Que algo ocurra siempre
Leer a Dalí por primera vez sorprende. Y sorprende, porque su obra pictórica, cuando no es aborrecida por completo, disgusta. Pero en sus libros, más allá de la reconocida máscara pública, se descubre un peculiar talento analítico, una imaginación sensacional, trampas para los incapaces que todo lo entienden al pie de la letra. Dalí sorprende porque, cuando le leemos, le oímos, imaginamos sus gestos carismáticos, y eso, junto a la esencial originalidad de su retórica, parece muy entretenido y estimulante. Sin embargo, un enfoque crítico de su obra debe empezar, precisamente, con un severo reajuste de esa rápida simpatía. Porque Dalí sólo escribía sobre Dalí, y la cualidad genuina de todo escritor autobiográfico, su tarea principal, es la construcción de una voz. ¿Qué ocurre cuando esa voz ya existe, nos es tan familiar, y no tenemos otra obligación que seguir el hilo de un discurso en cuya melodía estamos inmersos desde siempre? Aunque como lectores no sintamos la necesidad de plantearnos esa cuestión, es interesante conocer qué sugiere una lectura de los textos de Dalí como si no se le conociera.
En el detalle de la formación del genio se vislumbra un narrador que nos muestra la verdad entre los pases mágicos de un retrato de Narciso
Toda la literatura de Dalí tiene como eje Vida secreta, publicada por primera vez en 1942 como The Secret Life of Salvador Dalí. Tanto Diario de un genio (1964) como sus escritos más panfletarios y críticos, tendrían perfecta cabida como disgresiones en una edición aumentada de Vida secreta, y de ella formarían, quizá, su mejor parte. Precisamente por su posible interés psicoanalítico y biográfico, dejaremos para psicoanalistas y biógrafos la novela de título Rostros ocultos con una nota en la que escribiremos dos palabras sustitutivas: máximo tedio.
"El manuscrito del señor Dalí,
en cuanto a escritura, ortografía y sintaxis, es uno de los documentos más fantásticamente indescifrables que hayan salido nunca de la pluma de una persona dotada de un sentimiento real del valor y el peso de las palabras, imágenes verbales, estilo". La cita es de Haakon Chevalier, el traductor del francés al inglés de Vida secreta, y, por tanto, uno de los artífices de la versión original del libro. "El manuscrito está escrito en papel amarillo, con escritura casi ininteligible, casi sin puntuación ni división de párrafos", nos dice Chevalier, y añade: "Con una ortografía delirantemente caprichosa que inundaría la frente de un lexicógrafo. Gala es la única persona que no se pierde en ese laberíntico caos". De las palabras del traductor se deduce que en la mente de Dalí bullía un discurso ininterrumpido que luego tomaría forma en las manos de Gala y del propio Chevalier. Puede que fuera así, o quizá no. O puede que el delirio ortográfico sea un capricho estetizante en contraste con las exigencias técnicas del Dalí pintor. O puede que Dalí trabajase la literatura de forma corporativa, de igual modo que en los antiguos talleres artísticos, hasta que dejó de tomar la pluma-pincel, como sucede en libros firmados por Dalí, pero que no están escritos por él, como son Las pasiones según Dalí o Confesiones inconfesables. De cualquier modo, ese posible trabajo colectivo dio en Vida secreta momentos tan brillantes como éste: "Mi método (autobiográfico) es ocultar y revelar, sugerir delicadamente las posibilidades de ciertas lesiones viscerales, en tanto que en otros sitios rasco los expuestos tendones de la guitarra humana completamente desgarrada en algunas partes, todo sin olvidar nunca que es más deseable hacer vibrar las resonancias fisiológicas de los preludios que las finales y melancólicas del hecho consumado". Un fragmento profundo, preciso y cargado de intención que se combina con el Dalí tópico que habla de un pan, del pan daliniano, por supuesto, y dice: "...es aristocrático, estético, paranoico, refinado, jesuítico, fenomenal, paralizante, hiperevidente...", y luego habla del éxtasis místico y dice: "...es superalegre, explosivo, desintegrante, supersónico, ondulatorio y corpuscular, gelatinoso". Lo que fue repitiendo hasta la sepultura. Lo que empuja a salir corriendo a comprar un bigote de pega y un bastón.
Vida secreta fue escrita en sus primeros años norteamericanos y marca un antes y un después en el Dalí "artista total". Es inútil cotejar lo que se cuenta en Vida secreta con lo que se ha impuesto como verdad biográfica: sería deshonesto con esa ficción que es Salvador Dalí en la construcción de su propio personaje, Dalí, cuando la situación mundial y las circunstancias personales le hacen evidente un hecho: la estupidez incorregible del mundo. Un hallazgo al que uno suele sucumbir por amargura o ética falta de astucia, o, por el contrario, impulsa a exprimir esa misma estupidez hasta lograr el secreto de la alquimia: el oro constante. Eso mismo que, cuando el personaje Dalí está afianzado, le hace manifestar: "Disfruto de la gloria que me han dado y que los medios de idiotización colectiva aumentan". Antes de Estados Unidos, antes de Vida secreta, Dalí estaba harto de que "¡nada de lo que puede ocurrir ocurre nunca!", y por ello escribe unas memorias en las que seguramente ocurre lo que nunca ocurrió. Sin embargo, es en ese relato de infancia y juventud, en el demasiado prolijo detalle de la formación del genio, y en el escurridizo relato de sus famosas amistades de la Residencia de Estudiantes, donde se vislumbra un narrador que nos muestra la verdad entre los pases mágicos de un retrato de Narciso. Son significativas las irrupciones del sentido común de su padre, que en una lectura atenta no poseen otra intención que aclarar seriamente los vínculos paternofiliales, mientras oxigenan el egotismo absoluto del relato. Es, al contar los momentos decisivos de su vida, cuando encontramos al escritor de talento. Por ejemplo, y con ello no indico que sea éste un rito de paso ineludible, las páginas dedicadas al relato de su primera borrachera madrileña logran ser a un tiempo originales ("hipercómicas", añadiría él), magníficas en su desarrollo y llenas de vida, muestran un momento de desgarro que se revela al fin formidable, explican el significado de esa extraña palabra, "juventud".
El resto de
Vida secreta
es pro-
paganda. Aunque esta propaganda tiene una faceta burda (la necesidad de instalarse en Estados Unidos y hacerse famoso) y otra mucho más interesante: las reflexiones de Dalí sobre su obra y las críticas a la deriva del arte moderno. Esta segunda vertiente, que se emparenta con Los viejos carnudos del arte moderno y, sobre todo, con El mito trágico del Angelus de Millet, nos brinda al Dalí ensayista que no deja de ser autobiográfico (y por ello califico al conjunto de propaganda), y realiza, de paso, su máxima aportación a la cultura contemporánea: el método paranoico-crítico.
Si, como dijo Burroughs, un heredero de Dalí, paranoico es "un tipo que acaba de enterarse de lo que ocurre", y si la paranoia es la sobreinterpretación masiva y ansiosa, caracterizada por el dibujo firme de vagas ilusiones conspiratorias, las asociaciones intuitivas de Dalí abrieron un campo fértil a la crítica recreativa y otro, nefasto, para todos aquellos estudiosos que, en un arrebato de pundonor intelectual, sospechan que "algo ocurre" donde, como diría Dalí, "nada ocurre nunca". Una aportación de doble filo de aquel que labró la imagen del "artista" en el periodo de hegemonía del arte de masas, mientras era, a veces, un escritor de primera fila.
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