Bien, pero no
Todos coinciden en que estos veinticinco años han sido los mejores de nuestra tormentosa historia. Hasta el PNV que los ha gestionado aquí, hace un balance positivo de todos los avances conseguidos. Que, cuando se trata de la gestión realizada, salvo el euskera que siempre se considera agónico y sin metas alcanzadas, todo ha ido a las mil maravillas. Y, excluyendo el terrorismo que seguimos padeciendo, todo ha ido bastante bien.
Pero, por habernos ido tan bien España se divide ahora en dos, los que quieren que continúe así y los que quieren centrifugarla, bajo la excusa de que siga continuando mejor. Electoralmente tienen ventaja los conservadores, porque a ver cómo demuestran los reformadores, con Ibarretxe de rupturista, que las cosas puedan ir mejor. O demuestran que el modelo por el que las cosas han ido bien está agotado o es previsible su descalabro electoral.
De todas formas, partiendo de la premisa de que ha sido la sensatez de la sociedad civil, en un marco político determinado, la gran protagonista de que las cosas hayan ido bien -el trabajador que no encontraba empleo se reciclaba, el empresario que no encontraba negocio cambiaba de opción o se iba a otra parte, y los niveles asistenciales han paliado los traumas de los cambios desde ese Estado hoy en entredicho- no ha sido tanto el mérito de los partidos tras aquel periodo de consenso que fue la transición, y la Constitución incluida, que si lo tuvo. Después de aquello y según se aburrían de que las cosas fuesen aceptablemente bien se han ido enredando en trifulcas exageradas, unas artificiales y otras para remover a la sociedad, buscando la diferenciación y el acoso del adversario. Incluso los acuerdos fundamentales de la terminada legislatura se truncaron en papel mojado destrozando los espacios de encuentro.
En este contexto a la mayoría no le queda más remedio que ser conservadora. Es cierto que con el plan Ibarretxe muchos se pueden confundir, que el apoyo a los partidos del actual Gobierno vasco nada tiene de conservador, que los que quieren que las cosas sigan como antes son los que optan por el cambio político. Pero quitando este hecho concreto, hijo de la euskal lógica sofista que nos aplasta, en el resto la gente seguirá siendo conservadora si todos coinciden en que no nos ha ido mal. Resultan demasiado perturbadoras la batería de reformas, fundamentalmente periféricas, las que se plantean hoy como para no privilegiar este comportamiento.
Asumida la actual dinámica de desbancar desde la periferia del poder al PP, le va a ser vital al PSOE ganar las elecciones, porque si las pierde la tendencia en su seno hacia la dispersión se acentuará. Al PSOE le es obligado ganarlas como única manera de frenar la tendencia cantonalista, porque sólo desde el poder se frena el cantonalismo. Aunque Zapatero desee, y tenga derecho a una segunda oportunidad, ello le supondría, si pierde, observar como testigo la reconversión de su partido en confederal y la probable reacción, aunque menguada, de sectores que no lo aceptarían.
En el escenario en el que ya estamos de elecciones generales y la dinámica llamativa del partido socialista, el Plan Ibarretxe queda envuelto y soterrado, aunque en última instancia sea el origen de toda la situación política. Soterrado por la dinámica socialista, pero soterrado también por la evidencia de que a ETA se le observa agónica por el acoso policial, por lo que el plan Ibarretxe carece de credibilidad y de necesidad. No recuerda ni es consciente el PNV de que todo su nuevo rumbo, desde el asesinato de Miguel Angel Blanco, se fundó en la necesidad de no dejar morir en la deshonra a ETA, es decir, sin importante contraprestación política que le salvase la cara. Pero ETA se muere con su deshonra a cuestas y al PNV se le está desarbolando sus gallardetes. Sin conflicto no se justifica el Plan, y, además, aunque parezca perverso, los nacionalismos gozan de credibilidad cuando se les tiene miedo.
Entonces, ganas de complicarse la vida, como en el circo, más difícil todavía, o se busca el reconocimiento de que sin golpe de efecto, aunque sea arriesgando la tranquilidad, no hay posibilidades electorales. Luego, se espera que los técnicos en comunicación hagan digerible la oferta, se escondan las contradicciones encubriéndolas con la exagerada denuncia de la maldad del adversario, y se consiga salvar la cara en esa noche electoral en la que nadie parece perder, dando los datos según qué sesgo. Y en esa noche habría que preguntar, si estos veinticinco años han sido aceptables, ¿por qué se han planteado cambios tan profundos?
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