El enigma de Don Giovanni
EN EL inminente tránsito al espacio educativo europeo, el naufragio de las literaturas nacionales y de sus correspondientes filologías tiene al menos un aspecto positivo, el de seleccionar de manera clara e indiscutible los mitos esenciales de nuestra tradición, aquellos que, burlando las fronteras lingüísticas, irradian su significado en el conjunto de las literaturas del Viejo Continente, y revelan (a los que quieren ver) que Europa es un único proyecto de civilización, por muy diferentes que sean los idiomas que lo formulan. Ojalá tengamos pronto una crítica y una escuela a la altura de esta nueva perspectiva.
Don Giovanni (El burlador de Sevilla) es sin duda uno de estos mitos transnacionales que encarnan valores imperecederos en nuestro imaginario. Nacido en Italia durante el siglo XVI, adquiere en España, con Tirso, su permanente tipo literario; en Francia, con Molière, su paradigmático perfil ideológico, y en Austria, con Mozart, su definitivo valor estético. Y luego pervive en todos nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, con su sombría y escéptica sonrisa hacia los sentimientos más íntimos y sagrados.
Un excelente estudio de Umberto Curi (Filosofia del Don Giovanni. Alle origini di un mito moderno, Bruno Mondadori) describe las etapas más significativas de la difusión europea del mito (que coinciden justamente con Tirso, Molière y Mozart), proponiendo una lectura unitaria y original de su significado. La interpretación de Curi parte del rechazo del aspecto convencionalmente más popular del personaje del burlador, o sea, de su característica incontinencia sexual. Lo que define al personaje y al mito no es el rasgo de "mujeriego empedernido" que utiliza a las mujeres para satisfacer su deseo de placer, sino un principio filosófico que se mantiene coherentemente a lo largo de toda su transmisión literaria, desde el Renacimiento hasta hoy, a pesar de las ocasionales e inevitables caídas en la banalidad o la vulgaridad.
Con escrupulosa reconstrucción documental, Curi describe las relaciones de las tres obras (El burlador de Sevilla, Don Juan, Don Giovanni) con el debate cultural propio de cada época, y observa una constante filosófica en la intención de los tres autores, o sea, la crítica del principio de autoridad. De acuerdo con este planteamiento, Tirso entendería a Don Juan como expresión de un planteamiento antirreligioso y ateísta que socava los cimientos culturales de la España contrarreformista; Molière lo representaría (en una relación de estrecha continuidad con el Tartufo) como un héroe del libertinismo filosófico, que, apoyándose en autores modernos como Descartes y Gassendi, se burla del conformismo perpetuado hipócritamente por la tradición religiosa; Mozart lo interpretaría musicalmente como destructiva y trágica emergencia del negativo, que no es verbalizable porque manifiesta una contraposición (al principio de la realidad) vitalmente originaria.
El mérito del estudio, que se basa en una investigación filológica rigurosa, consiste en acercar enormemente el mito de Don Juan a nuestra propia sensibilidad. La ética entendida como cálculo de las probabilidades de éxito de comportamientos finalizados a la búsqueda del placer y/o la felicidad; la suspensión de cualquier axiología relativa a principios (políticos o religiosos); el horizonte radicalmente inmanante de la acción humana; la duda escéptica sobre la consistencia ontológica de la misma categoría de sujeto (último reducto de las concepciones "ingenuamente" constructivas de la modernidad): todo esto convierte a Don Giovanni en alegoría de nuestra propia condición posmoderna, héroe de la deconstrucción ideológica, campeón del cinismo, mártir de la indiferencia.
Cabría, sin embargo, una pregunta. Yo la formulo aquí no como una crítica (pues Curi honestamente la excluye de su estudio, considerando que no es pertinente para la interpretación del mito), sino como un acto de debida compasión hacia el personaje, que al fin y al cabo paga con un castigo ejemplar culpas que nosotros cometemos casi siempre impunemente: ¿por qué las mujeres?
Si el desafío de Don Juan consiste en el deseo de destruir los cimientos ideales de la civilización, para que sus escombros puedan servir de trofeos para su omnipotente voluntad de poder y placer, ¿por qué el enemigo, o el campo de batalla, son las mujeres? ¿Qué simbolismo oculta el cuerpo femenino, para que su profanación, maquiavélicamente planeada como un frío proyecto de dominio, pueda significar (a sus ojos y tal vez a los nuestros) la confutación o el desprecio de cualquier ley humana o divina?
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