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Columna
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Descargo

Hace unos años, intentando disentir de una opinión en boga, comparé en una de estas columnas a los etarras con serial killers. La opinión, que entonces empezaba a generalizarse, trataba de minimizar el efecto perturbador de la violencia de ETA al equipararlo con el que podía causar la violencia urbana criminal de las grandes ciudades. Opinión tan despolitizada provenía, curiosamente, de quienes estarían dispuestos a negociar o a apoyar cualquier iniciativa política con la justificación de acabar con esa violencia criminal tan neutra, negociación o propuestas que dudo de que estuvieran dispuestos a emprender con los asesinos de un gang de Chicago. Esas opiniones ignoraban además la intimidación social y el terror causados por los terroristas, así como su cariz demiúrgico y su naturaleza programática, su deseo de instaurar el terror generalizado como medio para conseguir el poder, características que los alejaban de un asesino demente o incluso de una mafia criminal. Entre otros argumentos contrarios a esa opinión, recuerdo que aduje que de parecerse a un asesino común, el terrorista de ETA se parecía en todo caso a un asesino en serie, asesinos que sí son capaces de poner a sus sociedades respectivas patas arriba.

Por motivos distintos, he vuelto a reflexionar sobre los asesinos en serie, en especial sobre el efecto que producen en la sociedad, y eso me ha hecho pensar en el efecto que nuestros serial killers causan entre nosotros. Es bien sabido que este tipo de asesinos tienen tendencia a definir el perfil de sus víctimas. Por lo general, asesinan discriminadamente, aunque la sociedad que los padece nunca esté muy segura de que así lo hagan . Y bien, me imaginé un serial killer entre nosotros que asesinara, por ejemplo, taxistas. Ante tal monstruosidad, el resto de la población podría pensar que con ellos no iba la cosa o bien podría temer que el ámbito criminal del asesino tendiera a ampliarse. Fuera como fuera, estoy plenamente convencido de que la sociedad vasca reaccionaría de forma enérgica contra esos hechos, reclamando justicia y la inmediata detención del asesino. ¿Ocurre lo mismo con nuestros serial killers no imaginarios? Oigo ya voces afirmativas, pero permítanme disentir.

A los pocos días de que asesinaran a José Luis López de la Calle se cometió un asesinato en Hernani. Recuerdo la movilización popular espontánea que hubo en esta localidad, lo que me llevó a establecer comparaciones. Por supuesto, el asesinato de José Luis provocó las habituales concentraciones y manifestaciones políticas -digámoslo así-, pero no una movilización popular tan exigente contra el asesino como la que se produciría días después en Hernani. Sin la movilización política organizada, sospecho que al asesinato de José Luis le hubiera respondido un silencio mayor del que es posible soportar. ¿Por miedo? Sin duda, pero el miedo sabe parapetarse detrás de razones, y aquí se han suministrado razones suficientes como para convertir el miedo en una razón menor. El asesinado en Hernani era inocente, José Luis López de la Calle no del todo. Se metía en política. Y la política ha servido para atenuar el delito y para condenar a la víctima. También para huir de esta última. Nadie hubiera minimizado una serie de asesinatos contra prostitutas diciendo que eso les pasa por ser prostitutas, pero a un amigo mío, obligado entonces a llevar escolta, un conocido suyo le reprochó en una ventanilla que eso le pasaba por hablar tanto. Y una parte importante de la población de este país, arrastrada y aleccionada por sus representantes políticos, prefirió acercarse a la política que atenuaba el delito que a la que condenaba a las víctimas. Naturalmente, no es preciso convertirse en prostituta para solidarizarse con éstas; lo que no hay que hacer es reírle las gracias al asesino ni olvidarse oportunamente de que existe.

Hace apenas un mes tuvo lugar en San Sebastián una manifestación de ¡Basta ya!, a la que no acudí. Sí acudió un grupo de Falange española, cuya presencia, esgrimida como un fetiche, ha sido utilizada como argumento único para desacreditar la manifestación y a quienes asistieron a ella. Por despreciable que sea esa organización, al menos en su herencia histórica -y para mí lo es; por cierto, ¿serán igual de despreciables en el futuro los herederos de Batasuna?- no hay constancia de que ejerza o apoye una actividad criminal. Que quienes no hace tanto se sentaron alborozados en una célebre comisión a la misma mesa que Josu Ternera utilicen ese hecho casual para desvirtuar la convocatoria me parece un sarcasmo. Mejor callados, señorías.

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