligrosamente con la que era su amante, confunde el mundo real con el de los duendes y fantasmas que le rodean y, finalmente, con el más increíble de los pretextos se dirige a la Costa de la Muerte donde toda imaginación tiene su asiento porque en esta divertida novela "un mundo invisible de ángeles y demonios influye constantemente sobre el mundo visible".
Jaime de Armiñán. Eva sin manzana. La señorita. Mi querida señorita. El nido. Edición de Catalina Buezo. Cátedra. Madrid, 2003. 446 páginas. 10 euros. Los duendes jamás olvidan. Belacqua. Barcelona, 2003. 286 páginas. 18 euros.
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